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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Todo se renueva

La renovación es saludable porque es la forma de construir el cambio.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Nada queda si no vale la pena. Se perpetúan otras que por su alto interés, aún nos demuestran que no hemos crecido. Anidan toneladas de resabios, que impiden hacer realidad los sueños de un país que no lo ha sido, deteniendo su andar por la discusión eterna que corre a las urgencias. Por eso este país siempre está en estado deliberativo, con política nimia opta por el “chiquitaje” como norma, en vez de dinamizarlo con proyectos grandes y hechos que enorgullezcan y marquen por fin la marcha que nos debemos.

Todo ha sido siempre “ningunearse” a sí mismos. Escracharse públicamente sin el menor pudor. Perder el tiempo mientras el 4° año de la nada se alista para  hacer sonar el gong, porque “quien se fue a Villa, perdió su silla.”

La alternancia con las ideas totalitarias han provocado una triste costumbre que, también nos ha copiado Brasil con Bolsonaro, al no aceptar por nada del mundo el traspaso que legitima la transitoriedad del poder, sino alejándose a los Estados Unidos, y que otros le entreguen el poder a Lula.

Claro, eso tiene antecedentes, lo aprendieron de Cristina, cuando pierde en 2015, y deja en manos de otros para que se arreglen entregar los símbolos.

El  Gobernador Gerardo Morales, ha dicho hace poco: “ellos no se dan cuenta, que han concluido un ciclo”. 

La representatividad no es de por vida, felizmente, aunque zapateen, no se presenten, falten al protocolo de gente civilizada, de un país que no se cansa decir que estamos en democracia. Pero es una democracia sesgada que no se permite que otros han hecho mérito para ocupar 4 años.

En el año 2015, un artículo aparecido en el Diario español “El País”, escrito por Héctor E. Shamís, titulado “La transitoriedad del poder”, aclara un poco las cosas, o mejor dicho recuerda algo tan básico y esencial para emprender la continuidad institucional de un estado.

Tomando a  grosso modo algunos párrafos, el autor recuerda: “La democracia se funda y recrea en base a la alternancia, noción según la cual el poder no es propiedad de ningún partido, grupo, familia o persona. Por el contrario, es un recuerdo compartido colectivamente y transferible por medio del sufragio universal. Como tal, es transitorio y regulado por un conjunto de normas constitucionales.”

Por si aún, quedan dudas, agrega: “Las autocracias no comulgan con estos principios, pero no obstante muchas de ellas han contado con mecanismos institucionales para enfrentar el inevitable problema de la sucesión. No siendo por convicción, una cierta alternancia ocurre por imposición del almanaque-la vida de un individuo es efímera en términos de tiempo político-tanto como por la necesidad de todo sistema de gobierno de renovarse, incluso las dictaduras.”

Hay provincias que han marcado el mal ejemplo con tiempos indefinidos de “herencias” que no tienen fin. Uno se pregunta, será porque ocupan un rol más o menos destacado dentro de sus comunidades, que se la creen que  verdaderamente son dioses intocables.

Eso es lo malo de la mala política-que aún perdura- que merced a su poder logran sin temor ser reelectos indefinidamente.

El poder para siempre, en adopción para toda la vida. Hay otros párrafos muy elocuentes que no dejan duda alguna: “Evocar la historia sirve para entender el capricho, el cinismo, el chantaje y la arrogancia de los oficialismos derrotados…”

“Lo notable no es solo el autoritarismo sino la degradación institucional causada por la concepción patrimonialista del poder…” “Rechazan la alternancia no por poseer una elaborada ideología anti-liberal, sino porque están convencidos que el poder les pertenece por derecho. 

No piensan en el desafío de la sucesión política porque los bienes se heredan.”

Todo se renueva. Nada queda intacto.

 Es la evolución o la involución en un caso muy particular, retrógrado como éste, porque nadie desea ir para atrás cuando el futuro de realizaciones se extiende al frente y por delante.

Se renuevan hasta los sueños que instalan en nosotros estaciones donde arribar, para ir escalando renovados y con más fuerzas, realidades que dependerán de nosotros. Para de allí, retomar la próxima y la próxima.

A los argentinos nos apasiona defender los derechos pero no las obligaciones, esas tan simples y tan importantes que hacen de un país creíble, con entidad, cabal como decía Atahualpa Yupanqui, una vez que le preguntara el presentador Julio Márbiz, en sus viajes de ida y vuelta, qué deseaba encontrar a su regreso Don Ata.

Yupanqui, simple pero de muchos valores, le reiteraba una vez más: “un país más cabal, creíble, donde nos dejemos de andar peleando a los chicos terribles, sino como hermanos, unidos en país.”

La fe como las plantas, desde la raíz hasta las hojas también se renuevan en un verde esperanzado. Las malas costumbres no se merecen ocupar un lugar, ellas deben ser desechadas por una continuidad donde lo nuevo permita la alternancia, la posibilidad establecida por ser lo que nos supimos ser. Por muchas razones, pero más que nada por la ambición desmedida de poder donde los límites han cedido ante el desplante desmedido del autoritarismo.

Porque seguramente con tantos errores cometidos, aprendiendo de ellos, sabremos cómo campear las equivocaciones. 

Esto me hace acordar a Antonio Machado, el sevillano: “Caminante, son tus huellas / el camino, y nada más, / se hace camino al andar. / Al andar se hace camino, / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar.” /

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