Con una vida dedicada a las esculturas, falleció ayer Fabriciano Gómez, el “gran escultor del Chaco contemporáneo” y las muestras de afecto se hicieron notar en redes sociales y medios de comunicación. Su muerte a los 77 años se produjo como consecuencia de una falla cardíaca luego de que el pasado sábado fuera intervenido quirúrgicamente tras una descompensación.
Fabriciano es el “gran escultor del Chaco contemporáneo”. Artista consagrado, formidable gestor cultural, vecino ejemplar. Tres aspectos que fructifican a partir de una virtud principal: la humildad; un don: el talento artístico; y “su disciplina de trabajador incansable”, al decir de Alfredo Veiravé.
Con 33 años, tuvo su consagración artística al obtener el Gran Premio de Honor del Salón Nacional y representó a la Argentina en la Bienal de Venecia de 1980 con la serie de esculturas “Nudos de espacio” (instalación que tuvo eco en el diario Times). Se nutrió un lustro de Europa.
Logró grandes premios en el mundo trabajando en nieve. Heredero de los hermanos Boglietti, tomó la posta junto a la Fundación Urunday de seguir plantando esculturas en la ciudad hasta llegar a 700 en el espacio público, el grueso de ellas de los concursos y bienales de escultura que con tres décadas de historia son considerados entre los más prestigiosos del mundo.
Enamorado de su ciudad, postergó otras geografías para quedarse y forjarla artística; su hogar devino Casa Museo Fabriciano; decenas de obras que llevan su firma se desparraman en calles y paseos de Resistencia.
Desde la Fundación Urunday que presidía, se implicó en la creación de Museum, el museo de esculturas del mundo a orillas del río Negro; constituyó el Departamento de Mantenimiento y Restauración de las Esculturas que integra el patrimonio Escultórico de Resistencia, gestionó “La Ciudad de las Esculturas” ante la Unesco con ánimo de convertir el patrimonio escultórico de la ciudad en Patrimonio de la Humanidad. Y cada sueño (“no sé… antes de sueños hablaría de objetivos”) es cumplido.
Fue profeta en su tierra, la sociedad lo reconoció, lo valoró, lo saludó amigablemente en la calle. Prueba de ello los honores, reconocimientos y títulos, de vecino ejemplar, ciudadano ilustre; etcétera. Pero de todos, tal vez motivo de orgullo mayor, una escuela que lleva su nombre por elección de los alumnos.
Maestro sabio y aprendiz dócil. Hombre de fe. La humildad fue estandarte, el trabajo una mística; insobornable el amor a su tierra. “El centro de la tierra es donde está uno, a nuestros pies”.
(VAE)