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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Si fuera mortal, Kelo estaría cumpliendo años

Jose Miguel Bonet

Desde Mburucuyá

Eduardo Galeano nos recuerda “De Burnichon aprendí la humildad, la sabiduría que el pudor oculta, la cordialidad, el abrazo de verdad y el mejor brindis que he escuchado jamás y que habitualmente uso, invocando las fuentes: ¡por el pretexto!”, cuenta Galeano en el libro “Alberto Burnichón, el delito de editar”. Un pretexto es aquella causa que alguien alega a modo de excusa para explicar por qué ha hecho, o en su defecto, por qué no ha hecho tal o cual cosa, esto fue lo que siempre utilizó Kelo, para convocarnos a compartir un hermoso almuerzo, con el pretexto de sus cumpleaños.

Los griegos creían que toda persona tenía un espíritu protector, que estaba presente el día de su nacimiento y que cuidaba de ella durante su vida. Este espíritu tenía una relación mística con el dios en cuyo día de cumpleaños la persona nacía. Los romanos también aceptaban esta idea. Esta idea fue transmitida al campo de las creencias humanas y se refleja en la idea del ángel custodio, el hada madrina y el santo patrón.

Kelo siempre daba lo mejor, regalaba lo mejor para sus amigos y con esto estaba haciendo un mundo mejor. El que comparte está en la senda de Dios, la alegría de compartir entraña en el ser humano, el lado más sublime; por emerger del corazón puro de nuestra existencia. Si solo prevaleciera la fraternidad, la amistad, la comprensión, el don de compartir, como fundamento capital de la vida en sociedad, más grande sería el género humano.

Los rituales y los festejos son una pausa, un detenerse a mirar la vida, y por eso nos regalan la oportunidad de poner un freno y evaluar las cosas: para intentar que el nuevo ciclo sea mejor que el anterior, esto lo pensaba muy íntimamente Kelo, después de sortear una situación difícil.

Kelo siempre invitaba a compartir una hermosa velada gastronómica y musical, un rico locro y un asado de excelencia, muchos amigos compartieron su arte, en estas juntadas como el caso de Juan Carlos Jensen, Ricardo Scófano, Salvador Miqueri, todos inmortales quienes nos deleitaban con viejas canciones, como “Mburucuyá poty” o “Mis amigos”, y muchos otros que acariciaban el oído de los presentes.

Y como corolario de la fiesta, nos invitaba a celebrar y, por sobre todo, a construir una vida que nos haga sentirnos orgullosos de lo que hacemos, para que cuando lleguen los aniversarios podamos festejarlos desde la gratitud y la satisfacción y no desde la culpa o la insatisfacción. No hay mayor placer para celebrar que sentir a ese amalgama de amigos y desde ahí juntarnos con los que amamos, como respuesta esta sociedad cada vez más egoísta y narcisista y esta creciente dificultad que tenemos para festejar.

Celebrar la vida es agradecer por cada instante, por estar viva, por estar rodeada de personas que inspiran un inmenso amor, por tener el privilegio de acceder a conocimientos, a libros, a personas que con su modo de estar en el mundo enriquecen nuestro viaje. Celebrar la vida es abrazar, amar, sonreír, vivir con calma, vivir a plenitud cada instante y compartir nuestra interpretación del mundo. Eso Kelo lo hacía con gran maestría.

Rezaré y sonreiré pensando en vos, tu nombre será siempre pronunciado como siempre lo ha sido, sin énfasis de ninguna clase, sin señal de sombra. La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado. ¿Por qué estarías fuera de mi mente? ¿Simplemente porque estas fuera de mi vista? ¡¡¡Hoy estaré brindando por el privilegio de haber sido tu amigo!!!

¡¡¡Pensar que todo esto son ya recuerdos!!!

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