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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

El Litoral y un joven de largas patillas

Por Jorge Eduardo Simonetti

jorgesimonetti.com

Especial para El Litoral

“Que nada nos limite. Que nada nos defina. Que nada nos sujete. Que la libertad sea nuestra propia sustancia”.

Simone de Beauvoir, escritora, profesora y filósofa francesa

Esta no es una historia de El Litoral, que seguramente estará volcada en estas páginas con mayor propiedad y datos históricos de los que mi pluma pudiera aportar. Es, sí, mi propia historia, expuesta en un puñado de hitos de mi vida personal que tienen que ver con nuestro diario.

Mayo es, en Corrientes, un mes de celebraciones y recuerdos. No lo sé a ciencia cierta, pero intuyo que el fundador del diario El Litoral a sus 59 años, don Juan Romero, no por casualidad fijó la fecha del 3 de mayo para fundar el que hoy es el decano de la prensa de nuestra provincia.

Es el día de la conmemoración del Milagro de la Cruz, que forma parte de la mejor tradición cultural y religiosa del pueblo citadino, y fue 1960 su año de nacimiento, 372 años más joven que la ciudad que le sirviera de cuna y abrigo.

Pero yo descubrí el diario nueve años después, en 1969, cuando llegaba a Corrientes desde otros lugares, un poco asustado, para comenzar la etapa adulta de la vida. Parado en las veredas de su nuevo y moderno edificio, un joven que comenzaba sus estudios universitarios en ese mismo año, miraba con asombro de inexperiencia, la flamante sede de un medio de prensa que ya por entonces fijaba los rumbos de la información y constituía la caja de resonancia de los acontecimientos de la época.

Eran tiempos de las minifaldas, los pantalones oxford y las patillas largas, los del correntinazo y los de la trágica muerte de Juan José Cabral. Las hojas de nuestro matutino nos mantenían, a los estudiantes de ese entonces, informados y alerta, en un comedor universitario atestado de comensales bulliciosos e ideas revolucionarias. Se grabó a fuego mi primera relación con El Litoral.

Pasaron los años, las renovaciones tecnológicas y los cambios de formato, pero el espíritu del diario no cambió, continuó siendo el de su fundador, el de un medio con imprescindible seriedad informativa y con una mentalidad joven, siempre abierta a los nuevos paradigmas.

Y las vueltas de la vida llevaron a ese joven de patillas largas y pantalones oxford, a ocupar distintos cargos en la función pública. Siempre, en el primer lugar de mi mesa, con el café de la mañana, el diario El Litoral, para hundirme en la impronta de sus periodistas, especialmente la del muy recordado Don Carlos Gelmi, y la del ingenioso Chaque que a todos nos sacaba una sonrisa.

Y, debo decir, pasado el tiempo de las realidades que entonces quemaban, que nunca el diario le dio un trato condescendiente al gobierno que yo integraba, muchas veces en lo personal recibí críticas en sus páginas, pero jamás le perdí el respeto que se debiera tener siempre con los que son respetables, aunque no se compartan sus visiones.

A riesgo de ser indebidamente categorizado, confieso que por primera vez me sentí importante en mi gestión política el día que fui objeto de un dibujo de Chaque, ese del recordado apelativo del “Dr. Limonetti”, haciendo referencia a mi parquedad y rostro adusto. Para quienes estábamos en la política, merecer una caricatura en El Litoral era como una medalla en el pecho.

Y recorriendo en mi memoria nuevamente los inescrutables caminos del destino, en febrero del 2012 me convertí en colaborador del diario con mis columnas de opinión, de las que llevo algo así como cuatrocientas. Ingresé de la mano de un amigo, Eduardo Ledesma, me consolidé con el don de gente de su director propietario, Carlos Romero Feris, y me enorgullecí compartiendo espacio periodístico con la pluma de Don Carlos Gelmi.

En sus salones presenté mis cuatro libros, y pienso también hacerlo con el quinto en edición, si Dios, la pandemia, la cuarentena y la generosidad del diario me lo permiten.

Hace diez años, con motivo de celebrarse su 50° aniversario, me preguntaron en un reportaje de qué manera definiría al medio periodístico en pocas palabras, y respondí: “es un diario de concepto”.

Y explico el por qué de mi respuesta: en la viña del Señor hay para todos los gustos, los hay para leer avisos clasificados, para noticias sensacionalistas, para ser el portavoz de las posiciones políticas de sus dueños, pero también, como el nuestro, para informarse en profundidad y entresacar enseñanzas de sus líneas de pensamiento.

Y si en el epígrafe escribí “60 años construyendo libertad”, es no sólo porque así lo considero desde un punto de vista teórico, o desde la perspectiva del lector. Bastaría para ello hacer sesudas elucubraciones acerca de la libertad de prensa y de expresión, pero no tendrían el valor de la experiencia vivida como columnista de opinión de más de ocho años, en los que nunca, de ningún modo, recibí sugerencia, observación ni mínimo atisbo de censura, a pesar de conocer algunos cuestionamientos que se le hacían a los directivos,  desde los ámbitos oficiales, por el contenido de mis opiniones. Escribí lo que pensaba y así se publicó siempre.

No son tiempos fáciles para la prensa, pero sé que El Litoral está acostumbrado a las partidas bravas. La porfía de su director propietario y la experiencia y juventud de su plantel, le auguran la necesaria continuidad en una sociedad que lo valora.

Aunque parezca presuntuoso decirlo, creo sinceramente que el diario es parte necesaria de Corrientes, y que la ciudad y la Provincia seguramente no serían las mismas sin su diaria presencia.

 Choco mi copa virtual en este tiempo de cuarentena, con todos sus trabajadores y directivos y me uno a la celebración de estos jóvenes sesenta años, por otros sesenta en esta brega diaria por la tinta, el papel y el espacio cibernético.

Y le digo a su joven plantel, parafraseando a Simone de Beauvoir, que nada los limite, que nada los defina, que nada los sujete, que la libertad siga siendo su propia sustancia en el sagrado ejercicio de la labor periodística.

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