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La palabra, dicha o escrita

La palabra no deja de ser una enseñanza. Con ella se comprende. Se discute. Se coincide o no. Es un punto de partida, se sigue o se disputa. Se discurre. En defensa de ella: el sentido común. 

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Me enamora su elocuencia oída o leída. Tiene un valor increíble de expresión, porque cada una de sus voces representa realidad, memoria, pensamiento. Miles de formas de pensar que conviven por ser convicción. Que luchan por ser verdad. Que se esfuerzan y no escatiman esfuerzos por hacerse entender, tratando de ser lo más veraces, aunque hoy la verdad cotiza muy poco. Muchas veces es más fuerte y más expeditivo el rumor porque no precisa pero comunica, es más rápido y está cuando no debe en el lugar equivocado. Son maneras que no comparto ni aliento, más aún cuando son escritas o dichas con total desenfado.

Decía que ellas, palabras oídas o escritas, expresadas o transcriptas, cuando existe buena intención mejora el mensaje y uno más las quiere y valora. Se hace notoria por derecha, guarda racionalidad que fortalece lo creíble. 

Siempre me detengo en la estética y en la capacidad de expresar lo complejo simplemente. Amo a todos aquellos que hacen de ella orgullo respetable, porque son enseñanzas que se desprenden como mil hojas en busca de adictos a la elocuencia, pero más que nada al sentido común.

Dice Marcel Mesulam: “Los humanos hemos inventado este sistema cuyo único propósito es crear un símbolo que llamamos ‘palabra’ para objetos específicos, ideas, sentimientos. Se podría decir que la red del lenguaje es el mejor sistema conocido hasta ahora para la creación de símbolos y no hay otro animal que lo tenga.”

Oscar Martínez, ese gran actor argentino, director teatral, autor de un libro específico para teatro, las palabras a él, también le conmueven. Hay un trabajo, un aporte que hizo para la obra integral de Lito Vitale “Juntando Almas”, por el cual han desfilado grandes pares del arte, del canto y la música. El se inserta diciendo su prosa que siempre me conmueve por lo certero y auténtico: “Que me palpen de armas”. Oscar Martínez se despacha con lo cierto y lo imposible, con los sueños y las broncas, con la desazón y con la alegría, esa que no explota sino  trasunta en lágrimas. La elocuencia y la lógica corporizan sus líneas, pero quiero recordar justamente una: “La laboriosa tarea de desaprender lo aprendido, el desacato a aquel mandato primario y fatal, aquel dictamen según el cual se gana o se pierde, se ama o se es amado, se mata o se muere”. Coincido con su descreimiento trágico que a la vez es una advertencia que él se repite con lógica razón ante una vida “tiro al aire,” que hoy se practica: “Me cuesta vivir a contratiempo, con la sensación de ser testigo de un desatino histórico gigantesco, de un extravío descomunal, tan irracional, absurdo o desolador como la bomba de neutrones.” Y se anima a concluir con la pureza del sentimiento por reencontrarnos como debimos: “Que la muerte no nos hiera en vida, que la ferocidad no nos pueda el alma, que nada troque nuestra dicha de estar despiertos, que una acaricia nos atraviese como una flecha jubilosa y radiante. Besemos a los que amamos, amémonos.” Son los artistas tal vez por la sensibilidad que guardan el cuerpo con alarmas que tocan el alma, que sus palabras nos reubican haciéndonos pensar. Soy admirador de tantos merecidos, pero Armando Tejada Gómez, el mendocino, ha sabido construir palabras que por ser transparentes son capaces de proyectarnos todas las imágenes de nuestros pensamientos: “Uno siempre vuelve a los viejos sitios donde amó la vida, / y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas. / Por eso muchacho no partas ahora soñando el regreso, / que el amor es simple, y a las cosas simples las devora el tiempo.” Esto pertenece a su tema “Las simples cosas”, cuya música es de César Isella, siendo su interpretación un elogio a las palabras y el canto. Un éxito que el tiempo se ha encargado de no devorarlo, sino de frecuentarlo porque su vigencia no tiene fin.

Todas son veraces cuando existe la buena intención. Son lecciones de vida que enseñan y develan, diciéndonos cuán importantes son cuando prima la ética y la estética, porque ellas son una celebración.

Dante Panzeri que ha sido un ejemplar periodista deportivo, utilizaba la lógica como único camino y la verdad como el objetivo primordial. El, siempre, recordaba que “todo periodista tiene que estar preparado para perder amigos. El periodista es y debe ser un descontento. Yo no busco adeptos. Es más, en algún caso me molestan. Ni el más genial de los hombres merece ser admirable porque lo que hace como cosa difícil para los demás, es fácil para él.” O, sea, era la síntesis de la objetividad que no a todos muchas veces cae bien.

José Luis San Pedro, el pensador español de oficio especialista económico, no escatimó esfuerzos ni tiempo para visualizar desde las palabras que saben y dicen, era pertinaz porque amaba lo directo, y sus palabras tenían transparencia de verdad merecida: “Yo comparo la educación con un árbol. Parte de una semilla, y en ella hay unas potencialidades, lo mismo que el hombre nace con unas potencialidades, en los genes. Luego esas potencialidades se verán reforzadas o dificultadas, o complementadas dependiendo de las circunstancias en que se nace y crece.” Pero reafirma que si bien la humanidad ha evolucionado técnicamente, “pero nos seguimos matando con una codicia y una falta de solidaridad escandalosas. No hemos aprendido a vivir juntos y en paz.” Hoy, mucho después, la vida nos ha enseñado que no podemos vivir solos. Ahora todos dependemos de todos, porque esa es la prueba cabal de la solidaridad en su más sensible intimidad.

La revisión de palabras que fueron dichas o escritas por gente con pensamiento coherente y de sentido común, permiten enriquecernos, aprender de ellas, saber que la objetividad es esencial como el conocimiento, para tomar las cosas como son, reales, mediocres, inmejorables, pero tal cual. Perfectible, siempre con un margen saludable por mejorar y rever que el cambio es bueno, todo es posible para ser y no lamentar.

Los artistas populares son poseedores de una vertiente especial que le da la calle, el contacto con la gente, que les permite en dos palabras decir los que otros con artificios no logran jamás.

Ricardo Darín, el actor argentino que aman los españoles, días pasados trascendió cuando un medio de allí publicó algunas de sus particulares frases de una sensibilidad superlativa y una realidad patética. “La estupidez de cometer errores que cuestan vidas, de los necios que se distraen con teorías conspirativas, que no detectemos lo que está ocurriendo porque lo cierto es que todos estamos metidos en la misma sopa. Y me inquieta no poder ayudar más. Nos pasamos la vida anhelando estupideces.”

La vida sin sentido común es frase vacía que conduce al colapso por la irresponsabilidad y elocuencia que en su aparente dominio, muchos, las convierten en bombas poderosas contra nosotros mismos. El mundo es la consecuencia de no decirlas a tiempo y atinadamente. 

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