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El estertor de la Argentina decadente

El país viene viviendo la película de las concentraciones callejeras desde hace 70 años. Ya todos sabemos los resultados de esa metodología. No es posible seguir aplicándola y sentarse a esperar resultados diferentes. Eso sería una lisa y llana locura. Debemos salir de eso ya.

Por Carlos Mira

Nota publicada 

en infobae.com

La marcha pasó y los problemas argentinos siguen siendo los mismos. A la Argentina le cuesta entender que la cultura callejera es la causa y no la solución de los problemas. No hay que ser demasiado despierto para darse cuenta de que el embrión de los problemas que aún subsisten (inflación, quiebre de la voluntad de trabajar, pérdida de los premios por la capacidad de innovar, de crear y de ser diferentes, déficits públicos imbancables provocados por un Estado elefante) comenzaron precisamente cuando la Argentina se embarcó en esta cultura callejera que la ciencia política llama democracia de masas.

Hasta ese momento, con el republicanismo democrático, la Constitución había logrado hacer pasar al país de ser un desierto infame a convertirse en un fenómeno sin explicación en el mundo occidental: inversiones, flujos migratorios, trabajo, progreso, alfabetización, educación, cultura: el PBI de la Argentina sola era superior al PBI combinado de toda América Latina, incluido por supuesto Brasil. La participación argentina en el comercio mundial era del 3%, esto es, de cada 100 dólares que se movían en el mundo, 3 eran argentinos. Increíble para un país alejado, periférico y fuera de las rutas normales del comercio.

¿Cómo se logró ese milagro? Con el ejercicio de la libertad, con impuestos bajos, con un Estado que hacía respetar la ley, pero que no asfixiaba a los ciudadanos con impuestos, con confianza en un orden jurídico justo que recompensaba lo correcto y castigaba lo que estaba mal. Porque, además, todo el mundo distinguía de antemano, antes de que lo dijera la ley, lo que estaba bien y lo que estaba mal. Y, por supuesto, con jueces intachables, respecto de los que nadie sospechaba y en los que todo el mundo confiaba.

¿Cuándo comenzó a deteriorarse todo eso? Cuando justamente el país abrazó la cultura de la masa, la pasión por la calle, el fascismo autoritario de arengadores profesionales desde púlpitos públicos. No hay que ser demasiado estudioso para saber cuál es la causa de los males que todavía hoy, 70 años después, seguimos padeciendo. Sólo hay que ver el almanaque. Con eso alcanza.

A contrario sensu, es fácil saber lo que hay que hacer para volver a asombrar al mundo con nuestra competitividad, con nuestra participación en el comercio, con nuestra inventiva, con nuestra creatividad: hay que volver a la libertad, hay que volver a un Estado atlético, flaco, no burocrático, que les saque los pies de encima a los que quieren trabajar. Para eso es imprescindible que la gente vuelva a vivir de su trabajo y no de la asistencia social. Porque la sociedad se queja de los impuestos, de los aumentos de tarifas, de los precios, pero al mismo tiempo quiere que todo lo resuelva el Estado. Mientras el país no entienda que el intervencionismo estatal tiene un costo elevadísimo y que el que lo paga es el pueblo, no vamos a ver la luz al final del túnel. Mientras continuemos con la incongruencia de pedir que todo lo haga el Estado y al mismo tiempo querer bajos impuestos; mientras queramos energía regalada, pero al mismo tiempo abundante; mientras sigamos suponiendo que la culpa de nuestro destino la tiene otro, no vamos a resolver el problema.

Tampoco vamos a avanzar mientras supongamos que lo que tienen unos les falta a otros o que los pobres son pobres porque lo que ellos deberían tener alguien se los sacó alguien para hacerse rico. Si eso es cierto en alguna medida, lo es, justamente, por los políticos que especulan con la pobreza y con los pobres para forrarse de un discurso demagógico y luego vivir como reyes a costa del pueblo al que usan como carne de cañón.

No sé si Hugo Moyano organizó la marcha de 21F al solo efecto de presionar a la Justicia por los problemas personales que tiene. Importa poco de todos modos. Lo que importa es que con los métodos del muchedumbrismo no vamos a solucionar los problemas del país. De ese río revuelto solamente sacan ventajas algunos pocos, que, paradójicamente, cuando son expuestos a una contienda electoral, sacan 15 mil votos.

La Argentina debe dejar atrás este fascismo consuetudinario. Debe volver a la libertad individual, a sacar de las espaldas del ciudadano productivo el peso de un Estado anormal. Debe volver a innovar y a premiar la innovación; debe volver a crear y a premiar la creatividad. ¿Y saben qué va a ocurrir cuando eso pase? Va a haber ciudadanos diferentes. Sí, sí, diferentes. Y eso es lo que vuelve vital a una sociedad.

La igualdad que nos debe preocupar es la legal. No la igualdad de los patrimonios. Los patrimonios tenderán a parecerse cuando haya disparidad de realidades individuales. Cuando la aspiración sea la igualdad de hecho de las personas, todas terminarán en la miseria… Primero, antes que nadie, los menos dotados.

El país viene viviendo la película de las concentraciones callejeras desde hace 70 años. Ya todos sabemos los resultados de esa metodología. No es posible seguir aplicándola y sentarse a esperar resultados diferentes. Eso sería una lisa y llana locura. Debemos salir de eso ya. Mientras más 21F se repitan, más se confirmará el camino de la decadencia y del statu quo argentino. Será algo así como una especie de carcajada sarcástica del conservadurismo.

 

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