Yayo Cáceres o los fuelles de la nostalgia
Especial para El Litoral
Aquel poeta era un jovencísimo Alvaro Tato, que inmediatamente me comentó que estaba trabajando en la compañía de teatro de Yayo Cáceres. Por aquel entonces, Ron Lalá empezaba a gestar el éxito y prestigio que hoy en día tiene en España y en el exterior. El dato significativo es aquí el modo particular que tenía Cáceres de presentarse a los poetas y actores españoles, enseñándole el caracú de nuestra provincia: el chamamé.
Sucedió, sigue sucediendo, aunque Yayo partió un día de Curuzú y anduvo repartiendo manojitos de juncos y totoras en Buenos Aires, sembrando en sus bulevares “malvones y madreselvas”. Sucedió, sigue sucediendo, aunque “Si hablamos de partir yo me estoy yendo / y siempre estuve yéndome de todo, / y así, siempre partiendo; fue mi modo. / El que encontré para seguir creciendo”. ¿Qué dejó el poeta en su tierra natal? Todo. ¿Qué se llevó? Todo. Por eso no ha de extrañar que en tierras de Cervantes, de Lope, de Quevedo, ande Yayo tocando “Don Guaberto”, escribiendo una nueva “Profecía del Tajo” o tras escena tejiendo delicadísimos ñandutís, llenos de humor e inteligencia, de transgresión y clasicismo, sustentados por la excelente pluma de Alvaro Tato.
Que un porteño/a teatrero medio lacaniano, medio heredero de Cristina Rota y del exilio a punta de pistola, triunfe en Madrid como director de teatro medio under no resulta descabellado; pero que un correntino que toca a Millán Medina, canta y compone chamamé y dirige teatro con obras de Cervantes de fondo, triunfe en tierra manchegas, precisamente en el Festival de Almagro, resulta no solo admirable sino conmovedor y hasta casi surrealista, como el tema “La pelota de cuero” que alguna vez le vi interpretar a Yayo en la mítica Sala Clamores de Madrid.
Solo un buscador encuentra y cuando cree estar ante lo buscado, lo anhelado, vuelve al camino, a calzar de hambre sus zapatos: “Traigo no sé de dónde lo que soy / Mezcla, duda. / Traigo por los caminos, no sé qué soles / Gestos, hombres / madres que dieron vida sin preguntar”. Tal es el impulso vital del poeta multifacético de Curuzú que, consciente de que todo movimiento acarrea pérdidas, debe asir el tiempo aunque el mismo se convierta en una cartografía de la ausencia, en el resplandor del tópico virgiliano “tempus fugit”: “Si ahora pusieras tu boca en mi frente, / abuela del alma... / tan solo con eso, / abuela, con eso / las penas pasaran / Si ahora pudiera tener tu regazo, / tus brazos de rama... / la calma de un beso / y con manos de niño / tocarte la cara”.
Muestrario mInimo
Si ahora pusieras tu boca
[en mi frente,
abuela del alma...
tan solo con eso,
abuela, con eso
las penas pasaran.
Si ahora pudiera tener tu regazo,
tus brazos de rama...
la calma de un beso
y con manos de niño
tocarte la cara.
si vieras qué fácil,
qué cosa de nada,
la vida sería como la mañana
en que supe nombrarte
y perderme en tu nombre
abuela del alma.
Si vieras que niño
[te espero en la casa.
¡Si vieras qué noche!
abuela del alma.
un cielo de acordeonas
[contra el pecho
y la inasible música flotando
de ese chamamé que
[aún no se ha hecho.
Pacheco
En el umbral de mi casa
está sentado Pacheco,
con los ojos en los ojos
rodeado de varios perros.
En las canas de la barba
lleva la vida Pacheco.
Sentado a la media siesta
en el umbral del silencio.
En el silencio hay un algo
que yo también lo presiento,
que la traición no me roza
por los amigos que tengo.
Luego se pone de pie,
te abre la mano y saluda
Y te presenta sus perros
que aunque son perros y ladran
tienen oficios diversos,
Incluso algún marca calle
se recibió de ingeniero.
Te los presenta Pacheco
mientras repite sus nombres
bajo sus ojos atentos.
En el umbral de la vida
quedó muy solo Pacheco,
Y aunque está mal como suena,
lleva una vida de perros.
En los ojos lleva el llanto
como una lluvia de enero
mientras camina hacia el sol
por la calle de mi pueblo.
Un día se nos marchó
y entró en el cielo Pacheco...
A un cielo muy silencioso
entró rodeado de perros.
***
Madre
La casa
El fuego y el agua
Entre malvones y madreselvas
Y el sol del patio que tanto cuesta
Dejar atrás
Madre
La casa
El perro y su fiesta
Como de niño canto esperanzas
De hallar abrigo cuando me cansa
Tanta tristeza
Madre
La casa
El fuego y el agua
Las manos buenas
[de quienes fueran
Amores blancos, palabras tiernas
Cuesta partir
Madre.
Partir
Si hablamos de partir
[yo me estoy yendo
y siempre estuve yéndome de todo,
y así, siempre partiendo;
[fue mi modo.
El que encontré
[para seguir creciendo.
Cruzar la vida sin saber fue duro.
Y más duro es quedarse
[a contrapelo.
Sin embargo encontré
[en cada desvelo
una mano tendida y un pan duro.
Las cosas del amor
[ocurren siempre
allá donde la vida es consecuente,
allá donde el ocaso nos aguarda
con un cuerpo desnudo.
[No hay manera
de hacer camino atrás pues la tarea,
es vencer a la muerte, que no tarda.
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