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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Goberdemia: en fase dos

La “goberdemia” refiere al funcionamiento del gobierno argentino en tiempos de pandemia. Si la fase 3 es la constitucional y la 1, la toma del mando formal por parte del poder real, la 2 es la del doble comando, durante la cual el poder real toma las decisiones importantes y el poder formal las ejecuta. ¿A cuánto estamos de la fase 1?

Por Jorge Eduardo Simonetti

jorgesimonetti.com

Especial para El Litoral

 

“El secretario bonaerense de Seguridad comunica a la legítima líder de la patria, Dra. Cristina Fernández de Kirchner, que su designado mandatario, abogado penalista Alberto Angel Fernández…”.

Tte. Cnel. (R) Sergio Berni

 (De su libro “Los bonaerenses somos derechos y humanos. El plan B de Cristina”, editorial Biblioteca Cívica Juan Kenan)

Goberdemia: dícese del funcionamiento del gobierno argentino en tiempos de pandemia. Cuenta con tres fases: fase 3 significa que cada uno de los poderes ejerce sus funciones constitucionales; fase 2, el Poder Judicial solo se dedica a las cuestiones urgentes, las causas por corrupción pública quedan paralizadas, el Poder Legislativo sesiona a través de las pantallas y el Presidente ejecuta las decisiones adoptadas en el ámbito de la vicepresidencia; y fase 1, la vicepresidencia se hace cargo directamente del Poder Ejecutivo y ordena las tareas de los restantes poderes.

Una de las más complejas de identificar es la fase dos, porque existe un telón interpuesto que impide observar con claridad los movimientos del poder; es la fase del doble comando. No se sabe hasta dónde llega la voluntad del personaje visible de la relación, cuáles son las decisiones propias y cuáles aquellas en las que solo pone la voz para interpretar un guion que no le es propio.

El increíble título del libro del “milico” Sergio Berni (su contenido tal vez no lo sea menos), muestra de manera explícita la nueva conformación del poder que se ha instalado en la Argentina a partir del 10 de diciembre pasado. Alberto Fernández no es, como lo indica la constitución, el presidente electo, es el presidente “designado”.

Pero la gravedad no está tanto, como pareciera, en su falla de origen, sino en el comportamiento como “presidente designado”, triste papel que parece dispuesto a cumplir a rajatabla.

Las respuestas destempladas que suele dar el primer mandatario siempre se dirigen hacia afuera, por ejemplo hacia Cristina, pero a la periodista Cristina Pérez. La Cristina interna o eterna, Cristina Fernández, solo parece recibir, en términos castrenses, la “venia” del Presidente.

En mi último libro “Las zonas oscuras de la democracia” (2020), escribí que en la democracia el consenso es siempre parcial y temporalmente acotado: “El conflicto es el dato central de la política, la política es el dato central de la democracia”.

Haciendo referencia a la definición de Juan Carlos Monedero, diré que el conflicto es un equilibrio inestable de seres humanos y existirá mientras haya personas que piensen que merecen algo y no lo tienen.

La política, no solo en el sentido institucional de la palabra, sino también en el sentido social, es la tarea de intermediación en el conflicto siempre presente en la sociedad. Si no existe la política para intermediar, la violencia ocupa su lugar.

El conflicto es un fenómeno natural de la convivencia. Pero existe también otro tipo de conflicto, que no constituye una categoría sociológica sino una disfunción en el comportamiento; es aquel que es provocado artificialmente por el emisor para causar un efecto determinado.

Cristina no es distinta de Donald Trump (por dar un ejemplo). Ideológicamente pareciera que no coincidieran, pero tienen en común ese bache de la conducta que significa gobernar a través de la autogeneración del conflicto, gobiernan construyéndolo, inventándose enemigos, creando antagonismos en el seno social, azuzando a los ciudadanos a la confrontación.

Así gobernó Cristina, así gobierna Trump. No administran los conflictos, los producen; pero no pueden de otra manera, porque para ellos no se originan en las tensiones objetivas de los problemas reales, sino en sus propios baches de personalidad que necesitan la controversia como el adicto la droga.

No son pocos los casos de los gobernantes cuyos comportamientos lindan con patologías mentales, en especial con la psicopatía, que se caracteriza por la falta de empatía y de sentimientos de culpa, así como por el egocentrismo, la impulsividad y la tendencia a la mentira y a la manipulación. En los ámbitos del poder es muy fina la línea entre lo normal y lo patológico.

De pronto, en la Argentina de la pandemia aparece esa trágica combinación entre el doble comando político y la psicopática manera de generación de conflictos.

Cuando Alberto Fernández nos adormecía con sus conferencias pandémicas, cuando parecía que los problemas de Argentina -los reales- eran principalmente dos (la lucha contra el virus y la negociación de la deuda pública), como sacando un conejo de la galera que nadie esperaba, el designado presidente anuncia que va a expropiar la aceitera Vicentin.

Automáticamente las miradas intentaron atravesar el telón, no parecía una decisión de un Fernández con bigote, sino de una con pollera. Bingo: doble comando y creación de un conflicto. Pero esta vez en un momento muy inadecuado: un país paralizado social y económicamente por un virus, y una señal inadecuada hacia los que podrían haber tenido la peregrina idea de invertir en la Argentina de los Fernández. 

No todo, sin embargo, es torpe, pues lograron con ello abrir un nuevo frente de discusión que desviaría, momentáneamente, las miradas sobre la grave situación económica de la Argentina. Pequeño logro para problemas tan grandes.

Estamos, entonces (¿no lo estuvimos siempre?) en la fase 2 de la goberdemia, esa en la que el poder oculto se hace presente con decisiones que son de su marca. De aquí en adelante, los ciudadanos tenemos que saber que volvemos a los tiempos anteriores del 2015 y que el estilo será el de esos tiempos.

El corsi e ricorsi del filósofo Giambattista Vico, que refiere a que la humanidad no se mueve siempre en progreso, que hay un regreso inevitable en los meandros de la historia, se hace presente en Argentina con la vuelta al estilo cristinista de gobierno, pasividad de su tocayo mediante. Pero, al decir de Carlos Marx en su “18 de Brumario”, la primera fue como tragedia, sin embargo hoy, en plena pandemia, parece repetirse como miserable farsa.

La tragedia, que fue la forma psicopática de ejercicio del poder que generó división y odio entre los argentinos, parece reeditarse con la renovada metodología de creación artificial de conflictos, que ya produjo el primer banderazo importante en todo el país, especialmente en la zona productora de la provincia de Santa Fe.

Sin embargo, aunque no deja de ser un drama, el formato de ahora está más adecuado para farsantes, que se atribuyen la paternidad de ideas que les fueron impuestas.

¿A cuánto estamos de la fase 1 de la goberdemia?

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