Sabado 20de Abril de 2024CORRIENTES25°Pronóstico Extendido

Dolar Compra:$850,0

Dolar Venta:$890,0

Sabado 20de Abril de 2024CORRIENTES25°Pronóstico Extendido

Dolar Compra:$850,0

Dolar Venta:$890,0

/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Meritocracia: motor de progreso y equidad social

El 18 de octubre de 1973, a una semana de haber asumido como presidente de la Nación, Juan Domingo Perón condecoró al “capo” Licio Gelli con la Orden del Libertador San Martín, en su propio despacho. Perón pertenecía a la logia masónica Propaganda Due (P2), que dirigía Gelli y que integraban, en la Argentina, el almirante Emilio Massera y el general Carlos Guillermo Suárez Mason, cuyos “méritos” posteriores son conocidos. La P2 y Gelli estuvieron involucrados en los mayores escándalos de la posguerra italiana, aunque el galardón sanmartiniano no pudo impedir la prisión del italiano.

El 8 de mayo de 2013, Cristina Kirchner distinguió a Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, con la misma orden. Esta vez, en el flamante Centro Cultural Kirchner. Cincuenta años después del galardón a Gelli, el Gobierno argentino condecoró con el mismo collar a otro personaje asociado a la corrupción y la violación de derechos humanos. Con justa razón, le fue retirada en 2017.

La Orden del Libertador San Martín es una distinción que otorga la República Argentina a funcionarios civiles o militares extranjeros que, en el ejercicio de sus funciones, merezcan en alto grado el honor y reconocimiento de la nación.

El presidente Alberto Fernández sostuvo que “lo que hace evolucionar o crecer no es el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años”, pues “el más tonto de los ricos tiene muchas más posibilidades que el más inteligente de los pobres”. Y continuó: “No es el mérito, es darles a todos las mismas oportunidades de crecimiento y desarrollo”.

Para la política, es meritorio lo que resulta funcional a los objetivos de quien gobierna. ¿Qué pensaría nuestro prócer José de San Martín, creador en Perú de la Orden del Sol, predecesora de nuestra Orden del Libertador, acerca de los méritos cívicos de Licio Gelli y Nicolás Maduro? ¿Y de las palabras de Alberto Fernández? Evidentemente, la utilización política del concepto de “mérito”, en materia política, trastoca su unívoco perfil.

Este año, la mitad de la economía argentina se inserta prácticamente ya en lo que llamamos el sector público. Con esa expansión del Estado no es ciertamente el mérito lo que “hace evolucionar o crecer” a esa Argentina regida por las reglas del poder. Para la política, solo es meritorio lo que resulta funcional a los objetivos de quien gobierna. Parafraseando al Presidente, “no es el mérito lo que hace evolucionar o crecer” en ese ámbito, sino tener contactos, aplaudir, subordinarse, apañar, simular, contradecirse o manipular, conforme a la lógica del príncipe, no del mercado. Como Fernández nos ha enseñado.

En la administración pública nacional, la utilización abusiva de los contratos ha permitido eludir los concursos y designar a dedo a miles de “paracaidistas”, postergando a quienes se han esforzado, estudiado y hecho una carrera. Peor es en las provincias, donde el empleo público pasó de 1,5 millones de agentes, en 2002, a 2,5 millones, en 2015. ¿Cuántos de esos nuevos funcionarios lograron la seguridad del empleo público por otro mérito distinto al de parentesco, amistad o militancia?

(...) Solamente las naciones que reconocen la potencia creadora de la iniciativa personal, donde se aplaude el mérito y se respeta la propiedad, pueden generar los recursos que la igualdad de oportunidades requiere. Cuando el presidente Fernández descalifica el mérito individual no advierte que la crisis argentina no se debe al exceso de este, sino a su defecto. Cuando el país atrajo millones de inmigrantes, estos no buscaban empleos en el Estado, ni planes, ni subsidios. Creían que en la Argentina podrían progresar con la dignidad que da el trabajo sobre la base del esfuerzo y el mérito y confiando que sus hijos podrían ser doctores. Hoy se estigmatiza cualquier ejemplo de éxito bien ganado, mientras se fomentan convenientemente la pauperización y el clientelismo político.

Y tampoco advierte Fernández que, cuando se fomenta el demérito, solo quedan discursos huecos, derechos vacíos, leyes inaplicables, fuga de capitales, desempleo, expansión de la pobreza, tomas de tierras y violencia creciente.

¿Te gustó la nota?

Ocurrió un error