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Unidos y enamorados

Es esa fuerza la que depone actitudes para que la unidad crezca, las diferencias se atenúen y cada cual piense como quiera pero dispuestos a concluir unidos y mucho más fuertes.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral.

Deviene de una frase hecha, pero también de un deseo que para los argentinos nunca se cumple porque siempre instalamos grietas, esas trampas políticas como los clavos miguelitos para hacer reventar cubiertas, o minas terrestres que durante las guerras se han apoderado de piernas ajenas.

Siempre lo menciono a Steve Jobs, el especialista en computación que hizo crecer a Apple, la popular manzanita, que urgentemente se transformó en necesaria en el mundo entero. Bueno, fue él que en sus charlas motivacionales hablaba permanentemente del amor como esencia estimulante, y razón principal de nuestras búsquedas: “La única forma de hacer un buen trabajo, es amar lo que se hace”. Haciéndolo rotundo por imprescindible aunque técnicamente parezca descolocado: “Enamorarnos es sentirnos unidos”. Muchas veces me pregunto si los argentinos alguna vez estuvimos atados a ese principio que en principio todo lo puede, porque moviliza un objetivo de bien común. Más bien somos egoístas; nosotros, y los demás que se arreglen. Es la semblanza que los gobiernos nos dan, al enterarnos y comprender que cuando juran por los santos evangelios y la patria que nos contiene, en realidad lo están haciendo por los intereses particulares que distan del todo, dejando al resto en orsai; sin embargo, su bondad y la ingenuidad hace que, a su pesar, los siga apoyando, que en definitiva es en el bien propio de algunos pajarracos que hoy ponen a discusión que los presos políticos no son políticos presos. Uno piensa, quienes leemos, o escuchamos azorados, cómo todo se cambia de un plumazo cuando “las papas queman”, y vemos diariamente en la televisión los múltiples accidentes en que el “victimario” es la víctima y la víctima, un pobre tipo, soñador, que aún sigue creyendo en los principios cada vez más escasos, donde los valores se dan porrazos tras porrazos sin que nadie escarmiente.

Uno trata de buscar explicaciones, ya que el común de la gente, aunque afectada, es mansa, y se encuentra con palabras que los grandes han tejido para todo estado democrático, donde cada cual tiene la libre elección de opinar y la somete a la opinión del otro que, haciendo uso del disenso, ese feliz intercambio de ideas, para que cada cual establezca la realidad que cree conocer y arriben a buenos términos, dispuesto a escuchar las críticas para mejorar o corregir. Generalmente, en el nuestro cuesta que ocurra ello, porque somos terminantes, tenemos mucho de soberbios, y los que no opinen como nosotros son enemigos. Resultados falaces que alejan mientras discurre la famosa grieta alimentada por todos, cada cual por su lado. Nadie accede a lo opuesto aunque fuere lo correcto, porque la pelea ha sido planteada así hace muchísimo tiempo, sin objeciones y a distancia prudente no sea que la “pandemia del desacuerdo nacional” nos mezcle con el virus de la verdad, que con toda razón nuestros hermanos tienen el derecho de poseer y sembrar la duda, si lo tienen. Nos cuesta, no estamos predispuestos a construir esa república que hace ratos reclama derechos, porque nuestro mal orgullo nacional casi siempre nos enfrenta y nos separa.

Ayn Rand ha sido una filósofa norteamericana de origen ruso, ya que ella nació en San Petersburgo, se educó y le dio especial atención a la razón como la fuente de elección de nuestros procederes, la antepuso y centró sus convicciones. En cuanto de enamoramientos de entendimientos, ella fue clara y de gran convicción: “Cuando adviertas que para producir necesitas obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebas que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores. Cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por su trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un auto sacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada”. Pareciera casi un calco de lo que nos sucede, y que advertidos podríamos usar más seguido como ella exclama: la razón, convincente y valedera para que no se pierdan todos los valores que hace mucho, mucho tiempo, cotizan muy bajo porque nadie reclama ni expone la suya.

Me pregunto siempre qué nos pasó. Qué nos sucede. Acaso nos hemos relajado como las festicholas clandestinas, para dedicarnos exclusivamente al chiquitaje que tan mal habla de nosotros. Entre tanto barullo, preocupación, miedo -por qué no-, la economía no escapa a su destino de bajante que como el río deja ver en forma preocupante, bancos de arena donde no se pesca, sino que los “chicos” festejan desesperadamente la vida como en Pinamar, sin contención alguna temiendo que la fuerza tenga efecto contrario en esa “niñez” descontrolada y vital. Se dictan medidas de todos los tenores, gubernamentales, que dan cuenta de la esquiva seguridad, de la propia economía, de la educación, de las elecciones que es el tema que desvela; se informa por la mañana, se desmiente por la tarde, se prorroga, se modifica, se chicanea o va al freezer. Es decir que las órdenes como la razón y la pérdida de valores, no tienen certeza de cuándo y cómo. La comunicación es un tiro por la culata, o como se dice ahora, tiros a los pies, sin destino ni razón de ser, porque seguramente serán nuevamente anunciadas pero modificadas. Siguiendo al título de este artículo y su connotación a la frase enunciada por Steve Jobs que “enamorarnos es sentirnos unidos”, no nos basta, porque de unidos tenemos tan poco que no hacemos nada, ni está en nuestros próximos planes.

Ante tamaña debacle pública de un país que ni cree en él, siempre se han dado muestras de que el humor hizo suyas, porque lejos de ser mentiras, dibujan una idiosincrasia exacta, patética, duramente real. O sea, creemos mucho más en el humor popular que en la seria realidad escrita diariamente por sus “prohombres”.

Un grupo argentino del espectáculo artístico, muy popular por su talento, por su jerarquía permanente, por el reconocimiento de otros países, por el dominio de la música y sus letras, supo hacer uso de la palabra por exaltar el puro argentinismo que nos ancla a una realidad muy penosa.

Ese grupo de artistas denominados Les Luthiers, cuyo afán es hacer reír, y lo más difícil aún, reírnos de nosotros mismos, labró a fuego el principio de todos nuestros descalabros como sociedad cuando enunciaban una frase contundente: “El que piensa, pierde”. Tarea que el argentino no la practica normalmente, ya que pensar en serio, coherentemente, no está en nuestra agenda. El día que pensemos con sentido común en estado de razón, empezaremos a crecer.

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