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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Cuba, la isla que todavía erotiza al progresismo

Por Jorge Eduardo Simonetti

jorgesimonetti.com

Especial para El Litoral

“Los que critican quieren evitar la foto que se va a armar entre los presidentes, la mayoría de sesgo progresista, que hablan de recuperar la Patria Grande”

Oscar Laborde, embajador argentino en Venezuela

Cuando leyeron la letra chica con las condiciones del concurso que el gobierno argentino lanzó para militantes del progresismo criollo, cuyo premio principal es una visita a Cuba, el entusiasmo decayó drásticamente entre los aspirantes.

Es cierto, no fueron los inscriptos tan torpes como para creer que se trataba de un viaje de turismo, más bien cabía pensar en una especie de beca para estudiar en el terreno las condiciones de vida del pueblo cubano. Eso sí, les resultaba lógico suponer que los alojarían en los hoteles cinco estrellas que existen en Cuba para los turistas, para desde allí emprender la tarea de interactuar en terreno con las bondades sociales y económicas de la revolución castrista.

Los progresistas inscriptos pensaron también que tendrían días libres para disfrutar de las paradisíacas playas caribeñas, bellezas reservadas para los turistas con dinero. Al fin y al cabo, ellos son argentinos, es decir extranjeros, y por tanto no estarían sometidos a las reglas de los locales.

 Pero se sintieron estafados por su propio gobierno. La letra chica decía que la condición de turistas sólo rige para los poderosos, los aspirantes argentinos al intercambio cubano tendrían que pasar un largo tiempo experimentando en el cuerpo y en el ánimo las condiciones de vida del común de los isleños. Es lógico, no eran Florencia Kirchner, ni Diego Maradona.

¿Qué significaba ello? En letra aún más chica, lupa en mano, pudo leerse que cada argentino y argentina, admiradores de la revolución cubana y ganadores de la beca, debían trabajar y ganar el salario de un cubano, comer los alimentos de la libreta de racionamiento, manejar los autos cubanos, hacer las colas diarias para cargar combustible o comprar comida, habitar en las casas del común de la gente.

Se aclaraba, además, como requisito fundamental, que sólo podrían participar del concurso los heterosexuales, en atención a que, si bien no los encarcelan como antes, los del tercer género no son bien vistos por el régimen. De una, cayeron la mitad de las inscripciones.

Obviamente, se sintieron estafados y renunciaron al premio. Ser progresistas no significa ser idiotas. En verdad, pensaron, deberían ir los dirigentes kirchneristas de rango, los boliburgueses del régimen, los cultores del socialismo del siglo XXI, los gobernantes, Cristina, Alberto y toda su camarilla, para saber que Cuba es útil para la propaganda política y el turismo, no para vivir.

 Sus propios militantes, la hinchada del patio de las palmeras, los del cartel de la Cristina eterna y del canto revolucionario, empezaron a perder el erotismo que les genera el paraíso de la igualdad en la tierra, no estaban dispuestos a renunciar a sus conquistas “capitalistas”, por ir a un intercambio de morondanga. ¿Por qué no los becaron, en cambio, para Qatar?

Sin careta no se reconocen, son progresistas de la imagen, del romanticismo izquierdista, de la igualdad en la pobreza ajena, de la pertenencia revolucionaria  que genera un tatuaje del “Che”, de la cadencia melodiosa del verbo del comandante, pero de allí a tener que vivir en Cuba como los cubanos, hay una distancia muy grande. Prefieren estar en la “Little Habana” de Miami.

 Es cierto, lejos están los tiempos de los barbudos que bajaron de Sierra Maestra, también los de una Cuba parasitaria de la vieja URSS, tampoco ya Venezuela los puede ayudar con el combustible regalado, hoy están en el proceso contrario, en un regreso lento, doloroso, casi infructuoso, de la iniciativa privada, con la ilusión de cambiar el fracasado esquema de un estado todopoderoso que los exprime y los empobrece.

Con diez años de gobierno del menor de los Castro, Raúl, no pudieron cambiar la dinámica estatista de un régimen perimido. Muerto Fidel, estaba Raúl, por sí o por su marioneta Díaz Canel. Muerto Raúl, ¿qué viene?

¿A dónde irá a parar lo que el régimen llama “las conquistas de la revolución”, la salud, la educación, el deporte? Pues, ahí mismito dónde terminó el comunismo. “Ninguna de esas “conquistas” existen ya, se esfumaron, forman parte del pasado nostálgico de la isla”, dice el columnista del The Washington Post Abraham Jimérez Enoa.

Cuba sigue siendo un país dónde el estado y sus instituciones son dueños de casi todo y se enriquecen día a día a expensas de las penurias de sus ciudadanos, para quiénes un rollo de papel higiénico, un huevo o un blíster de aspirinas son un lujo.

Las larguísimas colas para conseguir alimentos o cargar combustible no son nada comparado con un salario miserable de 20 o 30 dólares mensuales, con los apagones de 10 a 12 horas, con el 80 % de la población viviendo de tarjetas de racionamiento que alcanzan para 10 a 15 días de comida.

El paraíso del progresismo latinoamericano continúa, obviamente, muy pautado. El control es total, los presos políticos se suman de a cientos, especialmente de los ciudadanos que participaron de las protestas de 2021. El uso de internet y de medios electrónicos es objeto de férreo control gubernamental. Los ciudadanos, casi resignados.

En el último año, transcurrió la mayor crisis migratoria que haya tenido la isla. Doscientos mil cubanos salieron de su país, casi todos pretendían ingresar a los EE. UU. a través de la frontera con México. Su población está envejecida, los jóvenes se van cuando pueden. El promedio de edad es de los más altos del mundo.

Ese país, quedado sesenta años atrás en el tiempo, es el del sueño progresista de Latinoamérica, el régimen al que se supieron referenciar Chávez y Maduro, Néstor, Cristina y Alberto, entre otros. Ése es el sueño de la Patria Grande con el que todavía nos quieren seguir estafando, pero que ya no pueden esconder con una pátina de romanticismo demodé.

Y allí estriba también el timo del izquierdismo hipócrita, que cacarea en un lado y pone el huevo en el otro. La Celac, hay que decirlo, es un organismo de construcción castrochavista, inútil para todo servicio, que ya ni siquiera es funcional para los intereses de los mandamás del socialismo siglo XXI. Pero, la diplomacia manda, y aquí están los representantes de los 33 países que la integran.

Que integrantes de las dictaduras cubana y venezolana ingresen al país de manera oficial y sean recibidos por nuestro gobierno, apenas representa una raya más al tigre gubernamental de los desaciertos.

Pero que todavía haya conciudadanos que “compren” los relatos monumentales de una gestión terminada, que acepten como referentes válidos a regímenes refractarios con conceptos mínimos de libertad y respeto por los derechos humanos, eso sí que es grave, aunque cada vez sean menos.

La reunión de la Celac, pasó con más pena que gloria. Lo que parece seguir es el concurso de militantes para intercambio con Cuba, aunque noticias de último momento indican que ha sido declarado desierto.

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