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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Modelos de provincia

“El Gobernador sabe que empieza a acabarse el tiempo que hasta el momento le fue concedido. Por tanto, la hora demanda inteligencia para resolver las cuitas internas entre los que encaran un proyecto de provincia anclado en el progreso y el desarrollo con inclusión, frente a los mesiánicos y sus acólitos que, subsumidos en pensamientos de otro tiempo, cultivan solo la  ambición de poder”.

Por Eduardo Ledesma

@EOLedesma

Para El Litoral

Delante de vos se abren

dos caminos, dos proyectos:

felicidad o desgracia;

el servicio o el provecho;

compartir o amontonar;

el Dios vivo o dioses muertos;

tendrás que elegir, muchacho,

servir al otro, o al dinero.

“Confesión” / Julián Zini

 

Aunque esta vez usó más el método de la descripción que el de la conceptualización política, el gobernador Gustavo Valdés no desaprovechó la oportunidad que tuvo hace una semana ante la Asamblea Legislativa y ratificó el perfil con el que pretende coronar su gobierno, que entra en tiempo de descuento, por lo menos por ahora. 

Cubierto por una retahíla de anhelos y enancado en un detallado inventario de concreciones de distinta caladura -no del todo determinantes aún-, el gobernador Valdés hizo pie en los acuerdos básicos que necesita una provincia carente como la de Corrientes para sustentar su sobrevida, cuando no su despegue: la educación, el trabajo, la inclusión, la igualdad, la modernización y el consecuente desarrollo, cuyo alumbramiento porfía con la quietud atávica que lo obstruye. 

“No somos lo suficientemente ricos para darnos el lujo de no invertir en educación”, dijo, parafraseando a Gandhi, galvanizando de ese modo un sentido común arraigado en Argentina: el de la educación como valor supremo, asunto que se pasea siempre por los discursos y que no obstante retrocede ante los hechos. 

Se trata de educar, no hay dudas; pero de educar bien, con calidad y sentido de contexto, lo cual implica definir y sostener un rumbo consecuente con nuestras potencialidades, para evitar -entre otras cosas- la migración forzosa de la gente del interior profundo: de los que tienen para irse y se van y a veces vuelven; de los que saben y se van y nunca vuelven; para evitar la fuga de los mejores, pero también de los desesperados, esos que concentran sus cuerpos y penurias en los cordones periféricos de los centros urbanos, que por ese solo hecho no dan garantía de mejoras. 

Esta preocupación es una constante en Valdés. Lo es también aquello de la inclusión; el desarrollo y la modernización; lo de la inserción de la provincia en el mundo con su faceta exportadora; el mejor trato con la gente, sobre todo con la que más necesita; pero también con los sectores más poderosos, empresarios, académicos y productivos, e incluso con el sector político no alineado que acompaña, aunque sin compartir sus modos de materialización de ese catálogo de buenas intenciones que sostiene el Gobernador desde el minuto uno, desde cuando recibió el gobierno con los sueldos al día, sí, pero con el resto de los parámetros sociales relegados a valores insostenibles.

Es titánica la tarea. Y hace tiempo que no hay tiempo. Pero no obstante las urgencias, que parecen acuciar siempre, Valdés supo capitalizar, en estos años de gestión, su visión de diagnóstico, su pelea sorda para desterrar el medioevo cultural que lo rodea y para convertir en un activo la idea de un gobierno distinto con gente que hace 20 años hace lo mismo. Sumó adhesiones también con su discurso aperturista y ciertamente respetuoso de las diferencias. Ese capital se convirtió, el año pasado, elecciones mediante, en un nivel de apoyo institucional y político que no tiene parangón en la historia reciente de Corrientes. Tiene mayorías agravadas en ambas cámaras de la Legislatura, alta ponderación pública y la consideración del pequeño establishment económico de la provincia. 

Supo alzar, también, algunas banderas progresistas relacionadas con el debate de nuevos derechos, que sin ponerlo a la vanguardia, lo ubican en ventaja en comparación con ciertos hombres y mujeres que encarnan versiones de un mundo que ya no es, y que persiste en Corrientes por la sombra del pensamiento tripulado a la que son sometidos gruesos sectores vulnerables de la población. 

Valdés redondeó en este tiempo un discurso de género, igualdad e inclusión, y navega con solvencia las aguas picadas de los nuevos desafíos sociales, sobre todo el relacionado con el aborto, que pone en contradicción las políticas de salud pública con la moral católica dominante en el país y hegemónica en la provincia.

Pero el Gobernador sabe, más allá de todo, que empieza a acabarse el tiempo que hasta el momento le fue concedido y que ya no alcanza solo con el diagnóstico y mucho menos solo con las palabras bellamente talladas por los profesionales del marketing y la comunicación. Sabe, como estudioso de los procesos que es, que mejor que decir es hacer. Por eso, tal vez, el Gobernador invirtió casi tres horas ante los legisladores, el domingo pasado, para detallar acciones en el marco de un mensaje con varios destinatarios posibles. Ratificó el rumbo, su rumbo, pero consciente de que desatar escollos futuros dependerá más de cuestiones internas que de avatares políticos externos, de la oposición o incluso de la economía, pese a su gravitación crítica.

Para hacer lo que dice, Valdés necesita gestión, gente comprometida y que sea capaz de andar a su ritmo, que por si fuera poco debe ir en aumento para que la reelección sea una opción, como plantean muchos. Pero también requiere de instrumentos, muchos de los cuales aguardan en la Legislatura, cuyo resorte maneja la propia coalición de gobierno. O varios de sus generales. 

Radica allí una clave importante para definir el futuro político del Gobernador y el de la provincia. Hace tiempo Valdés viene proponiendo lo que la Legislatura no viene disponiendo. Esa contradicción, manejada todavía dentro de los palacetes oficiales, en algún momento hará eclosión si las diferencias se vuelven insalvables y se convierten en trabas.

La oposición, diezmada por falta de estrategia, fragmentada por mezquindades varias, sin un perfil claro más allá de la defensa de las directrices del gobierno de Alberto Fernández, y sin una propuesta que supere la “sensación de seguridad-estabilidad” que ofrece Encuentro por Corrientes, no tiene poder de fuego. El contralor es menor y los debates no aparecen más que como charlas de café, lo cual tensiona de nuevo sobre la posibilidad de acceso real al poder, que sería importante para una oposición que se precie, como la del PJ, pero que no es lo único. Lo más grave de la ausencia de una oposición real, local-provincial, radica en el empobrecimiento de la calidad final de la democracia.

Este racconto, que no agota las aristas posibles para el análisis, puede abrir la puerta hacia una oportunidad si las diferencias de criterio -que existen en el Gobierno, pese a los silencios que imperan en la vida pública correntina-, se canalizan utilizando lo mejor de las artes de la política. La historia de Corrientes es pródiga en disputas, fratricidas muchas de ellas, que no hicieron más que ahondar la postración.

Los actores del gobierno de Corrientes, que son los mismos desde la crisis de 2001, tienen ante sí la posibilidad de poner a la provincia y a su gente por encima de los intereses personales o sectoriales. De asumir la cuota de responsabilidad que les toca en la administración de la cosa pública, lo que implica suspender, de momento al menos, esa posición de víctima (la culpa de todos los males es siempre de otro, del otro, sobre todo del Gobierno nacional) con el que buscan eximirse de sus errores o excesos. 

La hora demanda inteligencia para resolver las cuitas internas entre los que encaran -por ahora desde el discurso y desde algunas acciones germinales- un proyecto de provincia anclado en el progreso y el desarrollo con inclusión, frente a los mesiánicos y sus acólitos que, subsumidos en pensamientos de otro tiempo, cultivan solo una ambición de poder abonada por las viejas glorias de una supuesta reconstrucción, tras la hecatombe del año 99.

El pago de los salarios en tiempo y forma en una provincia cuya actividad principal depende del Estado, es una base necesaria, sin dudas. Pero es solo una base. Tomar esa obligación institucional como un logro de gestión (y de esto ya hace 20 años) y abandonar la tarea verdadera, proactiva en relación al desarrollo provincial, constituye cuanto menos una explícita violación a los mandatos constitucionales que rigen el principio del poder delegado.

Por tanto, es tiempo, desde hace tiempo, de encender las alertas, de levantar un poco la mirada y advertir que en los próximos años se definirá una grieta real entre el progreso y el atraso, entre los planes y las chicanas, entre la expansión y la aldeanía, entre las relaciones asociativas y las cerrazones de la soberbia autoritaria, entre un gobierno de puertas abiertas y otro más bien oscuro, bosquejado en libretas de almacén.

Evitar las confrontaciones en la cúspide del poder y en todo caso profesionalizar la toma de decisiones pensando en el bien común, debería ser una demanda colectiva, pero es, de arranque, obligación de los que gobiernan. 

La conducción provincial es más que la de un partido. La provincia debiera significar más que la necesidad obcecada de re-batir un récord personal. Pues mientras algunos cargan las tintas con su verba inflamada, venenosa, los récords que duelen se siguen batiendo a sí mismos, por caso los de la pobreza e indigencia, que ya lisiaron el futuro de varias  generaciones desde el 2001 hasta hoy, y que mientras tanto sigue expulsando correntinos a un desarraigo que nos vacía y lastima tanto a los idos como a los quedados.

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