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Sandra, no vengas

Estamos disfrutando de la era de los audios. No sólo los que podemos enviar, sino a los que se accede por escuchas legales o ilegales donde los políticos se elevan desnudos en formato de sorpresa. 

Por Luis Costa

Sociólogo. Director de Quiddity. 

Nota publicada en Perfil

Existe un espacio entre los cuerpos que es social. Aunque no hay una reglamentación legal de distancia establecida en el despliegue de un diálogo entre amigos, conocidos o nuevos presentados, conocemos una extensión que es asumida como normal y repetida en la costumbre de las condiciones en que una conversación es vivenciada como válida y que de este modo presenta condiciones para fluir. Los espacios entre personas, los roles asumidos en esas conversaciones, el tono de la voz o las risas apropiadas determinan los modos de aceptación que sobreviven mientras no sea expuesta nunca su artificialidad. Todo requiere que se crea lo que se ve.

Estamos disfrutando de la era de los audios. No sólo los que podemos enviar, sino a los que se accede por escuchas legales o ilegales (algo menor en la diversión de lo extraño que allí se escucha) donde los políticos se elevan desnudos en formato de sorpresa. Los medios de comunicación disponen a la población la posibilidad de escuchar, en la intimidad inaccesible, a los políticos fuera de escena, y su sabor más placentero es la no artificialidad. Ahora estamos todos a un “click” de transformar personajes armados y seguros en seres erráticos, calculadores y fuera de control. Cristina le dice a Parrilli lo mismo que Triaca a Sandra y empujan a la opinión pública a un embrollo de decepción y reconstrucción complejo y serio.

Aquí se pone además en cuestión una diferencia tradicional entre un espacio privado y otro público, y el comportamiento en uno y otro son diferentes. Sin embargo, la tecnología está empujando de forma feroz la línea de la puerta del hogar y penetrando en la privacidad redefiniéndola como espectáculo público. La dificultad por encontrar el límite aumenta la inseguridad de todas las acciones y por lo tanto nunca se está del todo seguro de cuándo algo es privado y cuándo no lo es. Los sujetos, en consecuencia, se ven forzados a aumentar la “teatralización” de sus vidas porque eso es ahora el todo.

El Presidente probablemente comprende que en algún sentido esta es la regla de juego del presente. En estos algo más de dos años de gobierno la exposición de su supuesta intimidad ha sido una marca destacada de su propaganda de gestión. Su hija y su esposa se muestran actuando en la distensión de una quinta o vacacionando siempre sonrientes en imágenes que expresan una supuesta situación real puertas adentro. Su lema de gestión es que ahora se dice la verdad y que no hay nada para ocultar, de modo que se juega a la inexistencia de la intimidad.

El caso de Triaca paradójicamente se repliega en la intimidad, es decir, retorna a ella misma luego de ser descubierta y está allí probablemente su asunto más problemático. El giro del ministro y el Gobierno hacia un breve reconocimiento es seguido de su desaparición. La desaparición en realidad es la imposibilidad de continuar con la escena original, con la representación de un funcionario que nada espejaría con el pasado reciente, pero que queda desnudo frente a quien llama pelotuda. A lo mejor Sandra merece su enojo, eso nadie lo sabe, pero su éxito fue sacarlo de personaje. En esa nueva intimidad, que por ahora no ha sido vulnerada, descansa su ser real fuera de las luces en una acción de huida que reconoce la escenificación anterior.

En el período en que esto transcurría Macri ejercía una extensión de su retiro al sur con un fondo complejo. Los niveles de consumo bajando de nuevo en diciembre, la inflación que continúa en aumento, las inversiones siempre en espera, endeudamiento y déficit fiscal y la pobreza como obsesión pendiente actuaron probablemente como un equivalente funcional de los audios de Triaca para las fotos de Macri en escenas estupendas de alegría. Macri también queda expuesto y se recluye prolongando su tiempo fuera de Buenos Aires.

En estos días, un medio permitía escuchar nuevos audios de la causa Nisman, separados por la simulación de un teléfono que llamaba, como si fuera del dr. Tangalanga a punto de hablar con D’Elía por un auto mal engrasado. No queda claro hasta qué punto el espectáculo de un audio mata a otro audio, pero es probable que ya a esta altura sea mejor bajar la inflación que seguir acusando a los kirchneristas de corruptos. Están todos presos y como nadie los ve ni pueden actuar. Ellos por lo menos gozan de privacidad; a los del PRO los ve todo el mundo.

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