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/Ellitoral.com.ar/ Edición Nacional

La esperanza blanca

Apenas si pasaron veinticuatro horas del encuentro entre los gobernadores radicales y el presidente Néstor Kirchner, celebrado el pasado martes 30, cuando una ola de rumores instalaba la posibilidad de que Roberto Lavagna, héroe de la actual administración y también del gobierno de Eduardo Duhalde, encabece las esperanzas del radicalismo en una especie de coalición "progresista", que contaría ya con la santa bendición del ex presidente Raúl Alfonsín.

La bola de nieve creció con el correr de la semana, sobre todo tras la áspera esgrima verbal protagonizada por el Gobierno y el ex ministro de Economía.

Si bien el camino para 2007 es aún largo, el radicalismo ha ensayado una estrategia de golpe de efecto al publicitar esta especie de "esperanza blanca". El momento y oportunidad de esa postura es por demás sintomático, ya que la reunión en Casa de Gobierno puso a la UCR al borde de una guerra de secesión.

Y es que el partido de Yrigoyen vive por estas horas una de las etapas más dramáticas de su historia. Pese a que todavía mantiene un importante número de legisladores en el Congreso, su otrora rol de contrapeso político del peronismo ha venido diluyéndose desde la década pasada, fenómeno que en el último lustro no ha hecho más que afianzar la decadencia del bipartidismo que caracterizaba al sistema político argentino.

Tras el desastre del gobierno de la Alianza, el radicalismo se llamó a cuarteles de invierno sin tener a la fecha posibilidades concretas de volver al ruedo como una opción de peso.

Desde entonces, su derrumbe sigue un ritmo sostenido, al punto de ubicarse a la zaga de partidos mediáticos como el ARI o PRO en la lucha por ocupar posiciones en el mercado electoral. Una de las razones estriba en la falta de referentes y de figuras de renombre en el interior de sus filas. Sencillamente, la UCR no cuenta en estos momentos con personajes de la talla de Elisa Carrió o Mauricio Macri; además, en todos estos años no ha sido capaz de reemplazar el carisma y la estatura política de Raúl Alfonsín.

Por otro lado, el lanzamiento de la "concertación" kirchnerista –una renovada y más amplia modalidad de transversalidad– ha comenzado a drenar los aún importantes recursos políticos disponibles del partido. Así, tres de los cuatro mandatarios que se reunieron con Kirchner gobiernan provincias donde el radicalismo obtuvo importantes victorias electorales en octubre pasado (Mendoza, Corrientes y Santiago del Estero). Lo que se ganó en la cancha se termina perdiendo en la mesa. Eso es lo que más le duele al Comité Nacional del centenario partido.

Entonces, el cantar de gesta que algunos dirigentes de la UCR improvisaron en los últimos días encuentra su inspiración, más que en las cualidades del excelso Lavagna, en la desesperada búsqueda de una figura que ayude a pavimentar el camino a las elecciones presidenciales de 2007. En un escenario político monótono, dominado abrumadoramente por el kirchnerismo y sus aliados, la opción de Lavagna aparece como la esperanza blanca de la UCR y de los que quieran construir un espacio político bajo ese signo. Una derrota aplastante pondría al radicalismo al borde de la disolución. Una derrota decorosa, en cambio, le daría aire para emprender la lucha de largo aliento que le espera a la oposición para derrotar a Kirchner.

Pero antes de pensar en candidaturas, la UCR deberá aplicar un torniquete para obturar la sangría de dirigentes que sucumben a los cantos de sirena. Un partido deshilachado en sus capacidades políticas, mal podrá dirigir una coalición. Antes de entregarse a los sueños olímpicos del poder, hay que asegurar la supervivencia.

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