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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Sarmiento: el genio que aún nos sueña

Hace 150 años, en 1870, Sarmiento gobernaba la Argentina. No hay -creo- localidad del país que no lo tenga presente con una calle, plaza o monumento. Ríos, bosques y montañas de todo el Cono Sur llevan su nombre; todos los escritores locales y muchos del mundo lo han referido; se lo homenajea en los Estados Unidos con más de un monumento. Recuerda Ricardo de Titto en Clarín.

Tanto Borges como Unamuno lo sitúan como el gran escritor de habla hispana del siglo XIX y, en reconocimiento a su “estelaridad” como literato mundial, un asteroide orbita con su apellido. El 11 de septiembre, además, es el Día del Maestro Americano, según se aprobó en Panamá en 1943. 

¿Qué explica esto? Que Sarmiento, nacido un 15 de febrero de 1811, no solo fundó escuelas y bibliotecas, muchas y en lugares tan remotos como Rosario de la Frontera o las Vaquerías de Calingasta. Dos conferencias recientes -una organizada por el gobierno justicialista de San Juan y otra por una universidad de impronta liberal- ofrecieron una rara coincidencia: titularon sendas convocatorias utilizando la palabra “genio”. 

La mitología define al genio como un ser fantástico que, bajo diversas formas materiales, es capaz de influir en las personas. Asociados a lo divino, los “genios” operan como seres tutelares de espacios donde los comunes mortales no acceden. 

Con ideas disruptivas, el genio elabora propuestas provocativas; suele ser incomprendido y resultará controversial; a sus ambiciones no les faltará una dosis de desmesura. Sus visiones se convierten en una misión original y auténtica que no se conforma con el bien común y cotidiano y apunta muy lejos… a la belleza y lo sublime.

¿Es acaso Sarmiento el único genio de Latinoamérica y uno de los muy escasos que integra esa galería mundial nutrida por unos pocos indiscutibles como Platón o Aristóteles; el gran Leonardo, Copérnico, Galileo, Newton, Franklin, Jefferson, Einstein y -con sus controversias- Edison y Tesla?

¿Acaso también Marx, Freud y Piaget? ¿Lo serán Steve Jobs, Bill Gates y Elon Musk? Pensadores, científicos, tecnólogos, estrategas, emprendedores y polímatas pero, por sobre todo, humanistas inventores de nuevos mundos, son, desde ya, emergentes sociales: no es por generación espontánea que ve la luz la potencia de un “Facundo” en 1845 con el planteo de esa síntesis tan precisa, la disyuntiva entre “civilización o barbarie”, que aún hoy se debate porque encierra la verdadera grieta de cualquier sociedad.

Cuando nos referimos a aquellos capaces de “frotar la lámpara” y generar ideas revolucionarias que cambiarán la vida de la gente de modo taxativo es común que nos asalten variedad de nombres. Entre los argentinos hay sin duda muchos y reconocidos talentos sobresalientes: ya San Martín dio cuerpo a una hazaña colosal. Pero… ¿cuántos de ellos reúnen en una sola persona al que analiza, investiga, curiosea en la ciencia y la tecnología, compara, borronea utopías, diseña planos, lanza planes de largo plazo, capta talentos y construye equipos, polemiza, convence, acepta diferencias y gestiona con austeridad para “hacer real” un sueño de país, entramado en una mirada panamericana y global? “El talento -dice Harold Bloom- no debe ser original; el genio debe serlo”.

Sarmiento fue un genio americano. Se trataba de moldear los estados nacionales y todo estaba por hacerse. Las repúblicas delineaban apenas sus “constituciones” y geografías ejerciendo, con sus limitaciones, la “soberanía popular” incubada durante años de guerras de independencia y civiles. Fueron entonces muy pocos los que por estas tierras idearon un futuro y se lanzaron a construirlo. Lincoln, Martí y Benito Juárez son los contemporáneos de ese “sueño americano” que, en el sur, encarnó el gran sanjuanino.

Estamos en otro mundo; las fronteras carecen cada vez más de sentido. La región que se pensó con un “progreso” ilimitado exhibe un constante deterioro: es inadmisible que uno de cada tres argentinos viva en la pobreza. Desde estos ambientes decadentes no pueden esperarse sino gobernantes cuyas miras terminan en la inmediatez y se consumen en una mediocridad empapada de pragmatismo. 

La genialidad de Sarmiento, en la excelsa pluma de Borges, se hizo mágica: “No lo abruman el mármol y la gloria no es un eco antiguo (…) o un blanco símbolo (…) en su larga visión/ como en un mágico cristal (…) después, antes, ahora/ Sarmiento el soñador sigue soñándonos”. El descubrió el secreto y lo reveló; la larga sombra de don Domingo aún puede iluminarnos.

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