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Alejado del gentío, el curiango

“Eyú rejó, eyú rejó”, canta esta ave, en una vocalización rápida e intensa, sale un claro guaraní. Además, por la temática de este mes seguimos abordando historias de personas que trabajan en la noche.

Por Paulo Ferreyra

Colaboración: Abel Fleita 

Especial para El Litoral

El curiango está tendido en el pasto, cuidando sus huevos mientras alrededor una chicharra rompe a gritos la tarde noche. Esta ave habita en selvas y sabanas del Noroeste y el Noreste argentino. Mide unos 28 centímetros. Su cola es muy larga, sus alas también lo son, pero con la punta redondeada. 

Es muy común observarla en los caminos rurales. Sus ojos brillan con un color rojo rubí al ser enfocado por las luces de los vehículos. Su zona dorsal es de color café grisáceo y leonado. Es más claro en la coronilla, a los lados de la garganta es blanco. Presentan un barreteado, entre negro y rojizo en la garganta y el pecho. Los machos cuentan con una faja blanca que atraviesa las primarias, que en las hembras es más angosta y algo blancuzca. El pico y las patas son fuscos. Los ejemplares juveniles son más claros en zona ventral. 

La alimentación de esta ave se basa en mariposas nocturnas, escarabajos, polillas y todo tipo de insectos. No ponen esmero para construir su nido, ya que la hembra coloca los huevos entre hojas secas y pocos palitos desordenadamente. La incubación la llevan a cabo ambos, siendo por lo general el macho quien incuba de día. Durante el día descansan sobre el suelo, en sitios sombreados entre matorrales, arboladas no muy densas, setos vivos. Evita bosques muy densos. Cuando están incubando el macho distrae a eventuales depredadores, agitando las alas y haciendo movimientos que dan la impresión de que el ave está herida y desvalida, alejándolos del nido. Las crías pasan desapercibidas en el suelo por medio de su camuflaje y no se quedan en el mismo sitio en días sucesivos, así describe a esta ave el fotógrafo Jorge Amir Llugdar. 

Ojalá me encuentre trabajando 

“Desde hace tiempo hago guardias de noche. Tengo ya varios años y una larga trayectoria. Fui profesor titular en la Universidad Nacional del Nordeste, hice y sigo haciendo muchas cosas, pero por sobre todo soy médico”, así arremete Jorge Horacio Espíndola. El es médico por dos, “en realidad estudié primero veterinaria. Las circunstancias de la vida me llevan a estar en la cátedra de farmacología de la Facultad de Medicina. Pasaron cosas interesantes ahí y me puse a estudiar medicina. La carrera la terminé en siete años, en aquel tiempo la carrera era de siete años. Hoy son menos”, cuenta. 

En esta relación de aves y la noche nos encontramos con Jorge, un médico que lleva años haciendo guardias nocturnas. Trabajan en Corrientes, San Cosme y también en la vecina ciudad de Resistencia. “Siempre haciendo guardias de noche”, cuenta.

Del seno familiar cuenta orgulloso que es el padre de Jorgelina Espíndola, más conocida como La Calandria. “Ella es cantante y le gusta la música. Ha cantado ya con grandes referentes y ha estado en escenarios muy importantes. Fue revelación y ha cantado con Soledad Pastorutti. Además, soy primo de Cacho Espíndola, un reconocido músico que integró varios grupos prestigiosos del chamamé. La música siempre está en mi vida”, agrega.

“Empecé a trabajar de noche empujado por la necesidad, no disponía de otros horarios. Hacía también guardias los fines de semana a la noche, siempre trabajé de noche”, subraya. “Me acostumbré a trabajar de esta forma, lo hago con mucha satisfacción, cariño, amo mi profesión. Siempre digo que ojalá la parca me encuentre con el estetoscopio colgado en el cuello. Son ideas que uno tiene”, desliza ya en tono más bajo y cómplice.

“Me siento cómodo, trato de tener buena relación con la gente que me relaciono, con los médicos, con los enfermeros y el trato con el paciente es fundamental. Es fundamental y esencial. Trabajar de noche se hizo un hábito, una costumbre. Con el tiempo acomodé mi vida así y le tomé el gusto. El buen trato con la gente, el buen trato con las enfermeras, los enfermeros, los pacientes, tengo la sana y buena costumbre de no dormir en las guardias. Estoy toda la noche dando vueltas, por ahí me siento, pero me gusta circular, caminar, conversar”, explica. 

“Por muchos motivos los obituarios, es decir los fallecimientos, muchos ocurren a la noche”, desliza y dice tener una lista larga de explicaciones. Sin embargo, prefiere no ahondar. Sólo nos da un detalle, “nosotros hablamos de las conductas fisiológicas de las personas que hacen que se produzcan más muertes, suben las temperaturas, aumento de la presión. Hay varios elementos fisiológicos que provocan la muerte de una persona. Estamos expuestos a eso. A mí me dicen ‘pero doctor, cómo a esta altura de su vida todavía le produce pesar una muerte’. Pero me pega el fallecimiento de una persona, me pega como a cualquiera. Sin embargo, enseguida uno tiene que levantar cabeza y seguir adelante. En algunas guardias tengo 20 camas que recorrer y atender”. La contracara de esa situación es únicamente la salida, el alta a un paciente, “la mayor satisfacción es dar de alta a un paciente y abrirle la puerta para que vuelva a su casa”. 

“La familia me acompaña, mi señora es odontóloga y trabaja todo el día. Mi hija Jorgelina va al colegio, tiene sus actividades de estudios de canto, inglés, natación. Somos tres nomás en la familia”, cuenta. “La profesión es la profesión. Cada uno ama su profesión. Tengo el agradado de trabajar en lo que me gusta y para completar -no gano tanta plata- pero puedo vivir de lo que me gusta”, cuenta y su voz en el teléfono se apaga justo en la noche cuando se va a trabajar.

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“Vení vamos, vení vamos”

En el mundo cotidiano, cuando hablamos del curiango nos referimos al “pájaro perezoso”, al “pájaro ateú”, que es casi lo mismo que perezoso, pero en idioma guaraní. Es también una de las especies de atajacaminos que son igual a una sombra. A esta ave se la puede observar u encontrar en lugares alejados, surgen de la tierra al andar por los caminos, en la noche, en las zonas alejadas del gentío. 
Nos contaban que tan perezosos son que sus huevos los ponen en la arena, en la calle, entre las hojas del suelo, sin demasiada construcción. Pero debemos tener presente que al fin y al cabo, la calle es parte de la gran casa que compartimos. 
Nos trasladamos ahora al monte, a la noche que acaba de empezar, cuando el canto de las aves diurnas dan paso a los cantos de las aves  nocturnas. Las vocalizaciones del curiango pintan la penumbra de estrellas y de ecos sonoros al igual que las ramas. Son como un láser atravesando vida. 
“Eyú rejó, eyú rejó”, nos cuentan que también dice en la noche el curiango, en su vocalización rápida e intensa, en claro idioma guaraní. “Vení vamos, vení vamos”, nos invita. Porque será perezoso para ciertas cosas, pero no para llevarnos a la maravillosa magia de la noche. 
Las imágenes que hoy nos acompañan fueron hechas de noche y al fin de la tarde. La del curiango fue tomada en la ruta, al regreso a casa, cuando prestamos atención a las aves nocturnas que en algún momento se nos aparecen, en el medio del camino, o al costado. 
Cuando decidimos bajar la marcha para verlos. Ellos se detienen, revolotean en la luz y nos permiten bajarnos lentamente. Respiran y nos miran. Vuelan y nos dejan. “Vení vamos, vení vamos”, nos dicen. 

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