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/Ellitoral.com.ar/ Cultura

La máquina del tiempo

Uno se remonta al campo de Bagatelle, París, cuando el brasileño Alberto Santos Dumont, inventor, ingeniero y precursor de la aviación, logra poner en movimiento por primera vez un avión impulsado con motor, desplazándose 60 metros y elevándose a 3 metros del suelo. Hasta entonces se realizaron pruebas fallidas, según lo documentara la comisión técnica avalando el acontecimiento mundial, producido el 23 de diciembre de 1906. 
“La rosa púrpura de El Cairo”.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral.

El hombre siempre intentó burlar lo establecido por la ciencia, hasta entonces apenas conocida, transponerla y celebrar exultante el fanatismo de su empeño. El escritor británico Herbert George Wells lo procuró y con creces en su obra “La máquina del tiempo”, poder saltar para atrás o para adelante en un móvil inventado que le permitió viajar a través de todo el libro. Llevada al cine, la película fue memorable, un éxito de taquilla, en 1960, interpretada por el actor Rod Taylor justamente como H. G. Wells protagonizando su propia obra, como así por la actriz Yvette Mimieux como Weena, y dirigida por el gran fotógrafo, George Pal. Muchas series televisivas hicieron lo propio porque la ciencia ficción siempre ha sido buen negocio de dinero y rating. Una que se la recuerda porque irrumpe con muy buena realización fílmica más los efectos especiales, es “Viaje a las estrellas”, cuyo nombre original es “Star Trek”. La misma estaba  interpretada por el actor cinematográfico, William Shatner como el Capitán James Tiberus Kirk, Leonard Nimoy como el Señor Spock, George Takei como Hikaru Sulu, Michelle Nichols como Nyota Uhura, y De Forest Kelley como el Doctor Leonard Mc. Koy, todos a bordo de la súper nave “Enterprise” dispuesta a recorrer las galaxias.

Esa libertad de movimientos valiéndose de cualquier vehículo sirvió para que el hombre soñando, construyendo vehículos o escribiendo, se permita hacer realidad sus grandes inquietudes que, de alguna manera, han servido para que muchas cosas tomen forma real alejándose del estímulo de la ciencia ficción, embrión de inventos y descubrimientos.

Mucho más acá, siempre de la mano del cine, los sueños se corporizan y son éxitos. Dos películas marcan, tal vez intuitivamente, lo que la última entrega de los Oscar nos deparara, que la ficción se transforme en realidad. En 1985, la imaginación ilimitada de Woody Allen forja “La rosa púrpura del Cairo”, con Mia Farrow, Jeff Daniels y Danny Aiello, en que una enamorada espectadora logra sacar de pantalla al héroe de la película, y permitirse compartir otras cosas ajenas al “encierro” de la trama.  En 1993, “El último gran héroe”, con el grandote Arnold Schwarzenegger como Jack Slater, el ídolo de un chico llamado Danny, aficionado empedernido del cine, se permite liberar a su héroe de la pantalla para vivir otra realidad diferente, el quehacer cotidiano de la vida común. Cuando en la última entrega de los Oscar, su presentador, el actor Jimmy Kimmel, dejaba inaugurada la entrega número 90, quedaba muy lejana de la primera entrega celebrada en el Hotel Hollywood Roosevelt, el 16 de mayo de 1929, cuando se presentaron, por primera vez en la ciudad de Los Angeles (EE. UU.), los premios Oscar instituidos por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas. Le correspondió, entonces, el premio Oscar al mérito como se lo denominaba en principio, al actor Emil Jannings, por las películas mudas, “La última orden” y “El destino de la carne”.

Esta nota pretende recordar y recrear la necesidad humana por transgredir siempre lo establecido. En un momento dado, en la última emisión de los Oscar, Jimmy Kimmel, su presentador, dice que si el cine es un éxito, se debe exclusivamente al apoyo permanente del espectador. Entonces recuerda que enfrente del Dolby Theatre, lugar en que se llevaba a cabo la ceremonia, cruzando la avenida que los separa está el famoso Teatro Chino. Por arte de la tecnología, en forma inesperada, aparece en la pantalla gigante de la entrega la imagen de los espectadores del Teatro Chino sin que estos se dieran cuenta, observando una película. Desde el ámbito ostentoso del Dolby Theatre, el conductor invita a una comisión de actores presentes en la gala de los Oscar a llevar regalos a los espectadores por su devoción al cine. Sin que se dieran cuenta, simultáneamente, pasan a ocupar la transmisión en directo de la entrega, al mismísimo Teatro Chino. Es tan grande la sorpresa cuando aparece la comitiva de actores con los regalos y, a la vez, descubren que están siendo proyectados en ambas pantallas, el jolgorio rompe en emocionado aplauso protagonizando un show irrepetible. Una vez más el hombre ha traspuesto los límites de lo permitido. Merced a la tecnología, a la gran producción, a la idea tremendamente creativa, los aludidos espectadores, ajenos a lo que sucedía pasaron a ser protagonistas en ambas salas, unidos en una alegría imborrable que rompió en franco aplauso, componiendo una imagen memorable del eterno espectáculo que el cine y la televisión son capaces de sorprendernos.

El cine y la televisión han crecido más de la cuenta. Cuesta imaginarlas estáticas, siempre están unos metros por delante asombrándonos. Pero no sólo la alegría, los aplausos, las emociones optimistas y mezcladas, las dramáticas, sabiendo que en gran parte la ficción ayuda y enriquece la obra de arte del espectáculo visual. Pero dejemos como advertencia que traspasar todos los límites no siempre es bueno. Recordemos, cuando en el mes de enero de 1991, el presidente de los norteamericanos, George Bush padre, se permitió poner en pantalla a través de la incipiente -entonces- cadena televisiva de noticias CNN, merced al hacedor de sueños, su productor ejecutivo, Robert Wiener, la invasión al Golfo Pérsico, en vivo y en directo. 

No sólo se jugó en televisión con la vida de las víctimas, sino que se minimizó una acción terrorífica de la guerra llevando en directo el dolor en primer plano, a lo que luego el cine produjo una película bajo el título de “Live from Bagdad”, interpretada por Michael Keaton, representando en la ficción al productor de la emisión televisiva de la invasión, Robert Wiener.

La ficción ha dejado de ser tal cuando los extremos acceden y se convierten en realidad. No se puede mirar todo como alguna vez lo puntualizó H. G. Wells en su novela “1984”, siendo observados y controlados permanentemente. También nos debemos la intimidad de lo personal.

El dato

El cine y la televisión son grandes disparadores porque su tecnología ávida de innovación, como las novelas de ficción, trasponen límites.

 

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