El común de la gente asume que conservar un automóvil antiguo o clásico es una ciencia dura que exige procedimientos milimétricos hasta para lavarlos. Pero ni tanto ni tan poco. Una vez cumplido el sueño de adquirir el auto de los más íntimos anhelos, el mantenimiento se resume en prácticas simples entre las cuales el cambio de lubricantes es de lo más sencillo y el lavado puede resultar un acto placentero para el que se requiere no más de una hora reloj.
Del aseo de nuestros clásicos se trata este informe, que no busca imponer reglas irrompibles sino enumerar una serie de recomendaciones que contribuirán a la salud estética y mecánica del vehículo histórico, cualquiera sea su antigüedad. Siempre partiendo de la base general según la cual una máquina de cierto valor sentimental difícilmente termine embarrada en algún charco.
El principal apartado a tener en cuenta es el chorro de agua que habrá de utilizarse. Y decimos chorro porque se necesitan los borbotones de una manguera para evitar que el roce de la esponja o el paño se combine con partículas de polvo que dañarán las superficies pintadas con pequeños (muchas veces imperceptibles) rayones cuya sumatoria irá en detrimento del brillo general del vehículo, máxime si se trata de pintura original o añeja.
Queda claro que no conviene lavar un clásico con baldes y que sería un pecado someter a un vehículo de más de 3 o 4 décadas a las labores oficiosas de los cuidacoches que ofrecen el consabido “lavado de cara” callejero. Ante esta tentación, va una máxima de los conservacionistas: es preferible el polvo antes que un lavado negligente.
¿Qué hacer entonces? Llevar el clásico a un autolavado puede ser una solución práctica, pero estaremos en ese caso ante el riesgo de otro enemigo de las carrocerías de antaño: la hidrolavadora. La presión que pueden desarrollar esos equipos permite una rápida eliminación de suciedades superficiales, pero puede atacar zonas frágiles y puntos débiles de nuestro auto al extremo de remover antiguos selladores de coyunturas que, colocados en fábrica hace medio siglo, proporcionan estanqueidad e insonorización.
El lavado a presión, por ejemplo, puede afectar la masilla chicle. Se trata de un producto que todavía está disponible en el mercado como solución para situaciones puntuales en la estructura de los autos incluso actuales, pero hasta hace 30 o 40 años era un componente de rigor en los procesos de fabricación. En especial, entre las partes de chapa que no iban soldadas sino atornilladas, que gracias a esa masa elástica (nunca se secaba) quedaban exentas de vibraciones y de chirridos producto de la fricción entre metales.
Ni hablar de lo que puede suceder con algún vehículo de la era vintage (años 20 y 30), cuyas carrocerías pueden ser descapotables o cerradas, pero todas con un denominador común: el esqueleto (literalmente las costillas que dan rigidez a las puertas y paños laterales o de techo) son de madera, con lo cual podría ocurrir que una hidro introduzca humedad en zonas cerradas donde el secado es literalmente imposible, con el consiguiente riesgo de podredumbre futura.
Queda claro que nada más saludable para un auto anciano que la tradicional manguera doméstica, cuyo flujo de agua elimina impurezas sin dañar y permite acompañar el movimiento del paño con una estela mojadora tan persistente como suave. Esto es, a medida que una mano acaricia la carrocería con la esponja de lavado, la otra mano debe necesariamente seguir el movimiento con la manguera liberando agua a discreción, exactamente sobre el sector tratado.
Párrafo aparte para los productos desengrasantes. Los detergentes son enemigos de la integridad cromática y a menos que se cuente con algún champú neutro, nada será mejor que el agua potable (cuidado con el producto de aljibes y perforaciones, porque generalmente son aguas duras cuyos depósitos minerales manchan). ¿Y para secar sin rayar? La tradicional franela quedó superada por los paños sintéticos absorbentes llamados “chamois”, comercializados en tubos amarillos. Es la mejor manera de eliminar gotas sin dejar marcados sus contornos, incluso en los cristales.
Hay muchos recursos más para que el lavado de nuestro clásico derive en un resultado ideal, pero con lo mencionado basta para un resultado digno. Broche de oro: no guardar el auto inmediatamente después de lavarlo porque iría con humedad perniciosa al garaje. Mejor darse un par de vueltas por el barrio, recibir mirada de admiración y entonces sí, al galpón.