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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Similitudes que ya no existen

Australia y la Argentina eran dos Estados con similar producto bruto a comienzos del siglo XX. La Argentina la superó hacia mediados de siglo. Pero, a partir del final de la Segunda Guerra Mundial, Australia no paró de crecer hasta lo que es hoy y nuestro país, por el contrario, no paró de declinar hasta ser lo que es hoy.

Australia apenas alcanzó los 24 millones de habitantes el año pasado. Argentina supera los 44 millones. El índice de pobreza en Australia no existe, pero no porque no se lo mida como habían decidido hacer Guillermo Moreno, Axel Kicillof y sus secuaces, sino porque no existe. Prácticamente, nadie es pobre y mucho menos indigente en Australia.

El país fue fundado, en los hechos, por convictos, presos, que Gran Bretaña derivaba a su territorio del Sur porque ya no tenía lugar en sus cárceles del siglo XVIII. El único Estado que no tiene un pasado presidiario es South Australia y Adelaida, su capital. 

Carlos Mira, en una nota en infobae.com, se pregunta ¿qué ha ocurrido aquí y qué nos ha ocurrido a nosotros? Es fácil: Australia podrá tener un pasado presidiario, pero no tiene un espíritu populista, nunca lo tuvo. Ese cáncer fue el que nos tomó nuestro cuerpo cuando terminó la Segunda Guerra Mundial; y ese cáncer nos hundió.

Ahora, gran parte de los puertos ha sido privatizada. ¡Imaginen por un momento el solo hecho de proponer semejante cosa en la Argentina! Me viene a la mente la escena de Intratables, el programa de América que tantas veces integro, con un escenario de escándalo nacional.

Para colmo, la privatización amenaza con derivar gran parte del tránsito de camiones desde Sídney hasta Newcastle (ligeramente al Norte) y hacia Port Botany, con un gran impacto en el tránsito de camiones y movimiento de containers. Vuelvan a imaginar sólo por un momento a Moyano y sus muchachos, a piquete limpio por la ciudad, alzando banderas acusando al presidente Mauricio Macri de querer vender el país. Y gran parte de la población pensando lo mismo.

Uno ve una vitalidad aquí que contrasta notoriamente con el peso asfixiante que se respira en la Argentina. ¿Saben de dónde viene ese peso que no se ve, pero se siente todos los días? De la ley. Es la ley, el orden jurídico argentino, nacido del populismo de posguerra, el que tiene al país secuestrado, a su talento inhibido y a su libertad coartada.

La libertad individual, esa que es la única que vale, la que tiene el hombre solo, desprovisto de toda protección más que la que deriva de la ley, no existe en la Argentina. Esa libertad ha sido reemplazada por la fuerza y sólo los que tienen fuerza son libres; y sólo los que tienen fuerza están en condiciones de someter a los demás a la servidumbre.

Los argentinos de a uno no son libres. Si alguien sale con una camiseta de fútbol determinada a la calle, solo, un día de semana, es probable que termine molido a palos si tiene la mala fortuna de encontrarse con una barra del enemigo. En Australia, un australiano puede salir disfrazado de la cabeza a los pies con la bandera norteamericana a caminar por la principal calle céntrica de Sídney y no le pasa nada. En Buenos Aires, lo quemarían vivo. Por eso el argentino de a uno no es libre. Sólo si cuenta con la fuerza de la masa lo es. Y los países “masivos” son pobres. Solamente progresan los países en donde el hombre sólo es libre porque la ley lo protege.

Mientras no logremos operar ese cambio mental, mientras sigamos atados a ese peso atávico del populismo, el país no florecerá. Cambiemos podrá intentar su gradualismo, pero el torbellino cultural lo arrollará. Alguien debe explicarle esto al país. El cambio debe empezar desde la escuela, desde el jardín de infantes. El país debe erradicar la envidia y el resentimiento como método de relacionamiento humano. Mientras esos vicios bajos del hombre sigan gobernando nuestras principales acciones, nunca seremos Australia.

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