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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La desaparición del avión TC- 48

El 3 de noviembre de 1965 desapareció misteriosamente un Douglas DC 4 de la Fuerza Aérea Argentina, piloteado por los comandantes Renato Fellipa y Miguel Moyano. Llevaba 69 tripulantes, entre oficiales, suboficiales y cadetes de la Escuela de Aviación Militar, en viaje de final de estudios.

Por Francisco Villagrán

Especial para El Litoral

El avión TC-48 desapareció misteriosamente el 3 de noviembre de 1965, cuando era piloteado por los comandantes Renato Fellipa y Miguel Moyano, y llevaba 69 tripulantes, entre oficiales, suboficiales y cadetes de la Escuela de Aviación Militar, en viaje de final de estudios.

La aeronave salió de las pantallas de todos los radares que la estaban siguiendo en ese momento, mientras volaba sobre las selvas de Talamanca, cerca de Costa Rica. El lugar está cercano a la zona denominada “Triángulo de las Bermudas”, donde hubo muchas y misteriosas desapariciones que nunca fueron aclaradas. Este hecho se transformó, con el correr del tiempo, en el misterio más grande en la historia de la aeronavegación argentina, con un trágico número de 69 víctimas, cuyo destino no se conoce hasta hoy. El avión era un Douglas DC 4, preparado para el transporte de paracaidistas, con todos los elementos necesarios para una emergencia,  aparentemente en orden.

El avión había despegado de la base norteamericana de Howard, en Panamá, con destino a El Salvador, pero la travesía se había iniciado en Mendoza y tenía a California como destino final. Los dos aparatos argentinos que realizaban el viaje, despegaron de Panamá con seis minutos de diferencia entre sí, pero sólo uno de ellos llegó a destino. En Honduras, un avión comercial recibió un alerta del avión argentino minutos antes de su desaparición.

En una conferencia de prensa dada pocos meses después, Dante Cafferata, ex marino argentino y presidente del Observador de Fenómenos Espaciales, luego de historiar la pérdida de cuatro aviones norteamericanos en el año 1958, añadió: “Esto ocurrió exactamente en el mismo lugar donde desapareció nuestro TC-48, y la Fuerza Aérea sabe muy bien que el último mensaje del piloto decía que el radiocompás se muere, es decir, que no tenía alimentación, pues había desaparecido toda fuente de energía. Volaba en una especie de zona muerta, exactamente donde habían sido reportados extraños objetos luminosos que se precipitaban  se perdían en la profundidad de la selva. Creemos firmemente que los cadetes del TC-48 están vivos, quizás raptados por seres extraterrestres o por quién sabe qué entidades, o los propios indígenas habitantes de esas intrincadas selvas inaccesibles. Es hora de que, con ayuda militar o sin ella, intentemos de una vez por todas aclarar este misterio”.

Un problema insoluble

El asunto era extremadamente delicado, pues se conjeturaba sobre la posibilidad de que todas esas vidas jóvenes, de brillante porvenir, no estuvieran truncadas para siempre. Del fondo del salón surgió entonces la voz del comodoro Eduardo Palma, representante del Nicap (National Investigation Commitee on Aerial Phenomena) en Argentina, diciendo que “desgraciadamente el TC-48 sufrió un trágico accidente, ese tema lo consideramos agotado, aunque nos duela muy hondo, el caso está cerrado”. No opinaba así, sin embargo, la Comisión Pro Búsqueda del avión TC-48, que 9 años más tarde, en noviembre de 1974, solicitó una audiencia con el Poder Ejecutivo Nacional, acusando a un alto oficial, tripulante del T-43 que acompañaba a la máquina siniestrada, de haber impartido estrictas órdenes, prohibiendo todo comentario sobre el suceso. Imputó asimismo a los gobiernos del país y a altos mandos de la Fuerza Aérea, el  asumir sistemáticamente “por una razón que parece inexplicable” una actitud abiertamente obstruccionista en la investigación de este grave hecho.

En diciembre de 1967, después de una intensa búsqueda que incluyó 23 expediciones a la selva y más de 50 vuelos de aviones y helicópteros, el gobierno de Costa Rica dio por finalizada oficialmente la búsqueda. Posteriormente, una investigación hecha por el gobierno de los Estados Unidos concluyó que el avión cayó al mar entre Panamá y Costa Rica, a unos 30 kilómetros de la costa. Para la Aviación Civil de Costa Rica, en cambio, los restos del aparato están en algún lugar oculto de la selva.

Familiares de las víctimas (lo mismo que ocurre ahora con el submarino ARA San Juan) siguieron buscando e investigando por su cuenta, dado que las autoridades de la Fuerza Aérea y los gobiernos sucesivos dieron por terminado el tema y no colaboraban en nada. Lograron importantes aportes: por ejemplo, afirmaron que hubo 13 testigos que vieron al avión argentino volar a baja altura en la zona selvática. Esto alentó la posibilidad de que el avión haya caído en tierra y no en el mar. En el año 2008, la Fuerza Aérea Argentina llevó a cabo dos misiones, expediciones terrestres en la selva de Costa Rica, y ninguna de ellas dio resultados positivos. Una de las hipótesis para explicar lo sucedido, señala que el avión, tras precipitarse a tierra, habría sido saqueado por los indígenas que viven en la selva y que éstos habrían matado a los sobrevivientes para ocultar su delito. “La zona está embrujada y nadie quiere hablar de eso”, dijo uno de los lugareños de la zona a algunos familiares, pero evidentemente algo saben, aunque no quieren hablar por temor.

Otra hipótesis indica que el avión pudo haber sido derribado por un misil proveniente de una base norteamericana cercana, en Panamá, al confundir el avión argentino con uno de Cuba, teniendo en cuenta que en esa época las relaciones entre Cuba y Estados Unidos no estaban muy bien que digamos. Al darse cuenta del error, se decidió tapar todo para evitar un grave problema internacional. En fin, en el campo de las suposiciones todo puede ser, aunque no haya pruebas contundentes al respecto. Lo único real y concreto es que un avión de la Fuerza Aérea Argentina, con 69 personas a bordo, desapareció, cayó a la selva o al mar, llevando a la muerte a 69 tripulantes. Hasta hoy no se supo nunca nada y es un enigma pendiente de resolver. Entre los tripulantes había cadetes de prácticamente todo el país y entre ellos había uno oriundo de Corrientes, de nombre Raúl Daniel Ortiz, que pasó a engrosar la lista de los desaparecidos en ese trágico vuelo.

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