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/Ellitoral.com.ar/ Sociedad

Ester, madre y escudo: una mujer que sobrevivió a las balas de la dictadura

El proceso militar además de desaparecer, torturar y matar también destruyó vidas y familias enteras. Eduardo Gómez Estigarribia, o “Ñaró”, fue un campesino correntino que luego de estar años en clandestinidad en 1977 fue asesinado. Pero si bien esta historia tiene que ver con su vida, se detendrá en quien fue su compañera sentimental y quien resistió con sus dos pequeños hijos uno de los peores momentos de la historia argentina. 

Por Melisa Vega

@_melijota

De la Redacción Web

El día que Ester Escobar vio por última vez a Eduardo Gómez Estigarribia, le pidió que se quede. Que no escapara más. Le rogó que se quedara con ella y sus dos hijos, pues faltaban pocos días para su cumpleaños número 34. 

A Eduardo le decían Ñaró. Un bravo entre bravos que era intensamente buscado por su participación en las Ligas Agrarias, un movimiento campesino que en 1974 fue declarado ilegal.

—Me dijo que se iba, que si no volvía en una semana abriera los ojos. Que de su boca no iban a sacar ninguna información: ni dónde estaba yo ni ninguno de los compañeros.

Pasó una semana y Ñaró no apareció. El le dejó el anillo con el que se habían casado por si necesitaba para comprar leche para los nenes y se fue. Ester vivió esa semana a medio respirar, porque Eduardo no volvió. Allí comienza esta historia. 

***

En 1967 Ester y Ñaró decidieron casarse. Ella tenía apenas 23 y él 25 años. Su matrimonio estuvo atravesado por un terrorismo de Estado que empezaba a instalarse cada vez más fuerte en el país. La clandestinidad, la persecución y el miedo fueron una constante en todos esos años que nunca dejaron de estar marcados por el deseo de una sociedad más justa. Ambos eran docentes y campesinos. Ella era de Batel, departamento de Lavalle, y él de la Capital correntina. Trabajaban en escuelas rurales, pero con la firme convicción de nunca dejar de lado la chacra. 

El interés por lo social los empujó a organizarse y así fue que se acercaron a la doctrina de Monseñor Devoto y empezaron su activismo en el Movimiento Rural de Acción Católica, donde dictaban cursos a profesores enseñando la pedagogía de la educación del brasileño Paulo Freire. 

En 1972, a poco de que naciera su primera hija, empezaron a ser perseguidos por los militares y debieron irse de Batel a Resistencia. Ñaró trabajó en un hotel y ella de modista. 

—Me compré una máquina, una revista de moldes y con eso nomás hacía todo, igual no sabía nada. 

Así estuvieron un tiempo y luego con el gobierno de Héctor Cámpora en el 73  pudieron volver al campo.  Allí recuperaron sus lugares de trabajo, se reencontraron con sus compañeros y empezaron a combinar la educación con otros servicios sociales como la enfermería comunitaria y la enseñanza de oficios. 

En estos centros conocieron a Ana Olivo y Pantaleón Romero. Este último estuvo muchos años desaparecido y hace días sus restos fueron restituidos a sus familiares en Goya. En  1976 la cosa se puso muy pesada. Ya no podían dormir en sus casas, así que volvieron a la clandestinidad.  Ñaró se escondió en los montes chaqueños junto con otros compañeros y Ester intentaba visitarlo todas las semanas pero las persecuciones y el peligro la obligaron a dejar de hacerlo.

—Anduve para todos lados. Recuerdo que unas semanas vivimos con mi hijito en el basural, porque ahí estaba la compañera Delicia González que fue víctima de Margarita Belén, recuerda Ester. 

La situación la obligó a irse de Chaco. Junto con su hijo Gustavo de sólo 3 años se fue a Buenos Aires y dejó a su hija Elena de 5 en Corrientes al cuidado de sus abuelos. A comienzos de 1977 la búsqueda de Ñaró era más fuerte. Pegaron carteles con su cara en todas las estaciones de trenes de Buenos Aires y daban recompensa a quienes aportaban información sobre su paradero. Decían que era una persona peligrosa. Ester se ganaba la vida limpiando casas. Se pasaba de una a otra, pero la plata no le alcanzaba. A veces para hacer tiempo entraba en salas de cine, se sentaba atrás y dormía la siesta. 

—Nunca miré una sola película.

La clandestinidad la vivió sola con su hijo Gustavo. Leía mucho los diarios, porque trabajaba también en una librería y siempre se agarraba uno para leer cuando volviera a su casa a descansar con su pequeño. 

El día que mataron a Ñaró la noticia estuvo en todos los diarios. Pero Ester no se enteró por ahí. Recuerda que ese día estaba tan cansada que dejó el diario debajo de su almohada y durmió. 

—Al otro día, me encontré con la hermana de Delicia y me contó que había salido en todos los diarios. Después de eso no fui a trabajar por unos días. No sabía cómo aguantar el dolor que me partía el alma y tenía a la criatura conmigo.

Atravesó su duelo en silencio,  debió mentir a quienes le preguntaban por Eduardo. Les decía que él la había engañado con otra mujer, por eso no volvería a visitarla.  Lo hacía por su seguridad y la de sus hijos. 

Gustavo, el menor de ellos, y quien se encontraba a su lado, se enfermó de hepatitis y volvió a Corrientes. Ella se quedó sola en Buenos Aires, sin sus hijos cerca y con su esposo asesinado. Vivió un tiempo en una “casa reventada”. La policía la había hecho estallar en pedazos, porque allí vivían militantes. Ese fue el último lugar donde se refugió hasta los 80. Cuando ya no tenía más donde parar decidió exiliarse en Francia con sus dos hijos y una compañera. 

—A mi hija le contó la verdad de lo que pasó con su papá una psicóloga. A mi me costaba mucho hacerlo. Volvió a la Argentina a fines del 1982 y se fue al campo. Monseñor Devoto la mandó a Goya y desde ese entonces reside allí. Ahora tiene 73 años y revive esos hechos con dolor, pero con la firme convicción en lo que hacían. Quizás como bien dice ella, fue un poco idealista:

—Pero el deseo de que todos seamos iguales y libres era más fuerte. 

***

Ester no se arrepiente de lo que vivió. Ni ella ni sus hijos. Tanto que todavía no puede creer cómo hizo para defenderlos como “una leona”. 

—Yo digo bueno... me lo quitaron a Eduardo, que sí, fue lo peor que me pudo haber pasado. Pero encontré mucha fortaleza, siento que él me la dio y me la sigue dando. Entonces pienso que tampoco me quitaron nada, eso creyeron pero no. El se impuso más fuerte. 

Ella entiende y siempre entendió que el deseo de su compañero y también el suyo por transformar la sociedad no fue ningún pecado y así lo escribió alguna vez Ñaró: 

“Juro que como correntino sabré aguantar con entereza lo que venga. Andaré a cielo abierto sin vallas para mis sueños y pensamientos. Tendré coraje para vivir de acuerdo a mis convicciones, sin tapujos ni falsa vergüenza y también para gozar la vida, tomar buen vino y gritar mi dolor cuando duela y mi alegría cuando cante.”  

Así juró Ñaró. Así todavía jura Ester. Fin.

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