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Embarazo, despenalización... ¿y después?

Parece contradictorio que haya sido el presidente Macri, catalogado de derecha, quien habilitara el tratamiento legislativo de la despenalización del aborto. Cristina, siendo mujer y con el poder para hacerlo, se cuidó de mantener guardado el tema bajo siete llaves, tal vez por un acuerdo no revelado con Jorge Bergoglio. La “progresía” argentina nada dice de ello.

Por Jorge Eduardo Simonetti

jorgesimonetti.blogspot.com

Para El Litoral

“Sin embargo, sintió súbitamente y con todo su ser, que su libre albedrío y su voluntad ya no existían, que todo acababa de decidirse irrevocablemente”. 

Fiódor Mijáilovich Dostoievski

Si hay un tema que surca de manera transversal a la sociedad, ese es el del aborto. Las fronteras ideológicas se diluyen, las cuestiones morales quedan arrinconadas en la conciencia individual, los prejuicios religiosos se esconden, las pertenencias partidarias dejan paso a los posicionamientos personales.

Resulta paradójico que haya sido Mauricio Macri, el Presidente al que el progresismo de café cataloga de derecha, quien haya puesto sobre el tapete institucional del Congreso el debate sobre una ley de despenalización del aborto. Para eso tuvo que superar la desconfianza o el disgusto de propios y extraños.

No lo hizo Cristina, que podría -o debería, al sentir de muchos- haberlo hecho por ser mujer con el máximo poder político del país.  No se animó, o no quiso jugarse a cara o ceca en tema tan ríspido, tal vez especulando con razones eminentemente políticas, o presionada por su aliado en las sombras, Jorge Bergoglio.

Son temas con los que se pueden perder votos, o ganarlos, pero que no dejan indiferente a casi nadie, y los políticos, o los que predican vendiendo humo, quieren achicar, lo máximo posible, el daño colateral.

Así quedó blanco sobre negro la primera contradicción, precisamente en el país de las contradicciones. El “progresismo de izquierda” al que Cristina dice pertenecer, no fue capaz de elevar la despenalización del aborto (una de sus banderas más caras) al grado de política de gobierno. Tuvo que cederle la iniciativa, por miedo escénico o por hipocresía extrema, a lo que llaman la derecha.

La segunda rareza de este proceso es la gestión de la Iglesia Católica. Siendo la defensa de la vida uno de sus principios irrenunciables, la jerarquía eclesiástica argentina jugó un papel chirle, tal vez plenamente influenciada por su jefe mundial, el papa Francisco, que permaneció detrás del escenario y apareció con una tibia declaración condenatoria una vez aprobada por Diputados.

Tengo para mí que Bergoglio privilegió la preservación de su imagen, vinculada a los sectores del populismo argentino, antes que jugar fuerte por uno de los postulados innegociables del cristianismo. Una derrota sin gloria para la Iglesia Católica. Perdió el partido sin poner la pierna fuerte.

La otra contradicción que encuentro es la que se efectiviza puertas adentro de las ideologías, o de los ideologismos, o de los dogmatismos conceptuales. Estatistas partidarios de la libertad para decidir por el propio cuerpo y libertarios proclives a la intervención del Estado en cuestiones tan personales.

Los liberales, de ideas no del Partido Liberal, postulan un Estado mínimo y una libertad máxima. Pero temo que, al hacer eje primordialmente en la libertad económica como motor del funcionamiento de las sociedades, algunos han caído, con el tema del aborto, precisamente en una antinomia conceptual.

Son muchos los que, postulando ideas libertarias que hacen de la autonomía individual una bandera, sin embargo se mostraron partidarios del mantenimiento de la penalización del aborto. Una verdadera contradicción, porque se entrega a la decisión del Estado aquello que debería ser, conforme sus presupuestos filosóficos, una decisión del yo individual.

Los progresistas de esta nueva izquierda, que pregonan un Estado omnipresente que regule casi todas las relaciones humanas, han hecho una bandera de la despenalización, excluyendo de la decisión final al “papá Estado” en favor del yo individual.

Es lo que ocurre cuando los dogmatismos nos copan enteramente, tarde o temprano caemos en aquellas contradicciones que surgen de nuestras más profundas convicciones personales, de nuestras herencias culturales, de nuestras emociones de personas sentimentales.

Es un tema difícil, lo sé, y a cada quien con lo suyo. Seguramente la discusión de fondo no quedará saldada con una ley de despenalización, tampoco con la opinión institucionalmente expresada por nuestros representantes.

Yo hubiera preferido una consulta popular, porque en lo personal a nadie le he dado con mi voto la decisión legislativa sobre el aborto.

Durante estos días pasaron por el Congreso decenas o centenares de personas e instituciones opinando a favor y en contra. La decisión fue ajustada y se inclinó para un lado por la posición de última hora de indecisos o de quienes ocultaron el sentido de su voto.

Pero digo en verdad que no quedé conforme con el proceso, no por el sentido de la decisión de los diputados, sino porque siento que los legisladores no nos representan en cuestiones que tengan que ver con razones profundas y emociones intensas de cada argentino. De allí mi preferencia por la consulta popular, para que sea cada ciudadano reunido consigo mismo el que le confiera orientación a decisiones que conmueven las bases mismas de nuestra cultura.

Para colmo, los paupérrimos fundamentos de sus votos de varios diputados por Corrientes, no sólo nos hicieron sentir vergüenza ajena sino además nos demostraron el proceso de decadencia e incompetencia de las élites provinciales.

En lo personal, debo decir que en cuestiones como estas, que tienen que ver con la médula de la condición humana, siempre tengo más dudas que convicciones. Y cuando dudo, tengo una máxima de oro: me pronuncio por el individuo, por su autonomía en la decisión, no por el Estado y su intervención.

Todos los dogmas nos vuelven más esclavos que personas libres, y sabemos dónde termina todo ello cuando se hacen carne en los movimientos políticos.

Prefiero, por ello, inclinar mi posición hacia la consecución de sociedades cada vez más humanas y tolerantes. Hacia allí nos lleva la vida, desde hace siglos, y es un impulso de la historia que no podemos ni debemos cambiar.

La cuestión consiste, entonces, en confiar más en nuestros congéneres, en cada uno, en el libre albedrío que nos confiere el carácter de persona, para que cada quien, en la posición en que se encuentre, con las vivencias y emociones que experimente, con la posibilidad de hacerse cargo de las consecuencias de sus decisiones, con la ayuda de las personas de su confianza, pronuncie la sentencia última y final sobre su propio cuerpo.

No le busquemos más argumentos que aquellos que anidan en los sentimientos personales. Nadie, en su sano juicio, anda por la vida rifando su destino, todos, en mayor o menor grado, somos capaces de conducirnos y hacernos cargo de nuestra propia persona.

Así como el matrimonio igualitario no originó los cataclismos que la homofobia preanunciaba, la ley de divorcio no incrementó la cola de los que querían separar sus vidas, tampoco la despenalización del aborto traerá consecuencias más que aquellas que cada uno decida.

Y todo encontrará su nivel, pero habremos avanzado cualitativamente en el campo del humanismo, de la tolerancia, del respeto por las decisiones ajenas.

Embarazo, despenalización… ¿y después? Después la vida sigue, con los seres humanos avanzando más rápido que las leyes.

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