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Los riesgos de creer en el crecimiento invisible

El Gobierno nacional debería convocar a las fuerzas políticas y sociales representativas para llegar a una síntesis de consenso respecto al diagnóstico del estado de situación del país y luego acordar los principales lineamientos que deben guiar las políticas públicas en los próximos años.

Por Jorge Sarghini y 

Gerardo Otero

Economistas. Publicado en el diario La Nación.

El oficialismo inició marzo con la mira puesta en la reelección de Mauricio Macri. El mensaje del Presidente en la apertura de sesiones ordinarias y el espíritu de la reunión del Consejo Directivo del Pro en Parque Norte así lo indican. El Presidente dijo ante la Asamblea Legislativa: “Hace un año, en este mismo recinto, les dije que teníamos que construir las bases para que la Argentina pudiera crecer 20 años en forma consecutiva, y eso es lo que hicimos. El crecimiento invisible sucedió”. Y agregó: “Lo peor ya pasó” y anunció el comienzo de “un camino de desarrollo, en el que estamos combatiendo la pobreza”. Mientras tanto, destacados dirigentes del principal partido de la coalición gobernante sostenían que “están dadas las condiciones para la reelección” y que eso “sería natural para poder completar el proceso de cambio”.

Sin desconocer que la economía, luego de la caída de 2016, tuvo un leve rebote en 2017 y que las pretensiones políticas oficiales son legítimas, estas expresiones constituyen una riesgosa combinación que tiende a minimizar el esfuerzo que nos queda por hacer a los argentinos para iniciar un largo ciclo de crecimiento económico y de inclusión social. Es cierto que el Gobierno ha tenido la virtud de poner en la agenda pública los temas relevantes que podrían sentar las bases para el inicio de ese ciclo. Pero no es menos cierto que, ya transcurrido poco más de la mitad de su mandato, aún siguen pendientes las reformas estructurales que un proceso de estas características demanda.

El prestigioso economista turco Andi Rodrik ha resaltado la importancia que tienen para crecer en el tiempo, el fortalecimiento de las instituciones, de la gobernabilidad y de la política. La Argentina, que no escapa a esta necesidad, tiene además la tarea de resolver los desequilibrios macroeconómicos que esta gestión heredó y que aún están pendientes. Sin olvidar que, en algunos casos, estos problemas se han agravado.

El camino no es fácil y en muchos casos requiere de medidas costosas que para poder abordarlas con perspectivas de éxito, necesitan consenso político y social. Resulta imprescindible elevar la mirada, salir de la lógica de confrontación y apuntar el rumbo hacia un escenario más abierto y participativo. Está claro que no es tarea sencilla disminuir el déficit fiscal que incluyendo a las provincias es equivalente al 7% del PIB, a partir de una presión tributaria que supera el 30% del PIB y un nivel de gasto social que debe mejorar en eficiencia, pero también mantenerse en los niveles actuales para atender las situaciones más comprometidas.

No es fácil resolver el recurrente déficit externo, equivalente a 5% del PIB, si partimos de una estructura productiva desequilibrada, con baja productividad y competitividad en una Nación que por razones ligadas a una de las mejores páginas de su historia, nunca debería ser competitiva a costa de bajos salarios. Tampoco parece posible bajar la inflación, consolidada en niveles superiores a 20%, cuando las expectativas no van en ese sentido y la política económica dominada por los desequilibrios estructurales, las convalida.

Desde la recuperación democrática, la Argentina ha crecido menos que el mundo y que los países de América Latina, a excepción de Venezuela. Tuvo equilibrio fiscal sólo en 5 años y el déficit promedió el 3,5 % del PBI. Hubo retraso cambiario, fuga de capitales, default de la deuda externa e inflación anual que promedió 70%. Dado el bajo nivel de inversión productiva y la consecuente dificultad de crear empleos de calidad, la informalidad alcanzó un tercio de la fuerza laboral y la pobreza pasó del 16% al 30%. Con ello, el deterioro de la calidad educativa contribuyó a agravar las inequidades sociales y la desigualdad de oportunidades.

Está claro que los desequilibrios son estructurales y, por lo tanto, no sería justo cargar la responsabilidad originaria a este gobierno, pero la aplicación del enfoque gradualista que ha elegido -y que compartimos en su concepción- no se encaminó a la resolución de los problemas, sino a postergar su tratamiento. Por esa razón, se mantienen y, en algunos casos, se agravaron.

Si bien el Gobierno recuperó instrumentos de política económica, como el acceso a los mercados internacionales de crédito, al no avanzar en las correcciones de fondo, muchos de ellos sólo han servido para ir por nuevos “atajos”. El caso más elocuente lo muestra la decisión de financiar los “déficits gemelos” con deuda, a diferencia de la anterior gestión que lo hacía emitiendo moneda e imponiendo restricciones al comercio exterior y al tipo de cambio. Pero los atajos no resuelven los problemas y no podemos esperar que por esa vía se puedan generar las condiciones económicas sustentables para crecer y reducir la pobreza.

La Argentina continúa sin resolver el conflicto de intereses propio de todo sistema económico capitalista en una sociedad organizada democráticamente. Por eso demora la construcción de un Estado que pueda conciliar criterios de eficiencia y equidad, además de ser capaz de coordinar políticas de corto y largo plazo. Es indudable que las transformaciones necesarias implican tomar medidas que tienen ganadores y perdedores; pretender esquivar este desafío con un discurso voluntarista e inducido por necesidades políticas, no contribuye a generar confianza para avanzar hacia cambios duraderos.

El Gobierno nacional debería convocar a las fuerzas políticas y sociales representativas para llegar a una síntesis de consenso respecto al diagnóstico del estado de situación del país y luego acordar los principales lineamientos que deben guiar las políticas públicas en los próximos años. Todos deben sentarse a esa mesa, con una visión moderna y republicana, dispuestos a revisar y resignar posiciones de privilegio.

El gobierno anterior, que tuvo la mejor herencia económica y un muy favorable contexto internacional -difícilmente repetible- desperdició la oportunidad de colocar a nuestro país en el sendero de desarrollo económico y social compatible con su capacidad potencial. Es de esperar que el actual no se encierre en su visión de la realidad y adopte un optimismo que lo lleve a ignorar las enseñanzas de nuestra historia.

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