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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Muestrario mínimo

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La selva liviana 3

La imaginación arde envuelta en las ruedas de

un tren desorientado.

Bananas y bananas caen al aire.

Una mujer desnuda, una escopeta en un templo,

roe lentamente en el anillo de su corazón.

Frutera de la desgracia, frutera del destino.

Rehén de la colina 1

Oh candoroso embriagado entre loros,

entre isletas subiendo hasta el nivel de la colina,

canta en tu boca el canto ardiente de otra boca,

y cuando la sangre sube hasta tus ojos es

porque están quebradas todas las fulguraciones

del sollozo en tu pecho.

Canta, viejo rehén de la colina.

Arde, candoroso de alcohol negro, que con palmas

salvajes tienen hijos que retornan al viento,

al gemido del clima en el olor áspero y cruel

de las arañas del estero,

en aquel paisaje de cristal desprendido del fuego.

El riesgo de la verdad

Caes en mí como una brusca levedad del clima,

del agua, de una oblicua y desterrada colina,

castigo delicado de un paisaje solamente hollado

por su propia demencia.

Mi desnudez asume así tu cálido cristal

y se destina más al fondo del celo con piel 

sonriente candente de tu herida.

Adorada mía tapizada de rayos,

con tu colina bajando todas las aguas de la locura.

Niña mía, con la boca cargada del esplendor del

plátano, alguien,

alguien tiene que depender del canto.

(de El pequeño patíbulo, 1954)

Las jaulas del sol II

Vengan allí a la casa del diamante calentado por

el agua, al huerto donde el hombre se recoge

para no caer del globo.

Un día, un paso, un día mil pasos, 

una bestia sueño,

pero con todos los amores permitidos por su amor.

Ni una pérdida.

No, no, tribu mía de mi raza. 

Raza de ganancia y de lujo,

acopladora, niveladora para el fuego, tambora 

para los vientos dementes que saben adorar.

Tenía un camino de patos y de rezos. 

Al fondo, el agua,

luego, los ojos de los hombres con sus telas

flotando sobre el sol y aquí la misma marca

de globo entre las piernas ¡y un odio por lo estéril!

Oh madre de todos los amores, ven a mí, 

adórame con tus hijas. 

Tiernísima del bosque, ven a mí, yo tengo

una bolsa de fuego cautivado por los gatos

monteses pegada sobre el labio,

¡reviéntame en tu olor!

Cortina de cuero y olor a ojos de infierno 

matándome en el bosque.

No tienen puerta para huir los amores.

Círculo de sol repleto de pájaros; 

tranquilidad de María, la mecedora de la tarde.

(de Las jaulas del sol, 1960)

Criollo del universo

El blanco océano gira en mi corazón

mientras canta el otro océano de

plata amarilla, 

que se desprende de las aguas del sol.

Ya es muy tarde para ser sólo de una provincia, 

          y muy temprano para pertenecer, 

          todo, 

          al planeta del venidero y sangrante

          resplandor.

Oh, acude a mí, a mi jerarquía de peón del planeta, 

           gaucho con trenzas de sangre, 

           mi padre, 

y ensíllame el mejor caballo ruano del

            universo: 

para atravesar el agua de oro de la muerte, 

           y escucharme, 

           todo, 

           siempre en ti.

El blanco océano solloza por la inmortalidad.

(de Resplandor de mis bárbaras, 1985)

Lluvia en las Pirquitas 

    a Leonardo Martínez

Va a seguir siendo mía la lluvia cuando yo muera,

todo va a seguir siendo mío,

el trueno conservará intacto su sonido casi negro,

y el árbol a orillas del corral gozará con ese trueno,

mientras el olor a presencia de la tierra en la lluvia

será el mismo olor de mi ausencia.

Así le sucede y le sucederá a todo lo que es pertenencia del planeta.

Entonces, a no gemir, mi lejano palmar, cuando yo muera,

porque somos un pormenor de presencia 

de lo inmortal.

(de Criollo del universo, 1998)

 

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