Sinforosa era una de las mujeres que pertenecía al patriciado de la ciudad de Goya, su familia tenía un legado que se correspondía con los primeros linajes de la aristocracia en vivir en la ciudad. Sin embargo, a ella se la conocía por su cercanía con el pueblo, le gustaba recibir gente en su hogar y ofrecía meriendas para muchos goyanos, especialmente niños.
El profesor de Historia y miembro de Número de Investigaciones Históricas y Culturales de Corrientes, Darío Andrés Núñez, contó a El Litoral: “Según relatan, cuando llegaba su cumpleaños mandaba a hacer masas finas y dulces para la gente, y a los niños les encantaba ir a su casa a jugar. Ella festejaba un día tan especial con todos los vecinos y eso habla de la bondad que tenía”.
Ella había decidido no tener hijos a muy temprana edad, pero le dedicaba gran parte de su tiempo a cuidar a otros. Además tenía un aprecio especial por su sobrino, José Jacinto Rolón, que se llamaba igual que su padre, quien años más tarde se convertiría en político y fundador de Colonia Carolina, ubicada en las inmediaciones de la ciudad de Goya. Para su creación contribuyó con las tierras que había heredado.
Entre las promesas que Sinforosa había hecho luego de la muerte de su prometido en 1839, estaba la de viajar por el mundo en búsqueda de nuevas aventuras y de poder traer maquinarias e insumos desde Europa hasta Goya. Por ese entonces la tecnología en el país en materia de salud era escasa, por lo tanto, ella tenía la iniciativa de traer los aparatos modernos y profesionales para que atendieran en el hospital que intentaba crear.
Esto se cumplió en 1859 cuando Sinforosa embarcó de Buenos Aires hacia la Europa mediterránea en barco a vapor con destino a Génova. En el viaje la acompañaba una comitiva, el mencionado sobrino, José Jacinto Rolón, hijo de su hermano de igual nombre, otro sobrino y administrador, Gregorio García, y la hermana de este, Ladislada, con su esposo el arquitecto Francisco Pinaroli.
Roque Martínez menciona que “los detalles de este viaje fueron consignados en un diario inédito llevado por Gregorio García, persona inteligente y observadora, quien brinda detalles interesantes sobre el recorrido”.
Para los viajeros era importante detallar la travesía ya que se esperaba que vivieran una gran hazaña. Tal fue el caso de Sinforosa que antes de llegar a su objetivo, Tierra Santa, fueron sumando personas a su recorrido. En España contrató al doctor Jaime Sellarés, quien luego trabajó en el Hospital San Juan de Dios. En Francia contrató como secretaria a Amalia Melga, quien también la acompañó de regreso a Goya y se quedó a vivir con su esposo Eugenio Valenzón.
Según relata Martínez, de Marsella viajaron a Niza que era un lugar de descanso para la elite europea en el siglo XIX. Luego avanzaron por San Remo, Savona, Alasio, Génova, Sestri y se quedaron en Chiavari para visitar a la familia de José María Casaccia, médico italiano que luego residió en Goya.
Finalmente, llegó a Roma, donde Sinforosa se convirtió en la primera mujer en ser recibida en una audiencia privada por el papa Pío IX, a quien le entregó un donativo para obras de caridad. En esa época las mujeres no podían entrar a la dependencia papal.
Para visitar el Santo Sepulcro viajó en barco hasta Beirut y de allí a lomo de camello hasta Jerusalén. Según la tradición oral habría efectuado el último tramo de su peregrinaje hasta el lugar sagrado a pie y descalza en señal de sacrificio.
De regreso a Goya, de acuerdo con sus convicciones religiosas, donó el terreno y financió los gastos para la construcción del Hospital San Juan de Dios, que fue terminado en 1890 y su construcción estuvo a cargo del arquitecto que la había acompañado, Francisco Pinaroli.
El centro de salud contó con los mejores médicos e instrumentos de la región. Sin embargo, en la actualidad es conocido como el “hospital viejo” porque se encuentra abandonado y ya no presta atención médica como lo hizo hace más de 130 años atrás.
