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Cine mágico

Cuando se apagaban las luces, los personajes tomaban forma. El mundo y mucho más allá era el ilimitado margen de la magia en movimiento. Un espectáculo de sueños lanzados con toda la creatividad del séptimo arte en su máxima potencia.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Para quienes conocimos el cine, cine, esto que voy a contar no les debe causar extrañeza, más bien nostalgia que motivara nuestros sueños tempranos, porque entonces el cine era creatividad plena, donde la imaginación trazaba en cada uno cometidos posibles. Felizmente no existían aún los dibujitos de los juegos electrónicos hechos por computadora, sino imaginación pura, sin apologías brutales donde los productores solamente apuntan, porque el género violento, exacerbado de efectos, hoy es el que más deja.

Entonces, soñábamos instalados con los pies sobre la tierra, abriendo nuestro pecho a la esperanza que aspirábamos a raudales y por ende al optimismo saludable para ser positivos. Con ganas. Con ansias. Remisos a aflojar, sino con el deseo ferviente de haber sido asombrados con obras monumentales, en que el hombre era capaz de rodar, sin olvidar principios que de alguna manera acompañaban el camino de la niñez.

Sin duda, el género que más prendió por tener todas esas virtudes fueron las memorables realizaciones de la comedia musical producida por Hollywood. A propósito, en 1974 la MGM (Metro Goldwyn Mayer), al cumplirse 50 años de su inicio produjo desde el género documental, un testimonio vivo de lo que significó muy especialmente el cine, en el cual entre uno de los rubros más festejados fue el de la comedia musical que le supo poner nombre, fama y marca propia. El título original correspondía a “That’s Entertainment”  cuya versión en castellano ostentaba: “Erase una vez en Hollywood” y que también pasados los años coincide con el nombre que Tarantino le pusiera a una puesta con trama y argumento propio desarrollada en esos tiempos de reflectores y gran prensa pero con origen real, el homicidio de Sharon Tate. Contribuyeron como protagonistas representativos para ese documental celebratorio de la Metro quienes militaron en sus ámbitos: Fred Astaire, Gene Kelly, Peter Lawford, Bing Crosby, Debbie Reynolds, Donald O’Connor, Frank Sinatra, Mickey Rooney, James Stewart, Elizabeth Taylor. La música perteneció a un laureado, Henry Mancini, y la dirección a Jack Haley Jr.

Recordemos que la Metro Goldwyn Mayer fue fundada en 1924 por tres socios: Marcus Loew, Samuel Goldwyn y Louis Mayer. Uno de los personajes más famosos que desfiló por sus grandes estudios, sin duda, fue Fred Astaire, el longo-líneo bailarín que hizo del claps o zapateo americano, todo un arte de orden y ritmo. Fred era oriundo de Omaha, Nebraska, en su largo quehacer se desempeñó como actor, cantante, coreógrafo, y por supuesto bailarín nato. Su notable carrera está poblada de títulos memorables, abarcando 31 películas más televisión, siendo su pareja más famosa, la actriz Ginger Rogers. 

El cine musical tenía dos vertientes, la música y la danza mientras que el argumento era de gran frescura, siempre con una dosis de optimismo, ganas, ánimo, y el mensaje permanente de la esperanza que cabía en cada uno cada vez concluido el film y las luces de la sala vuelta a ser prendidas. Ese ámbito configuraban un gran templo de sueños posibles, siempre con un aroma particular a lavanda y a maní con chocolate que los “chocolatineros” desplegaban por toda la sala, de gran amplitud y con una pantalla que fue evolucionando en tamaño a medida que crecía la tecnología, con un color por tecnicolor de costoso logro de laboratorio que exaltaba aún más todos los colores con un brillo exclusivo y tan particular que lo hacía único.

Ese cine “mágico” produjo títulos memorables con elencos saturados de grandes nombres. Por ejemplo algunos de ellos: “El Mago de Oz” con un tema central que se ganó a todos: “Sobre el Arco Iris” de Harold Arlen con una notable Judy Garland, secundada por los actores Ray Bolger, Frank Morgan y Jack Haley, con la dirección de Víctor Fleming, producida en el año 1939 y adjudicataria de 2 Premios Oscar. Sin dudas una película que jamás olvidaremos ni que tampoco obtuvo Oscar, si bien en 1997 la Academia le confirió uno por su fama que jamás declinó, la constituye: “Singin’ in the Rain” (“Cantando bajo la lluvia”), con un elenco que siempre recurre a nuestra memoria: Debbie Reynolds, Donald O’Connor y el excelente Gene Kelly, como actor, bailarín, coreógrafo, asimismo compartiendo la dirección con Stanley Donen. O, “Anchors Aweigh” (Levando Anclas”), producida en 1945 con un Oscar a su favor, dirigida por George Sidney y la actuación de Frank Sinatra, Kathryn Grayson y Gene Kelly que merced a la mezcla con el dibujo animado baila con Jerry de “Tom y Jerry”. Hubo películas de amor donde la melodía fue tan imprescindible que se convirtieron en éxitos permanentes, como “Angustia de un querer” (“Love is a many-splendored thing”) con la firma de una pareja inigualable: William Holden y Jennifer Jones, fue acreedora de 3 Premios Oscar, Globos de Oro a varios rubros y el Premio de Críticos de la ciudad de Nueva York.

Otra que se “comió” al público fue “Algo para recordar” producida en el año 1957, con Gary Grant y Debora Kerr, donde película y banda sonora tienen una unidad total convirtiéndose en un temazo cantado por el crooner y actor, Vic Damone. Casi similar el argumento, “Sintonía de amor” (“Sleepless in Seatle”) emula “Algo para recordar”, con la diferencia de que se trata de un joven arquitecto viudo que con su pequeña hija, la radio de por medio, buscan  lograr la pareja ideal coincidiendo como la primera en el famoso edificio “Empire State”, lugar de la cita. Fue interpretada por Tom Hanks y Meg Ryan. Este breve apéndice de películas de amor fuera de las comedias musicales mencionadas, ya que han sido muchísimas notables, solo trata de reivindicar la magia del cine que ha ido perdiendo su sortilegio porque la violencia fortísima y los efectos logrados en mesa, no sólo abaratan el costo, sino dan con el joven público que poco y nada le interesa el verdadero romanticismo. El arte y la magia del séptimo arte en su más pura realización tuvo un despliegue descomunal, en equipos, grandes repartos y argumentistas con chispa y brillo. Destacando la esencial presencia de los seres humanos en sus afanes y luchas personales por alcanzar no sólo lo material, sino la vida real y compartirla sin traicionar los principios haciendo valer esa sensible capacidad de poder soñar, imaginar y ver de otra manera el existir natural donde una mirada, un gesto tiene la dimensión real de la ensoñación.

Ese cine mágico me tocó vivir. Asombrarme con las obras de arte. Exigirme y mejorarme al darme cuenta de que la vida es otra, no puede ser la que siempre intenta sacar ganancias. Sino algo más profundo, ese código de miradas donde las palabras a veces no hacen falta. Poder emocionarme con el dolor ajeno como la felicidad que se dispara, se la ve, hasta se la intuye. Ese cine mágico nos doblegó, había en cada uno algo mucho más importante que ofrecerle a la vida: bondad, afecto, amor, amistad, solidaridad. La película símbolo de Walt Disney, fue filmada en 1940, con dibujo animado artesanal pleno y puro sin la abrumadora “maquinaria de efectos especiales”, y es la inigualable “Fantasía”, con un Premio Oscar honorífico al autor de la banda sonora, el famoso compositor Leopoldo Stokosky, que fuera entregado recién en el año 1942.

El cine como magia siempre ha sido el mejor antídoto contra las pálidas, más aún producidas por esa infernal fábrica llamada Hollywood en las décadas del 40 y el 50;  maravillas en la que la creatividad estaba al servicio pleno del espectáculo, sin repetirse ni bajar jamás el nivel de excelencia.

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