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Por Juan Carlos Duca

Especial para El Litoral

Juan Carlos Duca nació en Buenos Aires. Su familia materna es correntina, de Caá Catí. Vivió en Palmar Grande (Corrientes) hasta los cinco años, luego la familia se trasladó a la Capital, pero todos los veranos regresaban al terruño. Años después, ya adulto vino a vivir en Corrientes, Capital. Desarrolló diferentes actividades, pero uno de sus preferencias fue y es la docencia. Es sociólogo recibido en la UBA, técnico en Comunicación y varios postgrados, actualmente esperando su jubilación. Desde 1984 vive en Formosa, pero visita Corrientes varias veces al año, donde tiene parientes y amigos. Tiene tres hijos, dos correntinos, ya profesionales y uno formoseño estudiando en la Universidad Nacional de Lanús. Dos nietos que son los regalones del abuelo. No hace falta agregar que son todos araberaceros.

Hace rato que pasó la medianoche, el corsódromo esta más tranquilo, ya no hay tanto juego de nieve ni chicos corriendo por las gradas. La gente espera. Los que están más cerca de la entrada al paseo carnavalero escuchan 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1 y desde los parlantes: Aaaaaaaaraaaaaaa Beeeeeeerrraaaaaaa y la histórica marcha de la comparsa estremece a todo el corso.

Nosotros en la tribuna revoleando toallas, pañuelos; tirando nieve, gritando enloquecidos, recibimos a la comparsa del Rayo. En el alboroto nadie se da cuenta y mi  corazón bombea fuertemente, la emoción es intensa y mis ojos se llenan de lágrimas. Es que a mi edad, 72 años, lo emotivo pega más fuerte que lo doloroso y lloro emocionado.

Hace 55 años que sigo a mi comparsa. En 1963 viajo a Corrientes, desde Buenos Aires, siguiendo una guaina, pero quién iba a decir que terminaría enamorado de Ara Berá. 

En esa época, el corso se hacía en la avenida Costanera y allí disfruté, por primera vez, de los Carnavales correntinos y su ciudad, sin lugar a duda, la Capital Nacional del Carnaval.

Si la memoria no me engaña,  ese año, Ara Berá tenía como tema algo así como “Las estrellas y el universo” y Copacabana, en esa época había sólo dos comparsas de primera categoría que competían, representó “Tailandia”, con un lujo descacharrante, tres carrozas enormes, una con un elefante blanco tamaño natural, otra con Brahma y sus 8 brazos y finalmente una fuente con agua de verdad donde iba la reina que era nada menos que Rubita Meana, reinaiteva, todo un símbolo del corso correntino. 

Sin embargo, bailando desde el principio hasta el final, la gracia, la coreografía, le dio el triunfo a Ara Berá. Yo aprendí a querer y a disfrutar de la “colosal comparsa de nuestro carnaval”.

Después, vine las veces que pude, mi familia es de origen correntino y era fácil volver a mi provincia. Años más tarde, radicado en Corrientes, los carnavales eran parte nuestra vida, incluyendo las tardes de agua y balde y, por supuesto, los corsos en la avenida 3 de Abril. El destino luego hace que, por trabajo, tenga que ir a vivir a Formosa, donde actualmente vivo desde hace 34 años. Pero 200 kilómetros no son impedimento para disfrutar de mi taragüí carnavalero y año tras año, siempre presente con familia completa, sumando, en los últimos tiempos, a los nietos.

Vi crecer a la comparsa no sólo en integrantes, sino en ideas y esplendor. También al Carnaval correntino que se traslada a la avenida 3 de Abril y, finalmente, un sueño de los correntinos: el Corsódromo. Hubo años que no tuvimos carnaval, pero siempre estaba la esperanza de que el año siguiente vuelvan las noches carnestolendas. Tampoco olvido la tragedia de Bariloche y el dolor de toda la  provincia. Ara Berá no se presentó el año siguiente. Cuando reaparece,  todas las noches, en la carroza que era totalmente blanca, había 8 rosas rojas en homenaje a los comparseros que ya no estaban.

Aprendí en estos largos 55 años que el Carnaval correntino es para los correntinos. Vienen turistas de otras provincias, incluso del extranjero,  pero las comparsas, sus dirigentes, los comparseros arman sus historias, sus temas para su Corrientes Porá.

Vienen a mi mente tantas anécdotas como situaciones que en estos años acompañaron los carnavales, por ejemplo, allá lejos en la década del 60, en Buenos Aires cuando venía en el colectivo para Corrientes, varios autos tocaban bocina y nos saludaban con gritos y aplausos por el carnaval.

Mis primeros amigos correntinos fueron la familia Ortega, después, enlazamos la amistad con padrinazgos. Eran los dueños de la panadería y confitería Rodríguez,  que estaba en la Junín entre Mendoza y San Juan, con ellos íbamos a los corsos; por supuesto, todos araberaceros, las familias crecían y los nuevos integrantes, desde muy chicos, se sumaban al grupo. Hoy mantenemos la tradición y seguimos yendo juntos, tanto al corso como al show de comparsas.

En los primeros años del corso en la 3 de Abril no había barandas y algunos salían a bailar con los comparseros. Alejandro Balbi, que era mi alumno en la Regional,  quería mucho a mi hijo Sebastián, en esa época un bebé, bueno, venía bailando, nos hacía señas y Seba, de brazo en brazo, llegaba a la pista, bailaba con Alejandro y nuevamente volvía a subir hasta llegar a nosotros, ese era el clima en aquellos tiempos. Otra anécdota de esa época: Sebastián, nuestro primer hijo, tenía cuatro meses en febrero de ese año y decidimos no ir a los corsos. Llegaron a casa cuatro alumnas llorando a moco tendido diciendo que si no iban con un mayor,  los padres no las dejarían ir al corso. Viendo esa situación, mi compañera se enternece con el problema de las chicas y me dice que las acompañe yo, que ella se quedaba con el nene; yo que sí, que no, al final acepto acompañar a mis alumnas. Lo que nunca se enteró mi esposa fue que eso fue armado de antemano con los chicos de mi curso para que no me pierda una noche de carnaval.

Hay muchas historias que mezclan nuestras vidas con el carnaval. En Formosa siempre estamos ávidos de noticias sobre nuestra fiesta carnestolenda y especialmente de la comparsa, que ya es parte de nuestras vidas. Esta pasión se transmite a mis hijos y ellos a los suyos, mis nietos, que también se enganchan con los carnavales. No faltamos nunca, siempre presentes. Recuerdo un año, que no teníamos a quién dejarle el perro, no tuvimos más remedio que traerlo, no fue al corso, por supuesto, pero sí disfrutó a su manera.

Este año cumplo 73 años, no me arrepiento de nada de lo que hice, para bien o para mal hice lo que me gusta y disfruté de la vida. Me hubiera gustado ser comparsero de Ara Berá, pero nunca pudo ser y ahora los años y los achaques lo hacen imposible. Siempre les digo a mis hijos que si hay algo  que lamento no haber hecho en mi vida, es bailar en la comparsa. Pero tal vez en la próxima reencarnación me dé el gusto.

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