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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Del retiro montonero al amague camporista

Finalmente, como se esperaba, Alberto siguió siendo Alberto. Se comió los amagues de Cristina y por enésima vez volvió a volcar su rey en beneficio de un cambio de gabinete al gusto de su mentora. Todo está como era entonces.

Por Jorge Eduardo Simonetti

jorgesimonetti.com

Especial para El Litoral

 

“Cuando tomé la decisión —y lo hago en la primera persona del singular porque fue realmente así— de proponer a Alberto Fernández como candidato a presidente… Solo le pido al presidente que honre aquella decisión”.

Cristina Kirchner, carta del 16/9/2021

 

Tranquilidad en el oficialismo, falsa alarma. No hay un presidente, Alberto sigue siendo Alberto.

La carta de Cristina vapuleando al supuesto primer mandatario, colocó blanco sobre negro aquello que todos los argentinos sabemos desde 2019: que Alberto Fernández fue colocado en ese sitial por Cristina para cumplir compromisos pactados, y que no lo está haciendo debidamente, por lo menos de la forma y con el tiempo que requiere su mandante, urgida sobre todo por sus apreturas judiciales.

La derrota electoral del Gobierno en más de tres cuartas partes del país, especialmente en bastiones que el oficialismo consideraba como propios, dejó al Frente de Todos en estado “groggy” (usando un término boxístico), como si los hubiera sorprendido.

Sin embargo, solo un distraído podría no haberse dado cuenta de la temperatura social del país, muy elevada contra un gobierno que fracasó en la mayoría de los frentes que se le presentaron: el económico, el sanitario, el social, y, por si ello fuera poco, el ético con la doble moral del “vacunatorio VIP” y del “Fabiola gate”.

Nada es gratis, menos en política, y si creyeron que la iban a llevar de arriba, se equivocaron. A la hora electoral les esperaba la factura que porfiadamente se negaron a firmar durante una gestión presidencial que daba cada paso a contramano de la realidad. Nunca antes, que yo recuerde, se devaluó tanto la palabra de un presidente, único responsable institucional de la marcha de un país.

Pero el pase de facturas por la derrota, que se supone iba ser realizado puertas adentro del poder, eclosionó como un volcán que soltó de una sola vez las presiones contenidas en su seno. Todo aquello que durante casi dos años fue algo larvado, se hizo explícito: Cristina ordenando el cambio del gabinete para enfrentar las generales de noviembre.

Y ¡oh sorpresa! pareció que había un presidente a cargo del país, que le negaba a su mentora el cambio de gabinete reclamado. Pero todo quedó en la apariencia. Una farsa lamentable de cinco días, una “mise in scene”, con todo un gobierno paralizado por la interna oficialista, que finalmente sirvió para demostración poselectoral que Argentina seguirá siendo lo que es: el país en el que están subvertidos los roles constitucionales, con un “primer mandatario” que gestiona a fuerza de tirones en la solapa, propinados por su vice.

En definitiva, el “primer mandadero” cumplió con el mandado, cambió el gabinete con el esquema propuesto por su mandante, donde se advierte el regreso de algunos “muertos vivos” que ya fracasaron absolutamente con anterioridad, como Aníbal Fernández y Daniel Filmus.

Si con esto creen que van a revertir los resultados en noviembre, creo que están ofreciendo una gran muestra de subestimación a la inteligencia de la sociedad argentina. Las generales están muy cerca, no pareciera que el oficialismo vaya a recuperar votos, menos aún con esta última farsa, y el 2023 quedará más lejos aún, con la posibilidad cierta de gobernar los dos años restantes con un Senado sin quórum propio como hasta ahora y una Cámara de Diputados en minoría.

Tengo para mí que Cristina sobreestimó su propio poder y el de sus huestes, un kirchnerismo puro y duro que no está en el territorio y que hubiera sufrido una sangría de gobernadores, intendentes y dirigentes si Alberto hubiera decidido ser presidente. La vice jugó a fondo, como es su temperamento, pero también con la tranquilidad de conocer los bueyes con los que ara, y el buey principal hizo lo que suponía: ceder a sus pretensiones.  

Si por vía del realismo mágico suponemos que Alberto se hubiera puesto, finalmente, los pantalones largos, es evidente que muchos sectores se hubieran plegado del lado del portador de la lapicera, solo estaban esperando una decisión firme que no llegó. En tal caso, Cristina se hubiera quedado limitada casi a su guardia pretoriana: La Cámpora

No es lo mismo la organización Montoneros cuando se retiraba de la Plaza de Mayo en 1974, al grito de “qué pasa, general, que está lleno de gorilas el gobierno popular”, que el amague de retiro de La Cámpora de los sillones del poder, al grito de “qué pasa, Alberto, que el gobierno está lleno de mamertos”.

Y ya sabemos que comparar a la juventud peronista con la juventud camporista es como comparar a Perón con Alberto Fernández; sería violentar la historia.

La Cámpora nació con el calor oficialista, son los hijos del poder, se criaron en sillones de mando, su campo de batalla son las cómodas oficinas y los mullidos sillones, sus armas son el “lobby” y los puestos gubernamentales.

Cuando la juventud peronista abandonó la plaza de los grandes atardeceres de gloria peronista, dejaron a sus espaldas un hueco que no llenó nada ni nadie. Si los camporistas no se quedaban en amagues, dejarían vacíos puestos estatales y resortes de poder que serían rápidamente llenados.

El kirchnerismo nació de una impostura, creado por un matrimonio que no tuvo el papel de “combatiente” político ni ideológico de esos tiempos de la izquierda peronista; antes bien, gozaron de los privilegios que les confería la 1.050 de los militares, para rematar las casas de los que no podían pagarle al Banco Hipotecario.

Y lo que nace de una impostura solo puede resultar otra impostura, porque los Kirchner nunca fueron Perón, el kirchnerismo jamás se asimiló al peronismo revolucionario, los ideales del 70 (equivocados y violentos) no se equiparan al utilitarismo del siglo XXI (cómodos y en el poder), la juventud peronista nunca puede tener como hijo putativo a la opulenta juventud camporista; Máximo Kirchner no es Firmenich.

Entonces, lo de Cristina también fue un amague, porque los camporistas fuera del poder se diluyen, se trata de una estructura política no acostumbrada a gestionar en la dureza del pavimento sino entre las cuatro paredes de un despacho.

Y en el medio ¿quiénes quedamos? Nosotros, los ciudadanos, que asistimos azorados a una comedia que, más que tragedia, se repitió como farsa al decir de Carlos Marx, una farsa que costará muy cara el pueblo argentino con la secuela de inflación, caída del salario, subsidios a troche y moche sin creación de empleo genuino, pandemia todavía presente, y un gobierno debilitado y sin credibilidad.

La crisis palaciega terminó como suponíamos, la única ventaja fue el blanqueamiento del GPS del poder en estos últimos dos años, que no está en la Casa Rosada sino en el palacio del Congreso.

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