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Crimen y castigo: la moral, en las cloacas de la democracia

Por Jorge Grispo

Publicado en Infobae.com

En la novela Crimen y castigo de Fiódor Dostoyevski, los diálogos entre el protagonista, Raskólnikov, y el inspector de policía, son considerados por muchos, una de las cimas de la literatura universal. El autor crea un perfecto desbarajuste en la mente de Raskólnikov como consecuencia de los sucesos vividos por la situación económica.

El caos mental se vuelve peor en el momento en el que el joven perpetúa el crimen a partir del cual se enfrenta a muchos problemas mentales que lo abruman. El debate psicológico entre el bien y el mal desafía los límites de lo que puede y no puede hacer para darse cuenta de si es, o no, el hombre extraordinario que describe en su propia teoría o un perdedor más.

La novela tiene cierta ligazón psicológica con los sucesos que nos tocaron vivir en los últimos meses. Si los analizamos en su conjunto, el debate entre el bien y el mal desde los relatos infames de la política tienen a la sociedad acorralada, debatiéndose, precisamente, entre lo que está bien y lo que no.

La democracia en nuestra sociedad, tal como la conocimos hasta ahora, se encuentra en riesgo en la Argentina de las cinco pandemias: salud, seguridad, instituciones, economía y educación.

La ausencia de moral en un importante sector de nuestra clase dirigente -no todos- le ha reservado un lugar en las cloacas de la sociedad arrasada en la humillación del fracaso colectivo de una nación pobre y sin rumbo, como el personaje de Dostoyevski.

La idea del conflicto social emerge cada vez con mayor ímpetu a consecuencia de los desbarrancos constantes de nuestra clase dirigente, que no dejan de inflamar la paciencia de todas y todos los argentinos, la movilización ciudadana de ayer es un ejemplo claro.

Se debe gobernar con el ejemplo. En una nación pobre los gobernantes deben ser austeros, lo que, por cierto, no se condice con viajar ida y vuelta en el avión de Messi.

Estamos asistiendo al arrinconamiento de los valores morales a lugares antes impensados, erosionándolos en la justificación de lo injustificable. Se obtiene como único resultado el desprecio y descrédito de la clase dirigente en una población que solo es atendida con promesas en tiempos electorales.

Pagamos las escasas vacunas que conseguimos con emisión, pero nos damos el lujo de rentar el avión de Messi para viajar ida y vuelta a las tierras aztecas. No solo no se bajan las dietas, sino que gozan de privilegios a los que solo unos pocos pueden acceder.

La sinrazón en su expresión más extrema. El crimen termina siendo el castigo.

Mientras el ejemplo austero y el cumplimiento de la ley sea una opción y no una obligación, tanto para los gobernantes como para sus gobernados, seguiremos transitando el camino cuesta abajo.

Cuando no se gobierna con el ejemplo sino con el dedo señalador, el caos social se convierte poco a poco en una bola de nieve, con las consecuencias que ello tiene sobre toda la sociedad. Las demostraciones sociales de estos días son un claro ejemplo del clamor popular de un importante sector de la ciudadanía.

Lo sucedido con el “vakunagate”, más allá de los fútiles esfuerzos por quitarle importancia en su real dimensión, son una clara muestra de lo bajo que hemos caído.

La impericia amoral pareciera ser el estándar normal al que estamos acostumbrados por largas décadas de repetidos fracasos de quienes han estado a cargo de dirigir los destinos de nuestra nación.

En una sociedad dividida e incapacitada de sanar sus heridas, hechos como los sucedidos a lo largo y a lo ancho de nuestra patria con la adjudicación a dedo de las dosis de la vacuna rusa, solo generan más división social, poniendo en peligro el sistema democrático a consecuencia de la irritación social de unos y otros.

Los privilegios de la clase dirigente, por caso, acceso a la vacuna, el pago íntegro de sus dietas durante toda la cuarentena, utilización de recursos públicos pagados por los bolsillos de los contribuyentes (choferes, secretarias, almuerzos, viajes en aviones privados, más un larguísimo etcétera), se contraponen con la marginación y la lucha diaria de un sector trascendente de la población en la desesperación por conseguir un plato de comida y un vaso de agua.

En este sentido, la cuestión social, en tanto fuente de movilización de una parte muy importante de la sociedad, debería ser el centro de atención principal de la casta dirigente que goza de sus privilegios, sin atender adecuadamente las necesidades de sus “dirigidos”.

El enfrentamiento agrietado que padece nuestra sociedad no es gratis. Tiene un costo extremadamente alto.

Las notorias contradicciones de la dirigencia política, sumadas a los privilegios a los cuales acceden, conforman el sustrato de fondo de la conflictividad de la ciudadanía, generando al aumento de la división social en una grieta que se ha tornado peligrosa, casi inmanejable en la actualidad.

La dislocación de la moral pública, mediante el uso de lo que es de todos, solo para algunos, es el balde de nafta que alimenta el fuego del clamor social que no se está escuchando, o escuchado se lo ignora, lo que es peor aún.

La idea de un conflicto social que se escape de las manos, lamentablemente, no es hoy una utopía. Un sector importante de la población está enojada, indignada, cansada y empobrecida, lo cual constituye una combinación de alto riesgo para una dirigencia que ha desbarrancado y se muestra inepta de acercar su agenda a las necesidades de sus dirigidos.

Entender el cambio del humor de la sociedad resulta imprescindible para evitar un estallido social.

Es en este contexto que llama poderosamente la atención la actitud silente de quien detenta el poder real en la coalición gobernante frente a la gravedad de lo que está pasando. Sus esporádicas apariciones bajo el formato de “correctivo” para sus subordinados, nada bien le hacen a nuestra sociedad.

Gobernar con el silencio no es gobernar, es dejar que todo a su alrededor se termine desgastando. Hay que salir a la cancha y ponerse la camiseta, es la única forma que se ganan y pierden los partidos.

La historia aún no se termina de escribir, y mucho menos ha terminado de juzgar a los protagonistas. Es un craso error sostener lo contrario.

Dar señales ejemplificadoras es una obligación moral. Y volver al rumbo de la lógica y la atención de lo que realmente importa una necesidad para todas y todos. Una necesidad que no puede seguir siendo postergada.

Sin embargo, se observa con sorprendente estupor que, en lugar de aceptar los errores, se buscan culpables ajenos a quienes tuvieron la responsabilidad de los hechos que ocasionaron la indignación social.

Se habla de burbuja presidencial, de payasadas, de ataques de medios, pero nada se dice de los propios yerros. No se asumen. Se sale empujando para adelante. Es el síndrome de la puerta giratoria, mucho movimiento, pero sin avance.

Comprender que la Argentina modelo 2021 está inmersa en un grave conflicto social con antagonistas férreos, que usan las redes y medios sociales como si fueran granadas que se arrojan tras las líneas enemigas, es tanto como aceptar que si no se cambia el rumbo, se pone en peligro la democracia tal y cual la conocimos hasta hoy.

Las urgencias sociales dejaron de ser solo eso. Son el elemento motorizador de la indignación social, y el movimiento que crece silente como forma de repudio a la falta de moral pública, en una sociedad donde los funcionarios (no todos) eligieron vacunarse primero, antes que sus propios dirigidos, como el capitán que abandona primero el barco y deja a sus marineros a la deriva. Inaceptable.

La pérdida de credibilidad de la dirigencia no es gratuita. Más tarde o más temprano se termina pagando. La sociedad inflamada y harta de los relatos infames de la clase dirigente, no tiene más lugar para soportar “vakunas” para todos y todas, que son solo para unos pocos privilegiados.

Estamos en un momento de nuestra historia donde la indignación social ha enrojecido la paciencia del ciudadano de a pie, ese que no tiene chofer, ni viaja en el avión de Messi porque se levanta todos los días para ir a su trabajo o para buscarse uno.

El que estuvo encerrado y pasando necesidades por cientos de días durante la cuarentena dura, ya no aguanta más. No los subestimemos. El clientelismo político se encuentra muy devaluado, incluso más que la moneda nacional.

El ocaso del sistema político argentino es ya tan inentendible como intolerable, por eso la democracia, tal como lo hemos conocido hasta ahora, se encuentra seriamente comprometida.

Un querido amigo, psiquiatra de profesión, analizando lo que nos pasa me dijo: “El problema no son los vivos que se adelantan en la fila sino los bobos que nunca avanzan. El problema de los jueces y fiscales es que no está tipificado como delito la pasividad del bobo y en ese punto nadie puede hacer nada con los empleados públicos y la casta política. El país no es de los vivos sino de los bobos y por ellos estamos como estamos. Hay que ser bobo para no entenderlo…”.

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