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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Silencio de radio

Lidia Satragno nos sorprendió porque no era una más, sino Pinky. Esa voz arrulladora, de piel color rosado que siempre rompía el anonimato. La que nos acompañó durante una vida, de radio y televisión.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Es el segundo previo del estudio cuando la luz roja dispara la atención de los presentes advirtiéndoles “atención, que vamos al aire”, intuyendo la catarata de palabras que vendrá después. Es una toma de conciencia para retomar cada uno su rol. 

Son segundos nada más, pero el silencio establecido enmudece y se prolonga desesperadamente extenuante en el inconsciente colectivo de cada uno, aguardando la apertura de micrófono.

Así, acalló esta semana el murmullo que el “silencio” de radio establece, yéndose mucho más allá de la consternación normal y del tiempo prudencial, porque se murió la “Señora de la Televisión”: Lidia Satragno, más conocida como Pinky. 

El micrófono se niega a registrar como una realidad, haciendo su homenaje póstumo a la reina que supo entretenernos brillantemente con sus virtudes intactas: buena presencia, excelente voz, perfecta dicción, linda, y hasta cuando libremente se reía su tono casi grave se hacía único. Pionera en todo. 

Hizo radio, más que nada televisión, como locutora comercial, presentadora, periodista, modelo, actriz, y hasta cubrió un rol político como candidata a intendente de La Matanza, su lugar de origen, y también legisladora bonaerense.

Fue bautizada por sus amigos como Pinky dado el color rosado de su piel, que la hacía más hermosa aún. Fue en su larga vida profesional, quien presentó el jueves 1º de mayo de 1980 el paso gigantesco de la televisión en blanco y negro a la de color, como presentadora de un programa especial llevado a cabo por Argentina Televisora Color (ATC).

Algunos títulos que la memoran parecieran dar paso a su voz de gran cuerpo, fuerte y clara en algunos títulos recordables: “No habrá ninguna igual”; “La tarde de Mitre es Pinky”; “A medianoche Pinky y la Orquesta Sinfónica Nacional”; “Buenos días Pinky”; “Reunión de mujeres”; “Buenas noches Pinky”; “El pueblo quiere saber”; “Feminísima”; “La década del 80”. Una nómina extenuante de ciclos radiales y televisivos, donde su simpatía y fina inteligencia copaba la máxima audiencia, trascendiendo por mérito propio, por su solvencia profesional y presencia imborrable.

Pinky era como el perfume, como el tono de una voz avivando memoria. Memoria viva que al solo estímulo late en la primera nota de su voz particular, con aroma a amistad, que transmite horas y horas de felicidad compartida. 

Es la misma con singular presencia que se unió a “Cacho” Fontana en la conducción de un programa apegado a nuestra historia: “Las 24 horas de las Malvinas”, emitido por Argentina Televisora Color, con gran sensibilidad y sentimiento, que apelaba al aporte de donaciones destinadas a la guerra declarada al Reino Unido.

Pinky, dada su gran capacidad, sumó espectáculos internacionales como presentadora en el Palacio de Bellas Artes de México, el Lincoln Center y el Teatro Carnegie Hall de Nueva York. También cabe mencionar que por haber sido elegida por su incesante carrera comunicadora, en 1958 fue declarada “Mujer del Año”, motivo por el cual fue invitada por el primer canciller de Alemania Occidental, Konrad Adenauer. Otra vez fue “Mujer del Año” en 1961, lo que permite revalidar su alta capacidad comunicacional, pero más que nada su simplicidad que conquistaba públicos.

A propósito, damos tan poca importancia a la simplicidad que emana naturalmente, pero contrariamente a lo que creemos, alimentando como el pan, fortaleciendo una sólida amistad que Pinky supo tener para con su público, inalterable en el dolor de su partida.

Una palabra, tan solo una. Un gesto, tan solo uno, bastan y sobran para hacernos ver cuán importantes son en la vida. Nuestra mirada no debe ser tan distante, sino haciendo zoom, bien cerca, en una toma que permita evaluar y dimensionar a la persona que en suerte nos toque ese merecido primer plano.

“Que no las devore el tiempo”, como nos lo recuerda el poeta, más bien que crezcan con nosotros y que nos asistan cuando la soledad insinúa. Estar rodeados de ellas es mirar con actitud diferente y comprobar así que por nuestra calle de afectos pasa la vida a raudales. Celebremos la intimidad de lo simple, que por simple tienen la grandeza de lo eterno. Así, era ella simple pero inolvidable.

Protagonizó en televisión algunos ciclos que el tiempo fue borrando, como “Don Camilo en Rusia”; “Miss Broadway”; “Nosotros”; “Incomunicados”; “A los ingleses con humor”, etc. Era tan dúctil, podía memorizar sin inconvenientes libretos diversos que daban carnadura a los papeles encomendados, donde tono y presencia cerraban el círculo de fenómeno, superando mediciones y siempre saliendo airosa dadas sus virtudes de una profesión que abrazó con merecida entrega. Hizo cine dirigida por Leopoldo Torre Nilsson con la película “La caída”, en el año 1959.

Dada la variedad de rubros que era capaz de cubrir desde su brillante protagonismo de presentadora, también lo fueron transmisiones estelares de Canal 11 de Buenos Aires, en vivo y en directo vía satélite, un ciclo de campeonatos de boxeo desde los Estados Unidos.

Por si fuera poco, Pinky fue merecedora del preciado “Premio Konex-Diploma al Mérito como Locutora” en el año 1981. Y como conductora, en el año 1991.

Ella representa a los medios como espectáculo, pero una salvedad, medios con sentido común, donde la radio y la televisión decían y hacían ciclos inteligentes, si bien populares, nunca cayendo en la mediocridad de hoy día, donde todo se permite, menos pensar.

El “silencio de radio”, si bien breve, porque es una luz roja anticipatoria, hoy es más prolongado porque no salimos del dolor de la partida de Lidia Satragno, Pinky. Su rostro, su voz, la seguridad de plantarse frente al público y de decir en forma directa pero con el encanto que tienen las cosas de no repetirse con frecuencia.

Ha partido una reina que con solo decirle Pinky, ya está todo dicho.

 

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