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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Espectacular caso de encuentro cercano

En la historia del fenómeno Ovni hay algunos hechos increíbles, pero que no dejan duda de su existencia. El caso Balvidares es uno de ellos, ocurrió en una zona rural del partido Leandro N. Alem, provincia de Buenos Aires, el 29 de octubre de 1973. El protagonista fue el encargado de un campo de la zona, de entonces 43 años.
Ilustración. Interpretación artística de extraño Caso Balvidares.

Por Francisco Villagrán

Especial para El Litoral

A media tarde de aquel 29 de octubre de 1973, mientras realizaba su habitual recorrida a caballo por el campo, Carlos Balvidares divisó sobre la laguna pegada al molino del predio en que era el encargado, a tres extraños seres que parecían suspendidos en el aire, sobre el espejo de agua, sin alterar con su peso la superficie. El trío se hallaba de espaldas a su ubicación. Había llovido mucho en los días previos en esa zona rural del partido Leandro N. Alem, provincia de Buenos Aires, por lo cual los caminos se encontraban intransitables. El caballo era el único medio para transportarse y Balvidares se encontraba acompañado por su hijo Manuel, de 13 años.

Tratando de ver mejor la inusual situación, el hombre se acercó a unos 80 metros de las extrañas figuras y pudo comprobar que se trataba de dos hombres y una mujer, que tenían una especie de traje enterizo plateado ajustado al cuerpo, con unas botas oscuras, con una especie de aleta a los costados. El cabello de la mujer era renegrido; en cambio los hombres lo tenían más corto y rubio. Ellos también eran un poco más bajos que la mujer, que tendría 1,75 metro de altura aproximadamente. Comenzó a gritarles para llamar su atención; los tres seres giraron sus cabezas simultáneamente y mirándolo fijamente al instante desaparecieron de la vista del encargado, para aparecer unos 200 metros más allá, en la orilla opuesta de la laguna. Balvidares comprendió enseguida que no eran seres normales, de este mundo, por lo que, para no alarmar a su hijo, exclamó: “Esto no es cosa buena, vámonos de aquí”. El chico estaba muy asustado y no quiso seguir mirando a los seres. El encargado no logró explicarse cómo se habían trasladado tan rápidamente.

Según la descripción que hizo Balvidares de los tres seres, tenían la piel como muy tostada por el sol, una frente ancha y una nariz pequeña. Se movían con los brazos pegados al cuerpo. En la otra orilla, cerca de los tres seres, a unos 20 metros del tendido eléctrico, observó una luz muy potente que, en forma de haz luminoso de unos 40 centímetros de diámetro, comenzó a salir del centro un objeto de forma oval de aproximadamente unos seis metros de diámetro y tres de altura, que se encontraba posado sobre el suelo. La luz lo encandiló y le produjo un intenso calor. El  hombre no dudó y acicateó a su caballo, introduciéndose en la laguna, bastante crecida en esa época del año. Su intención era ponerse en contacto con esos extraños seres, pero a medida que él avanzaba en la laguna, ellos se alejaban en dirección al objeto. Sólo consiguió recorrer la mitad del trayecto que lo separaba de la otra orilla y a unos 150 metros de estos seres, sintió como si una barrera invisible le impedía seguir adelante. Su caballo se encabritó, no le obedeció más, pese a sus esfuerzos de jinete experto para que continuara avanzando. El equino giró y volvió rápidamente hacia la orilla y, desde allí, Balvidares siguió observando las extrañas actitudes de estos seres que se hallaban a unos 30 metros del aparato posado en tierra.

Pudo ver cómo, siempre con los brazos pegados al cuerpo y las piernas juntas, se trasladaban de un punto a otro por medio de pequeños y sincronizados saltos. Le pareció que era la mujer la que dirigía a los otros dos seres, ya que señaló que “ella iba siempre adelante” y cuando levantaba un brazo, uno de los hombres se alejaba unos 30 metros, se detenía y se comunicaba con el otro hombre y con ella, por medio de una especie de chillido, similar al sonido producido por una radio mal sintonizada que, a pesar del viento que cruzaba el campo, se escuchaba nítidamente.

En la orilla opuesta, los tres seres se reunieron y se agacharon al unísono, como si estuvieran haciendo unas rayas sobre el suelo, mientras adoptaban una serie de raras y extrañas posturas.

Extraños hechos

De pronto, de un chiquero cercano a la posición de Balvidares, una gran cerda que estaba encerrada allí, saltó la tapia (algo que jamás había ocurrido) y huyó rápidamente del lugar, chillando despavorida. En ese mismo momento se percató de un fuerte olor a azufre, que comenzó a invadirlo todo. Una especie de sueño y sopor lo invadió por unos minutos (notar la similitud del olor a azufre ocurrido en el caso Trancas, ya mencionado aquí). Cuando Balvidares despertó, ya no había rastros de los seres, ni de la luz ni del objeto que, por más de una hora y media, habían acaparado su atención. Volvió a mirar su reloj: eran las 18.55. Hasta muchos días después del hecho, ni la cerda que había huido del chiquero, ni algunas ovejas de un corral cercano quisieron entrar allí, pese a los esfuerzos realizados por Balvidares y los peones de la estancia.

Cuando regresó al pueblo, su intención fue no contarle a nadie lo sucedido, por temor a que lo consideraran loco o borracho, pero su hijo se lo comentó a su tío, hermano de Carlos, quien a la vez se lo dijo a su patrón y, de esta manera, muchas personas se interiorizaron de esta historia asombrosa. Quisieron comprobar si estaban las huellas de los seres y, efectivamente, encontraron las pisadas de unos pies pequeños, de unos 15 centímetros y forma triangular, muy nítidas, como así las huellas y marcas del objeto, donde Balvidares dijo que estuvo posado el extraño aparato. Según la opinión de algunas personas destacadas del pueblo, las pisadas no eran de ningún ser humano ni tampoco de algún animal.

El testigo, Carlos Balvidares, es una persona simple, sencillo hombre de campo, sincero, normal, que sólo fue hasta cuarto grado, que vive feliz con su familia y que fundamentalmente no tenía necesidad de inventar esta historia increíble. Además, no está preparado culturalmente para imaginar lo que con tanta precisión relató. Nunca creyó ni leyó nada acerca de los Ovnis ni sus tripulantes, pero después de su experiencia, mira seguido al cielo. Otro caso más de un encuentro del tercer tipo, con testimonios contundentes.

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