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/Ellitoral.com.ar/ Anuario 2013

El papa Francisco

Casi todos superaron la sorpresa y muchos se entretienen interpretando sus señas y palabras con matices que llegan, en ocasiones, a malversar el tesoro de su auténtica imagen apostólica. Estimo que el tiempo actúa de dilucidador natural en la urgencia de poner, tanto sus palabras como sus hechos, sobre una superficie blanca que permita destacar su verdadera identidad de hombre y de Pastor Supremo de la Iglesia Católica. Francisco no ha dejado de ser el Bergoglio que fue. La elección del 13 de marzo del presente año ha dado lugar a la revelación de quien se fue preparando para la misión, quizás inesperada, que Dios ha depositado hoy sobre sus frágiles hombros. Me consta que él piensa así de sí mismo. Su proverbial humildad no es una puesta en escena para popularizar su imagen ante las muchedumbres enfervorizadas. Su constante pedido de que recen por él viene de tiempo atrás. Se siente impotente sin el auxilio de la gracia, al estilo de San Pablo, y decide, con absoluta honestidad, ceder a Cristo el protagonismo en su vida y en su ministerio.

Todo el mundo sabe quién es Bergoglio: su historia de joven franqueando su corazón a la vocación religiosa y sacerdotal, su rápido y brillante ascenso hasta ocupar el centro de la atención del Cónclave cardenalicio y su sorpresiva elección como sucesor de Pedro y Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Francisco está apareciendo, con fulgor singular, en el horizonte mundial.

El mundo católico, y no católico, avanza rápidamente en sus expectativas y particular simpatía hacia su figura simple, inclinada sobre los niños, los pobres y los enfermos. Causó sorpresa la adopción del nombre de Francisco - el “poverello” de Asís - para que significara su proyecto de gobierno pastoral de la Iglesia, antecedido por grandes pontífices, como Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI.

No sé si lo venía pensando desde antes, estimo que no, pero llamarse Francisco respondió a una intuición humanamente inexplicable. No existe otro ángulo desde el que deba observarse el fenómeno “Francisco”. Todo lo que decida estará interiormente informado por la pobreza y humildad del Santo de Asís. No obstante, la gran autoridad que la legislación canónica y la doctrina subyacente le otorgan, Francisco organiza, de manera inmediata, una eficaz colaboración de competentes representantes de todos los continentes. Su intención está en corregir una inexplicable concentración del poder eclesiástico en los órganos centrales de la Curia Vaticana. De esa manera, los obispos, como auténticos sucesores de los Apóstoles, deberán asumir las funciones que les corresponden en el pastoreo universal de la Iglesia.

Finalmente, el papa Francisco, constituye una síntesis de dos grandes espiritualidades vigentes: la de San Francisco de Asís y la de San Ignacio de Loyola. Ambas han influido en la formación de su personalidad y hoy gravitan providencialmente en la conducción pastoral de la Iglesia Católica: la humildad del poverello y el temple admirable de Ignacio. La síntesis es un encuentro de carismas suscitados por el Espíritu Santo y oportunamente puestos al servicio del actual momento de la historia, tanto de la Iglesia y del mundo.

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