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En defensa de las dos vidas, nunca el aborto

Ricardo G. Leconte

Ricardo G. “Caito” Leconte

Días antes de tratarse en la Cámara de Diputados de la Nación el proyecto de legalización del aborto -un absurdo institucional en nuestro derecho-, publicamos varios artículos defendiendo “las dos vidas” y en contra del proyecto que luego fue rechazado en el Senado nacional.

En nuestros escritos recordábamos: 

1º. Que en 1984, por ley 23.054 se aprobó la Convención Americana sobre Derechos Humanos o Pacto San José de Costa Rica, que establece la protección de la vida “desde la concepción” (art. 4º).

2º. En 1990, la ley 23.849 aprobó la Convención sobre los Derechos del Niño, que expresamente aclara “...se entiende por niño todo ser humano desde la concepción y hasta los 18 años”, cuya vida protege.

3º. En la reforma constitucional de 1994, fruto del acuerdo entre el presidente Carlos Saúl Menem (justicialista) y el ex presidente Raúl Alfonsín (UCR), ambos tratados -junto con otros- fueron incluidos como parte de la Constitución Nacional (art. 75º, inciso 22), cuyo contenido está por encima de cualquier ley, decreto o norma alguna, y ninguna de ellas puede contradecir sus disposiciones.

Posteriormente, opiniones fundadas coinciden en la imposibilidad de implantar el “derecho de abortar”, como se pretende nuevamente. 

El doctor Abel Albino, presidente de Conin, asegura que “para los libros de obstetricia un aborto es matar a un niño que todavía no está en posibilidades de vivir fuera del útero, es la expulsión violenta del niño cuando todavía no está en viabilidad”. La ciencia médica no deja dudas de que existe vida desde el primer momento de la fecundación (dos o tres días desde el encuentro sexual).

Debemos cuidar la Constitución Nacional, el tratado de paz de los argentinos. Bien ha dicho el constitucionalista Alberto Ricardo Dalla Via esta semana: “La importancia que sigue teniendo el cumplimiento de la Constitución como pacto fundamental de la convivencia política y como punto de partida de los grandes acuerdos. Ante tiempos confusos se requieren certezas que hagan posible el contrato social (Rousseau), el proyecto sugestivo de vida común (Ortega y Gasset) o la Nación hecha ley, como lo definiera nuestro gran Juan María Gutierrez”.

Defendamos las dos vidas: la de la madre embarazada y la de la inocente vida concebida. La Constitución las protege. Los derechos humanos -una conquista de nuestra civilización- ponen en primer lugar la protección a la vida. Sin ella no hay libertad, ni justicia, ni paz, ni combate a la pobreza, ni protección posible a la dignidad humana. La fe de todas las religiones protege la vida como un valor elemental y de avanzada. No es expresión de atraso y menos de sectarismo.

Las mejores intenciones de “celestes” y “verdes”, que afirman defender la mejor vida de niños inocentes y madres embarazadas en situación difícil, debemos unir en un esfuerzo común para afirmar la dignidad de la mujer, prevenir embarazos no requeridos o frutos de la violencia, difundir los medios preventivos de preservativos, pastillas y otros medios que pueden ser legítimos, pero nunca condenar a muerte a un inocente niño por nacer. Debemos proteger física, psíquica, económicamente a la mujer embarazada y mejorar y dar la mayor seguridad y rapidez al régimen de adopción, que permitan superar con amor las situaciones más negativas.

Dios nos ilumine para lograrlo.  

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