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¿Los autos antiguos son menos seguros?

La teoría indica que el desarrollo tecnológico permitió que los automóviles actuales ofrecieran un alto nivel de seguridad activa, especialmente en situaciones de accidentes. Pero los autos viejos tienen una virtud: al ser joyas rodantes sumamente valoradas por sus dueños, difícilmente protagonizan siniestros. Cuidarlos es prioridad de quien los maneja.

El automóvil antiguo o clásico, especialmente los modelos anteriores al uso de tecnologías de absorción de impactos, es considerado menos seguro que los vehículos modernos por razones obvias. A medida que transcurre el tiempo y los adelantos técnicos permiten nuevos dispositivos de protección, sufrir un accidente que hace 30 años podría haber terminado en una muerte segura, en la actualidad implica nada más que rasguños.

Dicho esto, el placer que proporciona utilizar un automóvil de otros tiempos, incluso emprender un viaje con él, justifica para quien esto escribe el riesgo que conlleva sentarse en un habitáculo diseñado en los años 30, 40 o 50, sin que en aquellos tiempos se hayan contemplado conceptos como el de la deformación programada de una carrocería.

Ergo: se sabe que chocar frontalmente con un Ford sedán de los años 40 puede que deje la estructura del vehículo en condiciones sorprendentemente íntegras, pero el conductor y sus pasajeros sufrirán sin dudas lesiones provocadas por la misma dureza de los materiales utilizados para la construcción del auto.

Entonces cabe la pregunta de si es inseguro o inconveniente darle utilización cotidiana a un vehículo antiguo. La respuesta es que en el plano teórico siempre un modelo actual ofrecerá mayores posibilidades de salvaguardar la integridad física de los ocupantes, pero en el mundo de la experiencia todo se torna relativo. ¿Por qué? Sencillamente porque allí donde imperan los adelantos tecnológicos la velocidad es mayor, mientras que la parsimonia de los clásicos propone un ritmo de andadura más sosegado.

Viajar sin premuras, desplazarse sin protagonizar maniobras temerarias y conservar la calma en las bocacalles puede representar la diferencia entre un siniestro y un trayecto sin contratiempos. Y está demostrado que la conducción de un automóvil entrado en años al que le hemos prodigado cariño y esfuerzo por conservarlo en la mejor condición posible impactará en la psiquis del conductor como un factor disuasorio.

Podría decirse que el chofer de un clásico se vuelve más prudente por el hecho de sentarse a los mandos de un Fiat 1500 de 1960 o un Renault Dauphine del mismo año, conlleva la responsabilidad de cuidar al vehículo de toda mácula. Y lo mismo vale para los que manejan un Torino coupé, un Peugeot 504 TN o un Ford Falcon Sprint: por más potencia guardada que lleve el bólido en cuestión bajo el capot, quien lo conduzca agudizará los reflejos y extremará las precauciones para evitar cualquier situación indeseada por la lógica razón de que conservar intacta esa joya rodante es prioridad número uno.

El uso diario o regular de un clásico, entonces, representa la posibilidad de disfrutarlos más a menudo y de reducir el índice de fallas, porque si un vehículo de los años 60 o 70 es mantenido con las prácticas recomendadas del cambio de lubricante y las limpiezas mínimas, estaremos ante la evidencia de prácticamente nada de sus mecánicas (absolutamente probadas a lo largo del tiempo) se rompe porque sí.

Es incluso posible que un usuario note que gasta menos dinero en conservar su clásico en orden de marcha, pues los motores, suspensiones y sistemas eléctricos son menos complicados, más fáciles de reparar y muy confiables. Tanto que pueden pasar años sin que sea necesario tocar un carburador o un distribuidor.

¿Entonces, por qué no usamos clásicos todo el tiempo? Por razones culturales, por motivos relacionados con el confort y por una idea instalada en las mentes de quienes nada quieren saber con cosas viejas, según la cual los automóviles “de antes” pueden dejarnos a pie en cualquier momento. Claro que puede suceder, pero porque la máquina no ha recibido los servicios de mantenimiento adecuados. Pero por lo demás, la única diferencia pasa por la comodidad que proporciona el comportamiento de lo moderno, más ágil, más automatizado y por cierto más impersonal.

Todo se reduce a una cuestión de estilos y filosofías de vida. Los clásicos son para pocos porque pocos se atreven a “renegar” con la búsqueda de un repuesto faltante. Los que se atreven, ganan en diversión, anécdotas y hasta demostraciones de admiración de los transeúntes.

Finalmente, una cosa es segura: de aquí a 30 o 40 años en el futuro, ese automóvil moderno que hoy dicta información computarizada sobre consumo y estado del motor a través de sensores, difícilmente esté prestando servicios con la hidalguía que caracteriza a los modelos de la época analógica, los producidos hasta la anteúltima década del siglo pasado.

 

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Chocar y ser chocado

Darse de frente con un vehículo de medio siglo, sin cinturones inerciales ni airbag, sin dudas que es un pasaporte a una grave consecuencia para la integridad física del conductor. Las carrocerías de aquellos tiempos no estaban preparadas para proteger a sus ocupantes con materiales más esponjosos y blandos, como tampoco existían las asistencias electrónicas en el frenaje. Es la gran desventaja de tener un accidente a bordo de un auto añejo. Sin embargo, si la estructura del clásico se encuentra en las condiciones correctas (sin óxido ni corrosiones) podría decirse que tienen una fortaleza inigualable para recibir y soportar impactos. El ejemplo más claro es el de ser chocado desde atrás por un imprudente. En parado, un Torino, un Falcon o un Chevy, por citar tres ejemplos de autos de segmento superior de hace media centuria, podían soportar una embestida en su zona posterior sin sufrir más que algún magullón en sus parachoques. Y eso es porque los automóviles actuales serán muy eficaces en seguridad activa a la hora de protagonizar el choque, pero no lo son tanto en caso de ser chocados.