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Yayo Cáceres o los fuelles de la nostalgia

Nació en Curuzú Cuatiá en 1965. Poeta, músico y compositor. Director, actor y autor teatral. Actualmente reside en Madrid, donde viene desarrollando una prolífica obra como director de teatro y compositor de música para piezas teatrales a través de la compañía Ron Lalá (entre otras). Ha recibido el importante premio “Max” al mejor espectáculo con la obra  “Cervantina”. Ha publicado “Yendo” (2017, libro-disco de cuentos, anécdotas, poemas y canciones con ilustraciones de Oscar Grillo); y “513” (poemario, 1993). 

Por Rodrigo Galarza

Especial para El Litoral

De qué parte de Argentina eres?”, me preguntó. “De Corrientes”, respondí, esperando que me citara los dos primeros versos del tango “A media luz” como sucedía habitualmente. Pero no, “ah, eres de la tierra del mítico chamamé”, dijo sonriendo el poeta madrileño. Tal fue mi sorpresa que le respondí con un gesto casi interrogatorio. Esto sucedió en los primeros años del 2000, en una tertulia en la Residencia de Estudiantes de Madrid, la prestigiosa institución que tuvo como huéspedes a Lorca, Dalí, Buñuel, etc.

Aquel poeta era un jovencísimo Alvaro Tato, que inmediatamente me comentó que estaba trabajando en la compañía de teatro de Yayo Cáceres. Por aquel entonces, Ron Lalá empezaba a gestar el éxito y prestigio que hoy en día tiene en España y en el exterior. El dato significativo es aquí el modo particular que tenía Cáceres de presentarse a los poetas y actores españoles, enseñándole el caracú de nuestra provincia: el chamamé. 

Sucedió, sigue sucediendo, aunque Yayo partió un día de Curuzú y anduvo repartiendo manojitos de juncos y totoras en Buenos Aires, sembrando en sus bulevares “malvones y madreselvas”. Sucedió, sigue sucediendo, aunque “Si hablamos de partir yo me estoy yendo / y siempre estuve yéndome de todo, / y así, siempre partiendo; fue mi modo. / El que encontré para seguir creciendo”. ¿Qué dejó el poeta en su tierra natal? Todo. ¿Qué se llevó? Todo. Por eso no ha de extrañar que en tierras de Cervantes, de Lope, de Quevedo, ande Yayo tocando “Don Guaberto”, escribiendo una nueva “Profecía del Tajo” o tras escena tejiendo delicadísimos ñandutís, llenos de humor e inteligencia, de transgresión y clasicismo, sustentados por la excelente pluma de Alvaro Tato.

Que un porteño/a teatrero medio lacaniano, medio heredero de Cristina Rota y del exilio a punta de pistola, triunfe en Madrid como director de teatro medio under no resulta descabellado; pero que un correntino que toca a Millán Medina, canta y compone chamamé y dirige teatro con obras de Cervantes de fondo, triunfe en tierra manchegas, precisamente en el Festival de Almagro, resulta no solo admirable sino conmovedor y hasta casi surrealista, como el tema “La pelota de cuero” que alguna vez le vi interpretar a Yayo en la mítica Sala Clamores de Madrid.

Solo un buscador encuentra y cuando cree estar ante lo buscado, lo anhelado, vuelve al camino, a calzar de hambre sus zapatos: “Traigo no sé de dónde lo que soy / Mezcla, duda. / Traigo por los caminos, no sé qué soles / Gestos, hombres / madres que dieron vida sin preguntar”. Tal es el impulso vital del poeta multifacético de Curuzú que, consciente de que todo movimiento acarrea pérdidas, debe asir el tiempo aunque el mismo se convierta en una cartografía de la ausencia, en el resplandor del tópico virgiliano “tempus fugit”: “Si ahora pusieras tu boca en mi frente, / abuela del alma... / tan solo con eso, / abuela, con eso / las penas pasaran / Si ahora pudiera tener tu regazo, / tus brazos de rama... / la calma de un beso / y con manos de niño / tocarte la cara”.

Muestrario mInimo

Si ahora pusieras tu boca 

    [en mi frente,

abuela del alma...

tan solo con eso,

abuela, con eso

las penas pasaran.

 

Si ahora pudiera tener tu regazo,

tus brazos de rama...

la calma de un beso

y con manos de niño

tocarte la cara.

 

si vieras qué fácil, 

qué cosa de nada,

la vida sería como la mañana

en que supe nombrarte

y perderme en tu nombre 

abuela del alma.

Si vieras que niño 

    [te espero en la casa.

¡Si vieras qué noche!

abuela del alma.

                                      

un cielo de acordeonas 

    [contra el pecho

y la inasible música flotando

de ese chamamé que 

    [aún no se ha hecho.

Pacheco

En el umbral de mi casa

está sentado Pacheco,

con los ojos en los ojos

rodeado de varios perros.

 

En las canas de la barba

lleva la vida Pacheco.

Sentado a la media siesta

en el umbral del silencio.

 

En el silencio hay un algo

que yo también lo presiento,

que la traición no me roza

por los amigos que tengo.

Luego se pone de pie, 

te abre la mano y saluda

Y te presenta sus perros 

que aunque son perros y ladran

tienen oficios diversos, 

Incluso algún marca calle

se recibió de ingeniero.

Te los presenta Pacheco 

mientras repite sus nombres

bajo sus ojos atentos.

En el umbral de la vida

quedó muy solo Pacheco,

Y aunque está mal como suena,

lleva una vida de perros.                

                                                         

En los ojos lleva el llanto                  

como una lluvia de enero                  

mientras camina hacia el sol          

por la calle de mi pueblo.      

Un día se nos marchó

y entró en el cielo Pacheco...

A un cielo muy silencioso

entró rodeado de perros.

***

Madre

La casa

El fuego y el agua

Entre malvones y madreselvas

Y el sol del patio que tanto cuesta

Dejar atrás

 

Madre

La casa

El perro y su fiesta

Como de niño canto esperanzas

De hallar abrigo cuando me cansa

Tanta tristeza

 

Madre

La casa

El fuego y el agua

Las manos buenas 

    [de quienes fueran

Amores blancos, palabras tiernas

Cuesta partir

 

Madre.

 

Partir

Si hablamos de partir 

    [yo me estoy yendo

y siempre estuve yéndome de todo,

y así, siempre partiendo; 

    [fue mi modo.

El que encontré 

    [para seguir creciendo.

 

Cruzar la vida sin saber fue duro.

Y más duro es quedarse 

    [a contrapelo.

Sin embargo encontré 

    [en cada desvelo

una mano tendida y un pan duro.

 

Las cosas del amor 

    [ocurren siempre

allá donde la vida es consecuente,

allá donde el ocaso nos aguarda

 

con un cuerpo desnudo. 

    [No hay manera

de hacer camino atrás pues la tarea,

es vencer a la muerte, que no tarda.

 

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