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/Ellitoral.com.ar/ Especiales

La simplicidad rigurosa de lo genuino

En la sala ferial de la Sociedad Rural Argentina se presentó el viernes el libro biográfico de las Hermanas Vera que recuerda los momentos más importantes de su carrera que suma cincuenta años de escenarios, escrito por el autor de esta nota y el investigador Pedro Zubieta.

Por Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

La extensa carrera abarca desde sus comienzos en espectáculos rurales a la sofisticación de tocar en salas de concierto como el CCK o una sala en París. Esa ductilidad solo es posible en los grandes artistas que superan siempre a los espacios escénicos y tratan a su público con el mismo respeto.

En este momento es pertinente recordar que del mismo modo que cierta intelectualidad de cabotaje las ignoraba,  otra le prestaba atención como nuestro colega y figura central en el periodismo cultural de Corrientes, Darwi Berti, quien escribía en El Litoral el 20 de octubre de 1994: 

“Cuando las escuchamos cantar en nuestro coliseo, recordamos (re-cordi, volver a pasar por el corazón) aquellos anuncios de la radio que indicaban -eran los sábados- de la casa de don Pantaleón Giménez saldrá hoy a las 20 un camión para la pista de doña Anacleta Frete, donde esta noche se presentan las Hermanitas Vera...; también saldrán camiones desde…; etc. No es para menos el poder de convocatoria que tienen estas cantautoras del paisito este, de esta república aparte pero firmemente insertada en el continente mestizo del que nos habla Mario Benedetti, donde se respira -todavía- ese realismo mágico de Miguel Angel Asturias, Carpentier, García Márquez, Leonardo Favio. Sí, la enumeración es surrealista, como este paisito. Un surrealismo latinoamericano: ‘Latinoamérica comienza en Corrientes’, dice nuestro colaborador, el novelista y poeta Martín Alvarenga. También comienza en la canción -también con un cuarto de siglo- de las Hermanas Vera, que han hecho de la magia y de la gracia, la clave de sus temas. Antonio Carrizo hizo un juego de palabras feliz: ‘Las hermanas Vera son dueñas de la gracia de un pueblo rico en gracia’. Ellas, como aquel poema de Nervo que se metamorfoseó en bolero y en tango, son ‘llenas de gracia como el Ave María’. En el Vera lo volvimos a constatar”.

En los puentes de París

En enero de 2019 el etnomusicólogo francés Michel Plisson me invitó a hablar sobre el chamamé y la importancia de Nini Flores en la música de Corrientes en la Maison de América Latina.

Después de la charla se realizó un cóctel y en un momento se acerca una señora que me dice: 

“A mí me gusta mucho el chamamé, soy amiga de los Flores. Ya le mandé una foto a Rudy de tu presencia acá. Sabés, estuve dos veces en la Fiesta Nacional del Chamamé. Me gusta todo pero mis ídolas son las Hermanas Vera. En Buenos Aires recorrí toda la calle Corrientes buscando discos de ellas y me traje muchos a París”, me dijo Evelyne Levy, una de las productoras del área cultural de la prestigiosa entidad que congrega a las principales actividades de América Latina.

En 2010, Evelyne las convocó a tocar en la Maison de América Latina en un evento organizado para celebrar el bicentenario de la Revolución de Mayo en ese lugar que es un símbolo de los lazos entre Francia y nuestro continente.

La idea era trazar un mapa musical de Argentina y por eso los organizadores eligieron a Coqui Sosa y Mónica Abraham por Cuyo, Facundo Picone por la Pampa y sur, y las Vera por el Litoral.

El espectáculo se realizó en el patio de la Maison, donde desplegaron en el piso una gran alfombra con la bandera argentina como metáfora de estar pisando en ese momento suelo patrio.

Así es la carrera de las Vera, absolutamente sorprendente. Van y vienen con naturalidad, frecuentan a músicos tradicionales, a renovadores, a intelectuales y en su larga carrera pisaron muchos escenarios, pero ninguno como el del balneario de la laguna de Caá Catí. 

Continuidades y cambios 

(fragmento del libro 

Lezcano-Zubieta)

A mediados de los años ochenta se produce el encuentro con Teresa Parodi, hecho que significa en la carrera del dúo un acicate en la propuesta que venían madurando, a la vez que las pone en otro circuito de público porque los cambios en la propuesta les permitían abrir otras puertas de producción y circulación de su música.

En 1985 las hermanas tocaron en el primer Festival de Chamamé realizado en el Club Juventus de Corrientes y ofrecieron un espectáculo bajo la dirección musical de Bruno Mendoza, que logró un sonido diferente para la época porque tenía dos violines, bandoneón, acordeón, violonchelo y dos guitarras.

Este cambio en la formación plantea una diferencia conceptual, alejándose del canon tradicional de la formación con dos guitarras, acordeón, bandoneón y dúo de voces. 

Al bajar del escenario las esperaban Teresa Parodi y Julio Traynor, por entonces funcionario de turismo y gran impulsor de artistas locales.

“Quiero felicitarles, es maravilloso lo que ustedes hacen. Soy Teresa Parodi. Ustedes tienen que mostrar esto en otros lugares. Ya recorrieron gran parte de la zona con su música, llegó el momento de ir a Buenos Aires, estoy viviendo allá, las puedo ayudar a hacer cosas por nuestra música”, les dijo aquella vez en la penumbra del club de básquet convertido en escenario de la música representativa de Corrientes.

“Siguiendo el consejo, en 1986 nos fuimos  a probar suerte a la capital”, cuentan. Las dos familias emprendieron el camino a algo todavía indeterminado que tenía mucho de aventura y pocas certezas, pero que dibujaba en el horizonte una nueva esperanza en estas chicas que son esencialmente eso, esperanzas que caminan.

Como otras veces, las chicas juntaron sus cosas y partieron; nuevamente la vida las ponía en el camino.

“En realidad tenía razón Teresa, acá en la zona ya habíamos hecho casi todo, y como decimos los provincianos, Dios está en todas partes pero atiende en Buenos Aires”, dicen ahora, después de muchos años.

Se instalaron en el barrio de Caballito, cuentan con naturalidad y sin gestos grandilocuentes de hazaña. Boni en avenida Gaona y Rafa a siete cuadras en Esperanza y Aranguren, iniciando una vida porteña que duraría cinco años.

“Nosotros veníamos de los bailes en la provincia de Buenos Aires y de repente llega Teresa y nos dice que tenía un espectáculo en el Luna Park y nos invita a cantar dos canciones con ella, y fuimos”.

Ese sería el comienzo de una época donde las invitan a las principales radios, canales de televisión, frecuentan a periodistas famosos en esa época y entre ellos recuerdan haber hecho el programa musical más visto de la época que ponía mucho cuidado en la producción, que no era otro que Badía y Compañía.

“Un mundo nuevo, todo nuevo y todo emocionante”.

“Así nos fue conociendo la otra gente, otro público”, que aplaudía su música cargada de sonidos y recuerdos del pago que quedaba lejos.

Las hermanas que pasaron su infancia en una casita humilde que miraba a la laguna, ahora buscaban la luz roja de las cámaras que las enfocaba para un programa de gran audiencia nacional.

Lo que para otros artistas significa un conflicto como era el tema de los cambios, para las Vera fue algo natural y normal.

A su público le gustó siempre el dúo y aceptó las nuevas canciones sin problemas, y aunque hubo algunos colegas que cuestionaron la incorporación de instrumentos como la batería o los violines, ellas sostuvieron su postura.

“Vos podés tocar con cualquier instrumento porque al chamamé le queda bien cualquier instrumento”, decían y dicen.

En 1986 graban “Simplemente las Hermanas Vera”, un hito en su carrera que no tuvo todo el reconocimiento que merecería y merece, tanto por la buena factura del producto como por la osadía de la propuesta.

Como sostiene Ticio Escobar en su monumental trabajo “El mito del arte y mito del pueblo. Cuestiones sobre arte popular”, “el problema no consiste en si se puede o no cambiar, ni en qué conviene conservar y qué renovar, sino en si se tiene o no el control del cambio. Y, por eso, es cuestionable que, desde una posición paternalista, ajena al grupo, se pontifique acerca de lo que debe o puede cambiarse. La creatividad popular es suficientemente capaz de asimilar los nuevos desafíos y crear respuestas y soluciones en la medida de su propio ritmo y sus necesidades históricas”.

Por lo tanto, el concepto de inmovilidad en el arte popular no fue seguido por nuestras artistas, que eligieron cambiar manteniendo la esencia y seguir sus propias decisiones.

La inercia comercial indicaba que debían seguir haciendo discos como hasta ese momento, pero ellas deciden apostar a algo diferente, algo que curiosamente cayó bien en los productores.

De Caá Catí 

al Teatro Cervantes

“La emoción más grande fue en esa época tocar en el Teatro Cervantes”. De los bailes en el Chaco rural, a tocar en esa sala de tradición escénica que se remonta a los años 20 y por la que pasaron grandes figuras de la escena local y que recibió en sus tablas a lo mejor del teatro clásico español.

“Nosotras solitas con nuestro grupo cantando en ese gran teatro. Nos temblaban las rodillas. Veníamos de los pueblos donde el escenario era una volanta, el muro, lonas blancas y las luces soles de noche esparcidas por la pista. Donde se cobraba la entrada a todos porque todos pasaban por la portadita a pagar para vernos y ahora estábamos paradas ahí donde las luces te muestran a vos y no se puede esconder nada”, recuerdan.

En la primera fila, Teresa, Guillermo Parodi y Marian Farías Gómez. Ya no baile, sino público que escuchaba cada canción.

La crítica del 1 de octubre de 1987 de René Vargas Vera del diario La Nación: 

“Música con todos” es el encuentro de los días lunes con la música popular; un ciclo que reúne, intervalo de por medio, a géneros diversos en ritmo pero cercanos en su gestación como son el tango y el folclore argentinos.

El frío reina en la calle y el Teatro Cervantes es un buen cobijo con música. De allí que, como pocos lunes, la sala está repleta.

En la primera parte se ha presentado la Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto. La segunda está reservada para dos representantes de la música del Litoral.

***

A través de la garganta agreste de Rafaela y de la segunda voz de Boni que apela al paralelismo de terceras, tan característico del cancionero tradicional -pero que también sabe jugar con intervalos de sexta- se testimonia su identificación con lo correntino.

Los cinco músicos: las dos voces, la guitarra, el violín (o la quena) y sobre todo el acordeón de José Barrientos, desenvuelven esa cualidad racial inimitable que resuena en el timbre sonoro y en el modo peculiar de frasear lugareño -mezcla de alegría y nostalgia ancestral- desgranado sin ostentación en un ritmo con oleajes.

Todo es reflejo del aliento instintivo de la vida rural, como parte de un proceso fisiológico, afectivo, en el que no cabe el riesgo de desnaturalizar el carácter de tales manifestaciones espontáneas.

Un acercamiento 

a lo testimonial

Pero no todo el recital lleva ese tono tradicional. Las Hermanas Vera cantan también otras obras de Teresa Parodi, Tarragó Ros, León Gieco, Raúl Carnota, Chacho Muller. Y esta elección les permite emerger de ‘Kilómetro 11’ y de una temática musical y poética sentimental y descriptiva, para probarse en composiciones testimoniales, lo que indica una inteligente evolución de su cultura vernácula”.

Cosquín y León

La primera actuación en el festival de Cosquín fue en 1985 de la mano de Andrés Bello, del sello CBS, a las que sumarán cuatro más, dos de ellas invitadas por León Gieco.

En 1990, Gieco las invita a cantar en Ferro junto con otros artistas como Abel Pintos y en esa misma época tocan en el circuito de festivales organizado por la ciudad de Buenos Aires en parque Centenario, y en Parque Lezama con Teresa otra vez.

Pero ¿qué había pasado? ¿Qué cambió? ¿Cuánto cambió? Traicionaron la identidad correntina o la profundizaron?

Las hermanas produjeron modificaciones en sus repertorios y formaciones. Hubo mutaciones pero la identidad permanecía intacta.

Nunca dejaron de evocar a su pueblo, a sus gentes ni sus sentimientos porque ellas habitaron la memoria de su pueblo pero no para quedarse detenidas atrás en ese punto fijo, sino para tomarlo como punto de partida a nuevas experiencias.

La identidad, por lo tanto, es algo que está no solo en los recuerdos del pasado sino en el devenir, en continuar una historia escribiendo la suya.

Su música entonces devino creando y así lo ofrecieron a su fiel público, ahora diverso y más amplio.

Llegan al Teatro Alvear con una producción de Parodi que junta a Rosendo y Ofelia, a las Vera y ella en un espectáculo inolvidable en esa sala porteña no tan acostumbrada al chamamé.

Es donde empiezan a relacionarse con gente de otros ámbitos artísticos.

“Qué les parece si cantan esto que es diferente”, les dijo Parodi y después les presentará a Raúl Carnota y graban “Rumbo al algodón”.

“Ustedes no tienen que tocar y cantar, tienen que cantar nomás. No son guitarristas, son cantoras, así que canten nomás”, dispara firme Teresa.

Y así fue. A fines de los ochenta ya serán sólo cantoras.

Cuenta Boni que un día estaba caminando por el centro de Corrientes y suena el teléfono.

—Hola, Boni.

—¿Quién habla?

—León, León Gieco. Te llamo porque tenemos que hacer Cosquín juntos y me tenés que recomendar un bandoneonista.

—Gabriel Cocomarola, el nieto de Coco. ¿Qué te parece?

Cosquín las recibió una vez con los brazos abiertos. Era el año 2003.

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