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El implacable vicio de apostar a la improvisación

En estas latitudes se cree que la versatilidad es un atributo en sí mismo que ayuda a enfrentar cualquier contingencia, sin darse cuenta que tener un plan es la clave para recomenzar. 

Por Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez

El argentino promedio se ufana de su presunta habilidad para atravesar las crisis. De hecho, está convencido de que puede superar lo que fuere que ocurra sólo porque tiene cierta gimnasia en esto de sortear escollos.

Se puede afirmar que el panorama que se presenta cíclicamente posibilitó ejercitar una suerte de talento para adaptarse a gran velocidad, pero esa destreza innata no alcanza siempre para vencer a cualquier adversidad.

En la trayectoria de debacles locales aparecen múltiples testimonios de personas que fueron doblegadas brutalmente por la coyuntura y que luego se repusieron admirablemente de aquel tropiezo en un plazo récord.

Pero no menos real es que se conocen otras historias de individuos que jamás volvieron a reencontrarse con sus épocas de gloria, cayendo en pozos depresivos destructivos y llevando tristeza a su entorno familiar.

No siempre los finales son felices. Tal vez se ha sobredimensionado, con ese clásico exitismo que representa a tantos personajes, esa supuesta capacidad de levantarse fácilmente luego de cada desastre.

Esa dinámica sería irrelevante si fuera sólo descriptiva, pero el mayor daño de recitar esa leyenda y convencerse de que todo es posible, que la esperanza es lo último que se pierde y que se ha salido de situaciones peores, es que funciona como un mecanismo que invita a la improvisación.

Muchos hacen un culto de su pragmatismo. Inclusive demasiados creen que las ideologías son intrínsecamente malas y que esa preferencia por seleccionar decisiones sin barreras mentales siempre brinda soluciones.

A la luz de la evidencia empírica habrá que decir que se viene girando en círculos por más de cien años. A comienzos de la anterior centuria ninguna nación sudamericana le hacía sombra a este territorio ni a su gente.

Millones de inmigrantes decidieron poblar esta tierra llena de oportunidades, construyendo sus familias y forjando su futuro en esta su nueva patria. Fue una era de un potente desarrollo, no sólo económico sino también integral.

Existe demasiado material que respalda esta visión con datos duros e información fidedigna, que deja poco margen para su relativización. No se trata de una mera percepción, sino de lo que la literatura científica dice.

Este mal hábito fundacional que se ha convertido en una detestable tradición, por el que cada hito electoral es el preludio de un nuevo comienzo, ha generado marchas y contramarchas en diversos aspectos.

Cada flamante gobierno comienza como si el pasado no existiera. Derriba lo que no encaja en su perfil y reemplaza todo casi desde cero. Al concluir cada mandato, la secuencia se reinicia y entonces jamás se avanza.

Mientras tanto, los vecinos abandonaron su inercia y pusieron todo su empeño en edificar un mejor destino. Algunas sociedades lo lograron con creces y hoy el mapa es sustancialmente diferente al del siglo XX.

Resulta imprescindible trazar un rumbo de la mano de una brújula que señale el camino. Nadie pretende esquemas rígidos ni se debe rechazar la capacidad de ajustar velas cuando suceden hechos extraordinarios.

El problema aquí es que no existen políticas que permitan ser analizadas con seriedad por su eficacia. La praxis como norte deja de ser elogiable y se convierte entonces en una demostración aplastante de la incapacidad local.

No se aspira a que el gobierno decida qué se debe hacer, ni mucho menos cómo conseguirlo, sino que pueda establecer un marco legal que permanezca en el tiempo transmitiendo certezas al mercado para que los estímulos sean los adecuados y se empiece a recorrer un sendero virtuoso.

La pandemia viene a proponer una circunstancia no sólo inesperada, sino también tremendamente dañina para la marcha de la economía global, con repercusiones y consecuencias difíciles de mensurar hasta este instante.

Esta calamidad sanitaria encontró, a cada país, transitando sus propios dilemas, pero no cabe duda de que ciertas comunidades gozan de una mejor plataforma de arranque para una recuperación que otras que vienen retrocediendo secuencialmente.

Se necesita un plan no sólo para eludir a este temible iceberg llamado coronavirus, sino también para pensar y repensar cómo seguir después de esta repentina interrupción para retomar parcialmente la senda original.

Quizás esta nación tiene en sus manos una ocasión de lograr un consenso suficiente para proponer reglas de juego orientadas a su reconstrucción que ofrezcan escenarios mas previsibles para que, de ese modo, los ciudadanos puedan proyectar sus sueños y mirar el porvenir con mayor optimismo.

La excesiva dosis de incertidumbre aquí no contribuye en nada. Si ese plan no aparece, aunque fuera tímidamente serán muchos los que buscarán horizontes en otros lugares preparando su inexorable emigración.

Cuando las sociedades pierden a sus mejores exponentes corren el riesgo letal de desmoronarse e hipotecar cualquier chance futura. Es tiempo de seducir a todos con perspectivas creíbles, que muestren a la política con diferencias, pero también con acuerdos vitales que brinden convicción.

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