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Emilio Zola y el carnaval

Sabado, 03 de febrero de 2024 a las 19:45

En tiempos de carnaval la realidad económica y social vuelve a mostrar una dicotomía que hace dos años motivó un entredicho sumamente entretenido con el escritor José Gabriel Ceballos y quien esto escribe. En aquel momento el multifacético hombre de letras, leyes y hacienda se trenzó en una cruzada dialéctica hoy reactualizada en función del incendio social que destruye la capacidad de consumo de dos tercios de la población argentina.

Ceballos había acusado al carnaval oficial de la capital correntina de configurar una desviación ética, una abominación moral que proponía indiferencia para con las víctimas de los incendios que en ese momento asolaban en el interior provincial hasta convertir en cenizas el producto de un trabajo ingente y sin tregua como es el de producir alimentos, madera o cítricos, por citar tres pilares de la maquinaria agroindustrial de Corrientes.

El afán del escritor y de otras personas bienintencionadas que pensaban de la misma forma era que la fiesta de Momo se prorrogase hasta que el infierno flamígero que padecieron distintos puntos del mapa provincial diera tregua, lo que hubiera significado una pérdida irreparable para uno de los atractivos turísticos más identitarios de la capital como es el carnaval.

Tal como quedó demostrado en los tiempos de la opresión fascista, en los momentos aciagos el peor de los errores es perder la alegría. Basta escuchar el himno de los partisanos que iban a morir en la resistencia anti-Mussolini para comprender que aún en las peores situaciones una sonrisa y un acorde musical contribuyen a proteger el alma del espanto. “Una mattina, mi son svegliato e ho trovato l’invasor”, entonaban los defensores de la libertad italiana frente al avance nazi en “Bella Ciao”, un cántico que combina compromiso y esperanza en un futuro que muchos de ellos no pudieron ver.

La canción avanza con un pedido del partisano a la bella donna: “Seppellire paso in montaña”. Es decir, que lo sepultara en los senderos alpinos para renacer como una bella flor que sea admirada por los caminantes en los años por venir. Ese espíritu de generosidad intergeneracional es el que se respira desde adentro del carnaval, aunque intenten devaluarlo como una mera “joda” o una vulgar “farra”.

Los términos utilizados por Ceballos, un escriba destinatario de la admiración de este modesto periodista, fueron injustos en aquel momento y siguen siéndolo. El fuego consumía los campos, es cierto, pero no había motivos más allá de la escala moral de cada uno, que constituyeran argumentos sólidos para suspender el desfile de comparsas en un calendario calculado milimétricamente para no chocar con el inicio de la actividad escolar.

¿Sabe la gente quién financia los trajes tan exquisitamente elaborados por los comparseros, diseñadores, vestuaristas y talleristas? Los mismos integrantes de las agrupaciones, que ahorran todo el año para adquirir plumas, strass, lurex, adhesivos y telas de bordado artesanal. El esfuerzo es tan grande que modificar las fechas programadas implica desbaratar los sueños de miles de personas cuyos corazones palpitan al ritmo de las batucadas.

La realidad tiene un montón de planos. Es poliédrica y, por ende, infinitamente más amplia que el radio de cobertura de los canales de noticias, viaductos de los hechos negativos de una sociedad repleta de acontecimientos positivos que, por lo general, no se muestran.

Lo decía Carlos Gelmi, mentor de tantos y padre del periodismo correntino: “Lamentablemente para nosotros, es noticia el avión que cae, pero no los miles de aviones que llegan a destino con sus pasajeros ilesos”. No se trata de una exégesis del maestro de la gráfica fallecido hace pocos años, pero por haber convivido tantos años de redacción con él y con otros gigantes de su misma calidad profesional, el camino que hubiera elegido ante el dilema de carnaval sí o carnaval no hubiera sido uno solo: el de la libertad para que los apasionados por el brillo y color que deslumbran en la pista pudieran hacer lo propio sin que sus danzas fueran tomadas como agravio alguno.

Porque el carnaval es mucho más que farra y joda. Es un legado ancestral nacido en la cueva de negros, multiplicado en miles de formatos y expresiones culturales diversas a lo largo y a lo ancho del globo. Poco importa si una familia venida de Paso de los Libres inoculó ingredientes brasileños a los desfiles del carnestoltes, que siempre deben (y aquí sí operan los límites seculares de la religión cristiana) ser previos a la cuaresma.

Decía con acierto absoluto Facundo Cabral hace 20 años que llegaría un tiempo en el que los noticiarios de la noche, de esos en lo que un admonitor contumaz se dedicaba a buscar errores ajenos y a juzgarlos con expresiones sentenciales, serían reemplazados por el canal de National Geographics. No eran tiempos de plataformas de streaming, pero el trovador acertó con precisión quirúrgica: hoy los canales abiertos y, en especial, los noticieros, miden miserables 3 o 4 puntos de rating mientras triunfan productos ajenos a la realidad coyuntural.

“La realidad no es solamente el funcionario corrupto, al que habría que denunciar en la justicia. La realidad es la mariposa que vuela, el bailarín que baila y la persona que camina cada día”, reflexionaba un visionario Cabral, cuyo mensaje cabe como si fuera especialmente diseñado para la actualidad argentina, con una Ley Ómnibus que otorga superatribuciones a un presidente sin fuerzas parlamentarias.

El trastocamiento de los precios, la escalada inflacionaria que perjudica a los sectores medios y bajos mientras engorda el caldo de los grupos concentrados, además del plan privatizador que al estilo menemista promete reducir el déficit fiscal a cambio de un costo social inconmensurable, son eventos comparables a los incendios que hace dos años soportó Corrientes junto con otras provincias del Litoral argentino.

¿Es motivo suficiente esta crisis estructural que padece el país para que los comparseros bajen los brazos y acuerden interrumpir la fiesta porque muchos argentinos están pasando hambre? No, para nada. Como tampoco era justo que por los incendios dejaran a familias enteras sin la posibilidad de entrar al corsódromo para cumplir con un objetivo tan prioritario como inobjetable: ser felices y contagiar esa felicidad a los demás.

Corrientes, por otra parte y para finalizar, es una provincia-isla. La administración Valdés, como las anteriores de la alianza gobernante, se caracteriza por la prudencia en el manejo de los recursos públicos, con lo cual atraviesa la escasez impuesta por la consigna mileísta de “no hay plata” con la tranquilidad de no haber adquirido deudas y de garantizar un flujo de fondos apropiado para mantener la cadena de pagos aunque el poder central aplique el torniquete financiero.

Quizás de ese microclima de tranquilidad pueblerina, de la paz con que el correntino tipo saca la silleta para matear en la vereda un sábado por la tarde aunque sepa que el lunes vence la boleta de la luz, provenga el alma apacible y perseverante que mueve a los comparseros a vestirse de luces, a las comisiones directivas a organizar y planificar sin dormir, a los padres de las jóvenes bailarinas más humildes a fabricar con sus propias manos ese espaldar soñado con faisanes sintéticos y piedras de utilería.

Porque esas noches lo importante es brillar y divertirse, aunque la realidad publicada por los grandes medios nada diga de los fantásticos carnavales correntinos. Aunque los acusen de frívolos cuando en realidad los integrantes de nuestras queridas comparsas están inundados de pasión, humanismo y camaradería.

Lo dice Emilio Zola. ¿Quién soy? Va una pista: modesto trabajador de la prensa escrita que siempre soñó con adoptar un pseudónimo que rindiera tributo a mi abuelo Emilio, el gendarme que me enseñó a leer Sandokán antes de entrar a primer grado. Y al mismo tiempo, a Emil Zola, el periodista francés que fue preso por desbaratar la mentira que derivó en el encarcelamiento y posterior destierro del capitán judío Dreyfus. “Yo acuso”, redactó Zola en el siglo XIX, un manifiesto a favor de la libertad en su máxima expresión.

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