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Cuesta volver a ser buenos, otra vez

Cuando el estupor crece en desproporción con la realidad en números, valoramos aunque tarde nuestra mea culpa a destiempo.
 

Sabado, 03 de febrero de 2024 a las 17:19

Es como que nos vuelvan a creer, después de habernos mentido Es muy difícil ensayar la misma idea, pero con un criterio más sincero como diciendo: rebobinemos de nuevo, y ahora sí, créanme.
Ser sinceros, en este país, es muy complicado, empezando porque la verdad tiene un costo muy alto que hay que estar de acuerdo en pagar los intereses.
Son como los años, se anda pero la factura va a llegar, tarde o temprano. Los dolores son inevitables, forma parte de nuestra sinceridad fallida.
Es lo que padece este país que nunca se habla en serio, y cuando lo hacemos es la desesperación que no nos concede más tiempo, porque todo se agota como las mismas palabras, como lo asevera Julio Cortázar: las palabras se gastan.
La situación en que estamos, que ya nadie cree del todo hasta nuestras propias palabras, que vacilan, que nos dejan dudas.
Esto ha sido y siempre ha sido así si persistimos en no cambiar para siempre. Cuando a la soga la tenemos en el cuello recién nos persignamos ante nuestros pecados más comunes, el descreimiento y la falta total de perseverancia, como la mentira, pero como el adicto la promesa nos dura muy poco.
No solo somos incapaces de cumplir lo prometido, sino porque somos mediocres, la falta de conocimiento y la poca atención a todo lo que signifique esclarecimiento habilita una bomba próxima a explotar.

Cuesta volver a ser buenos, otra vez, porque mentirnos no es el remedio, sino el combustible que nos hará volar por los aires.

Al respeto, el filósofo Alain Deneault, cavila sobre el particular: “Qué es lo que mejor se le da a una persona mediocre. Juntas se organizarán para rascarse la espalda, se asegurarán de devolverse los favores e irán cimentando el poder de un clan que seguirá creciendo, ya que enseguida darán con la manera de atraer a sus semejantes. Lo que de verdad importa no es evitar la estupidez, sino adornarla con la apariencia del poder. Si la estupidez (…) no se asemejase perfectamente al progreso, el ingenio, la esperanza y las mejoría, nadie querría ser estúpido”, como lo señalara Robert Musil.
La incertidumbre, o el desvarío de decir que si todo sube, hay que subir nomás. Algunos concurren solidarios a mis dudas, creyéndose que con lo que me dicen, me calman: es el precio. Por el contrario, tapamos con nuestro aparente desparpajo, que todo es normal.
Cuesta volver a ser buenos, otra vez. Porque otra vez debemos desplegar velas, y el rumbo de navegación será el mismo, por qué quiénes nos van a creer, si en la llama nos seguimos mintiendo.
El actor Oscar Martínez, Director de Teatro, autor de libro que comprende el mettier, el encontró las palabras justas en su texto “Que me palpen de armas”, porque es la decepción ante una salida sea como fuere.
Movido por la amargura “que la suerte es grela,” se hace realidad nomás nuestros pensamientos, como una pandemia descontrolada, ciertas, pero dolorosas:
“La laboriosa tarea de desaprender lo aprendido, el desacato a aquel mandato primario y fatal, aquel dictamen según el cual se gana o se pierde, se ama o se es amado, se mata o se muere. 
Me cuesta vivir a contratiempo, con la sensación de ser testigo de un destino histórico gigantesco, de un extravío descomunal, tan irracional, absurdo o desolador como la bomba de neutrones.
Que la muerte no nos hiera en vida, que la ferocidad no nos pueda el alma, que nada troque nuestra dicha de estar despiertos, que una caricia nos atraviese  como una flecha jubilosa y radiante. Besemos a los que amamos, amémonos.”
Intentémoslo. Pero siendo sinceros con nosotros mismos, previendo el incendio, y no lamentándolo después. Volver a creernos. Cuesta volver a ser buenos, otra vez, porque mentirnos no es el remedio, sino el combustible que nos hará volar por los aires.

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