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Los electricistas del puente Belgrano

Juan Vicente y Rubén Andrés son dos amigos de Resistencia que mantienen lazos comunes relacionados a la construcción del viaducto, que el 10 de mayo cumplió 46 años. El primero tiene sangre correntina: sus padres eran de San Luis del Palmar. El segundo es un gringo que, tras jubilarse en una textil, explotó su faceta de poeta. Ambos relataron a El Litoral sus días de trabajo sobre la mole que cruza el Paraná. 

Gustavo Lescano

glescano@ellitoral.com.ar

Manos curtidas, los surcos de los años en el rostro, miradas atrapadas en los recuerdos, memorias prodigiosas, entusiasmo en el relato, orgullo... Todas estas características llevan impresas los dos hombres, de setenta años y ochenta y pico, que comienzan a contar su historia a partir de una antigua fotografía en blanco y negro. Desde esa imagen, un obrero de mameluco y casco protector distintivo sonríe altivo en su puesto de trabajo, junto al soporte de una baliza enclavada en lo más alto de la torre más alta del puente “General Manuel Belgrano”. Ese es el punto de partida para que los dos ex obreros contaran a El Litoral sus días de electricistas en la construcción del viaducto interprovincial, que el pasado 10 de mayo cumplió 46 años.  

Juan Vicente Valenzuela y Rubén Andrés Pegoraro, de ellos se trata, llegaron el viernes desde la vecina ciudad de Resistencia, Chaco, para participar de un acto recordatorio en la costanera correntina, que finalmente se suspendió por lluvia. “Si lo van a hacer otro día por favor avisanos, queremos reencontrarnos con otros obreros que construyeron el puente”, pidieron. Valenzuela tiene sangre correntina, sus padres eran oriundos de San Luis del Palmar; en tanto que Pegoraro es un gringo italo-alemán curtido por los años de duro trabajo en las fábricas y que en sus años de jubilado explotó su faceta de poeta y escritor.  

“Cruzar hoy el puente nos trae un montón de recuerdos, de los días de trabajo, de las experiencias vividas, del sacrificio, de la gente que dejó su vida”, indicó Valenzuela, mientras Pegoraro asiente con la cabeza, sin que las palabras fluyan por la emoción.  

Para salir del paso, Juan Vicente cuenta que es oriundo de Resistencia, y tiene 71 años. “Trabajé un año y medio de electricista en el sector de dovela, que eran partes del puente que se construían en tierra y después se montaba sobre la estructura”, señaló y luego amplió: “Era electricista de mantenimiento, es decir, que cuando hormigonaba tenía que tener vibradores, atender las luces para el trabajo nocturno y que funcione todo el equipamiento necesario”. 

Valenzuela, quien se recibió de técnico electricista después de recorrer varias escuelas técnicas de Chaco, Corrientes y Rosario, nunca había trabajado en una obra de gran envergadura como la construcción del puente. Pero en los 70 asumió ese desafío al que llegó a través de un amigo que era ingeniero.  

“Teníamos que estar atentos a que todo esté funcionando correctamente, y si no andaba un motor se tenía que cambiar inmediatamente, no había que perder tiempo. Todo debía funcionar constantemente. Se trabajaba 12 horas por jornada, en turnos de 7 a 19, uno, y otro, de 19 a 7 de la mañana. “A veces estábamos 30, 40 horas sin parar haciendo el hormigonado. No era para nada fácil”, acotó. “Lo que también se notaba mucho eran los adelantos tecnológicos en maquinaria que trajeron para construir el puente, sobre todo comparando con los equipos que hasta ese momento se contaba en la región. La diferencia era increíble”, acentuó Juan Vicente.  

Rubén Pegoraro recordó que “los italianos (de la empresa a cargo de la ejecución) vinieron a trabajar y a no dar tantas vueltas. Y todos los que eran eficientes andaban bien.... mirá esta foto: acá estoy arriba de la máquina inyectora, para hormigonear el macizo, que es la parte que entrelaza los pilotes. Eran 24 horas continuas de hormigonado”.   

Antes de trabajar en el Belgrano, “era aceitero en una gran fábrica americana que recibía el algodón en bruto y enviaba el aceite listo para freír, jaja. Yo era ayudante peón, hombreador de bolsas, primero en la desmotadora y después pude ascender de categoría. En 1969 trabajé en esta empresa asociada a la construcción del puente. Allí ya era electricista, pero no uno especializado en autopartización como Vicente, pero igual quería trabajar en el puente y me sumé en los primeros días. Mi primer trabajo en el puente fue destapar bulones para instalar bien las estructuras preliminares”.  

“Al principio no se ganaba bien, pero en el final, cuando empezaron a apurar la terminación para inaugurar en mayo del 73, sí se ganaba muy bien. Y te doy un ejemplo -indica Pegoraro- me compré un terreno, al contado, en Barranqueras... siendo obrero eh, y en sólo una quincena. Y para que te des una idea de lo que se cobraba, cuando fui jefe de una fábrica, jefe eh, compré otro terreno en Fontana, ¡pero pagándolo en 40 meses!”.

    

Complicaciones 

y fallecidos  

Los arduos días de trabajo para el futuro puente apenas daban tregua a los obreros. “El momento más complicado para el proyecto fue cuando instalaban los pilotes y se encontraron con una capa de arcilla de seis metros, la cual no estaba registrada en los estudios de prefactibilidad que hicieron los franceses. Se tuvo que utilizar una prensa con motor de 110 HP que lo abrazaba y lo bajaba con mucho esfuerzo”, describió Pegoraro.  

“Yo estaba bien considerado como electricista, pero mi estudio no era para tanto: cuarto grado de una escuela rural, y electricidad por correspondencia, para cambiar foco, ja. Tenía que trabajar con motores con dos velocidades... Tuve que aprender todo”, subrayó.  

Valenzuela piensa mientras mira a su amigo describir el funcionamiento del motor que operaba con frecuencia en la obra. En una breve pausa empieza a contar: “También recuerdo un accidente que ocurrió cuando entré a trabajar y se desató una tormenta, que era la de Santa Rosa: un carpintero se subió bien alto, cayó sobre el macizo y murió, mientras otro compañero suyo resultó muy herido. Después hubo otros accidentes graves, pero de ese caso no me olvido”, subrayó.  

  

La inauguración y 

el después  

“Del día de la inauguración recuerdo la gran cantidad de gente que asistió al acto. Fue un orgullo haber trabajado en esa obra. Es una obra emblemática que se concretó y ayudó al desarrollo de la región. Vos ahora ves lo que sucede con el proyecto del segundo puente, con sus idas y venidas y no se ponen de acuerdo. En el caso del Belgrano se decidió y fijó construirlo en cinco años y así se hizo”, remarcó Valenzuela.

Luego de trabajar en el viaducto interprovincial ambos siguieron distintos caminos. Valenzuela trabajó de manera particular y no le fue nada mal. Pegoraro inició un periplo por varias fábricas, algunas muy tóxicas, hasta que recaló en una textil en la que se desempeñó por 22 años hasta jubilarse en el 2001, afectado por la crisis y por la automatización tecnológica que redujo la mano de obra. 

Las anécdotas de ambos siguieron brotando a borbotones. Entre ellas aparecieron el primer jefe de la obra, “un italiano, de apellido Fanello, muy bacán él, pero no duró mucho porque no aguantó los mosquitos ni los carachai. Habrá estado un año”, estimó Pegoraro. También mencionó al ingeniero Bossi, “un criollazo: sombrero salteño, saco de cuero, guitarra en mano y cantando ‘O Sole Mio’ y ‘Caminito’, jaja”, lo recordó. Las fotografías disparan nuevas historias de los visitantes hasta que finalmente se despiden y emprenden el regreso a Resistencia. Seguramente al cruzar el puente Belgrano los recuerdos volvieron a aflorar en la memoria del par de obreros jubilados que trabajaron colgados de los brazos de esta mole de apenas 46 años.

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