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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Los descarados que se rasgan las vestiduras

Un incidente en Estados Unidos fue suficiente para que una parte de la opinión pública reinstale un cínico debate en el centro de la escena. 

Por Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez

Ya no sorprende cómo se desencadenan este tipo de controversias, pero algunos, con bastante ingenuidad caen en la trampa de los perversos que saben cómo aprovechar cada tropiezo y llevan agua para su molino.

Mal que le pese a los predicadores del caos, el racismo en el planeta retrocede año a año. Hay que asomarse nomás a una nómina de estudios que dan seguimiento a esta temática, que plantean esa disminución evidente.

Nadie pretende desconocer este fenómeno tan real como tangible, pero sí es imprescindible ponerlo en su justa medida para poder abordarlo con seriedad y avanzar con inteligencia en el diseño de políticas públicas.

La humanidad siempre enfrenta retos y resulta vital el reconocimiento de los derechos, combatiendo cualquier tipo de conducta inapropiada. La tolerancia, el respeto y la convivencia, se construyen aceptando los errores y tomando nota de las barbaridades que se cometen a diario. Se trata de un aprendizaje, duro, pero extremadamente eficaz.

En esta ocasión, la crónica relata el homicidio de un “afroamericano” en Minneapolis a manos de un policía local. Varios videos aportaron material valioso. Indudablemente este aberrante episodio merece un repudio sin atenuantes. Algunos especulan que si la victima hubiera sido un “gringo” los títulos periodísticos reportarían sólo otro evento más de ferocidad policial.

Desde aquel día se inició una secuencia de movilizaciones en diferentes lugares de esa nación, algunos de ellos muy genuinos y otros de dudosa legitimidad. Como ocurre en estas circunstancias, aparecen los realmente preocupados con lo acontecido y los que gracias al alboroto buscan beneficios personales, ideológicos o electorales a partir de la coyuntura.

Algunos analistas utilizan estadísticas que avalan la tesis de la discriminación exhibiendo, por ejemplo, la inocultable desproporción de la población carcelaria cuando se la estratifica por minorías raciales.

Al observar esos datos se pueden obtener ciertas conclusiones, pero se debe tener cuidado con sacarlas del contexto histórico prescindiendo de la comparación en el tiempo. Eso no revierte las deducciones, pero es clave para entender las fases e identificar una progresiva tendencia.

En América Latina el rechazo al estilo de vida “americano” es elocuente. Varios sondeos de opinión lo respaldan. Existen múltiples explicaciones para esta postura, pero ese sesgo debe asentarse para interpretar declaraciones.

La idea de que hoy EE. UU. es racista se ha convertido en una temeraria afirmación. La multiculturalidad de algunas de sus ciudades muestra exactamente lo inverso. Alguien dirá que coexisten en una misma localidad, pero se sienten incómodos compartiendo territorio. Es difícil precisar eso. Lo concreto es que se vive en comunidad y que los problemas son escasos.

Cuando la diatriba proviene de sociedades cuya diversidad étnica es exigua llama la atención la supuesta superioridad moral de los comentarios. Desde aquí muchos creen tener autoridad para denostar y despreciar a otros.

Es paradójico que quienes juzgan esas conductas tienen a su alrededor un panorama parecido al que critican. En estas latitudes los presos también pertenecen, mayoritariamente, no a un sector racial, pero sí social. Las prisiones aquí no están plagadas de miembros de los segmentos sociales acomodados. Muy por el contrario, sólo van a la cárcel los más vulnerables.

Los excesos de las fuerzas de seguridad se producen con más habitualidad contra personas que habitan “villas” que contra aquellos que residen en lugares de mayor prestigio social. Cruzarse de vereda porque la persona que se aproxima tiene un “aspecto sospechoso” es moneda corriente. Evitar ciertos barrios marginales por su potencial peligrosidad también es rutina.

Bajo esa perspectiva antes de tirar la primera piedra habría que pegarse una vuelta por el vecindario y observar la larga lista de reprochables comportamientos.

En las últimas semanas, en el norte argentino se verificaron espantosos crímenes, violencia policial mediante, que no recibieron la misma embestida mediática que el afamado caso del país del norte.

En definitiva, este “racismo” doméstico no difiere mucho del objetado, sin embargo, no se ve a los más férreos defensores de los derechos humanos tomar posiciones tan contundentes a la hora de opinar sobre lo local.

El eterno recelo, el resentimiento siempre oculto, la envidia no explicitada son ingredientes de este complejo cóctel que busca defectos ajenos y minimiza los propios para no tener que asumir sus patéticas actitudes.

Los seres humanos no somos perfectos. Disponemos de cuestionables miradas y estamos repletos de prejuicios, muchas veces inconfesables, que hasta pueden producir vergüenza, aunque no podamos admitirlo.

Vivir en comunidad es un desafío, pero negar que esta sociedad contemporánea es más civilizada que la anterior es casi ridículo. El globo evoluciona, aunque tal vez no a la velocidad esperada. Ocurren cosas terribles a diario, pero a pesar de los desaciertos se ha logrado progresar.

Asignaturas pendientes aparecerán siempre y la chance de mejorar es el motor de ese proceso que convoca a superarse día a día. Es imposible acercarse a la verdad distorsionando noticias. Es mejor descifrar la realidad.

En ese presente nunca faltarán los canallas y los oportunistas, esos a los que les importa muy poco entender lo que sucede. Sus insuperables odios los llevan, inexorablemente, a usar una dialéctica panfletaria tan falaz como hipócrita, que muy poco ayuda a lograr que este mundo sea un lugar mejor. 

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