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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

“Gordiola era un bohemio, pero más que un bohemio era un poeta”

Ceballos abrirá la feria del libro de Caá Catí el 6 de septiembre con una conferencia sobre Carlos Gordiola Niella donde recorrerá la vida y obra de fundador de la lírica correntina.

Por Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

El 17 de diciembre de 1977 José Gabriel Ceballos leyó con emoción la nota aparecida en el diario El Litoral en la sección “Estantería” que había sido escrita por Carlos Gordiola Niella sobre su libro de poemas “El color del humo” editado por El Disco.

Gordiola hacía algunas consideraciones en torno a ese libro: “Dos poemarios anteriores había dado ya Ceballos: ‘Los años nuevos’, una agenda lírica de adolescencia, y ‘Poemario breve’, obra en la cual la madurez  poética ya se perfila. En esta nueva colección, la promesa se ha convertido en realidad. Se lo advierte, sí, empeñado en la búsqueda de un lenguaje propio y se advierte también que lo consigne en gran medida con mérito de haber evitado el absurdo y lo obscuro, cimbras en las que cayeron muchos plumíferos ávidos de originalidad. José Gabriel Ceballos tiene conciencia de que la poesía escrita y editada es una invitación al diálogo, por eso no ha querido que su rimario sea un monólogo en camelo libertario al uso y nos alcanza estas páginas cuyo contenido poético nos llega pleno, envuelto en una forma nueva, original”.

Ceballos y Gordiola fueron amigos, uno muy joven, el otro mayor, los dos del interior de la provincia, los dos con la misma pasión por la literatura.

Aquí, más sobre ese encuentro, en amistad y en Corrientes de esos grandes escritores.

—¿Gordiola Niella influyó en tu carrera como escritor?

—Gordiola -yo lo dije muchas veces- fue fundamental para mí como estímulo, por las enseñanzas que me dio en cuanto a vocación literaria, porque respetó mi vocación literaria.

Yo era estudiante y llegaba a Corrientes, era muy joven, tenía 17-18 años cuando lo conocí y ya había leído muchas poesías de él acá en el pueblito (Alvear). Conseguí que un amigo que estudiaba un curso de Turismo en Corrientes y que lo tenía a él como una suerte de profesor especial al Cancho, me lo presentara. Y a partir de ahí nos unió una entrañable amistad. Al poco tiempo, me pongo de novio con Dolly, se hizo muy amigo también de Dolly. Lo visitábamos con mucha frecuencia y eran momentos fundamentales, porque yo iba aprendiendo que el oficio de escribir es un modo de vida, es una actitud que aunque no nos remunere, aunque muchas veces resulte difícil de sobrellevar, es lo que un escritor debe priorizar en su vida como actividad, para poder tener resultado.

—¿El vivió como escritor?

—Totalmente, vivió como poeta. Yo en esa época escribía poesía y no me animaba a decirle que escribía poesía, me pareció una irreverencia. Hasta que en algún momento sale un librito mío en una de esas viejas imprentas que había en Corrientes, en las que se imprimía con plomo, y él se entera por los diarios; porque Soto, uno de los ilustradores del libro, había llevado mi obra a los diarios de Corrientes. Creo que era en El Litoral donde me habían hecho una notita, un pequeño aviso que salía del libro. Y él la lee y se enoja mucho conmigo, porque yo no le había dicho que escribía. 

Yo creo que lo interpretó como que todo ese tiempo anterior yo lo estaba usando, de alguna manera, y tuvimos un altercado. Me preguntó muy enojado, cuando fui a visitarlo la primera vez, de por qué no le había dicho que escribía. Yo le dije “mirá maestro -yo lo tuteaba, pero lo trataba de maestro- no te conté porque me parecía una irrespetuosidad, yo no estaba con vos para usarte como trampolín, para que me hicieras prólogos o cosas así. Simplemente admiraba tu poesía, te lo dije mil veces y lo admiro” y bueno, después nos hicimos amigos.

—¿Qué encontraste en la poesía de él que te conmoviera?

—La dimensión poética, un enorme poeta. Leer a Gordiola siendo tan joven -para mí fue muy importante. Gordiola era un poeta que yo admiraba por aquello de su soledad y que estaba cerca, que en algún momento yo lo iba a conocer o lo podría conocer, y eso me estimulaba mucho. No era un Neruda. A Gordiola yo lo iba a conocer personalmente y es una de las primeras cosas que hice cuando llegué a Corrientes, tratar de conocerlo.

—¿Era una persona fácil de conocer o era difícil?

—Era difícil, era muy cascarrabias. Cuando íbamos con Dolly, teníamos un día a la semana que íbamos sí o sí, creo que era el jueves a la noche, Dolly salía del profesorado y nos íbamos a visitarlo. Llevábamos un pastel de pollo, de una rotisería.

Dolly vivía muy cerca de los Gordiola, y comprábamos una botella de ginebra y pastel de pollo. Gordiola picoteaba un poco el pastel y tomaba un vasito del ginebra y ya pasaba para el otro lado, y ahí se ponía brillante. Se ponía a recitar, a hablar, a recordar cosas ajenas, hablaba de esas cosas, puteaba mucho y después se dormía y nos íbamos. Y, a veces, escuchaba y se enojaba.

Esa vez cuando me echó por el asunto del librito que yo te contaba, le expliqué todo eso y me fui, y digo “bueno, de acá no hay nada más que hablar, el hombre entendió esto”, y más o menos al mes sale una nota en el diario El Litoral, que dirigía Sara Velar de Gauna, donde él habla de mi libro. Puso un montón de elogios y para mí eso fue una cosa increíble, porque además de lo interno, realmente a partir de ahí empecé a adquirir una cierta visibilidad en Corrientes, porque era muy difícil conseguir un elogio de Gordiola. Era un tipo difícil.

 —Contame el famoso episodio que todos cuentan y la anécdota del cajón ¿Es verdad? ¿Podes contarnos cómo era?

—Sí. Felipe estaba debajo de la cama de Gordiola, era un ataúd bastante sencillo. Mentira era eso que era pintado, el cajón estaba ahí. Cuando yo lo conocí, creo que no le daba mucha pelota al cajón. Supongo que habrá tenido una época en que le agarró la locura esa y puso el cajón abajo de su cama, y le hablaba. En esos momentos gloriosos cuando se sentaba en su escritorio, a veces tiraba todo lo que había en su escritorio, como un cañoncito de madera.

—¿Gordiola pintaba?

—Sí. Pintaba muy poco, pintada cosas muy hermosas. Hay un cuadro que habrá quedado ahí en la casa que es “La noche de bailanta”, un poema de él que es precioso, “La risa dominguera”, “Cascabeles” recuerdo, y es una mucama, una chica del interior, que en la soledad del pueblo, de la ciudad de Corrientes, ya de noche, deja sus quehaceres y se va a la bailanta. Ese cuadro tenía toda una calle de escobas como columnas y la chica aparece en el medio de la composición. Es preciosa esa obra.

—Hay algo en la poesía de él y en la literatura de él que va más allá de lo folclórico. Toca un lirismo muy interesante, ¿no?

—Sí, por ejemplo, me acuerdo  de “Viernes Santo en el pueblo”, que dice: “No sé si es a la tarde o al Cristo a quien se llevan/esas espaldas negras oleando en el ocaso”.

Esa es una cosa impresionante o los sonetos de la soledad: “Ya se me da mi soledad entera/con abandono de hembra conseguida”. Son unos hallazgos poéticos impresionantes, una profundidad, una estética. El se volaba mucho… era medio llorón Gordiola, con respecto a su soledad en su poesía. Tenía una suerte de autopiedad por su soledad y él se da cuenta después de mucho leerlo, porque son tan buenos los poemas que uno dice… no cae nunca en la repetición, no es el lamento repetitivo ni nada parecido, sino que cada cosa es diferente y el tema es casi el mismo de todos esos poemas.

—¿Era un bohemio en los términos del siglo XIX o cómo era?

—Sí, sí. Un bohemio, cuando se inaugura la casa, él ya salía poco; después, en los últimos tiempos me acuerdo de que, cuando se inauguró la casa del escritor por Marily Morales Segovia, que era la presidenta de la Sade, Gordiola no estaba por ir, pero voy con unos amigos y lo invito. Le digo “mirá, maestro, tenés que ir; si faltás vos, la casa del escritor no tiene mucho sentido”.

Bueno, le lloramos y nos fuimos con él. La calle estaba cortada porque estaban esperando al intendente municipal, el gobernador o un ministro, una cosa así. Era la época del proceso militar, las medidas de seguridad eran bastante extremas y cuando llegué -le pido prestado el auto a mi vieja- y llego con Gordiola, y en la esquina íbamos dos amigas y Gordiola sentado atrás en el medio, con su saco, traje negro y su ponchillo afirmado en su bastón. Era de noche. 

En la esquina, le digo al “cana” que estaba: “Voy con el maestro Gordiola”, con la luz prendida. El tipo vio la luz prendida y ese hombre ahí atrás, se creyó que era autoridad y lo deja pasar, llegamos frente a la casa del escritor, había mucha gente en la vereda, mucho público. Estaba la banda de la Policía de la provincia esperando a las autoridades; entonces, paró el auto, me baja a abrirlo. Un montón de gente ahí, también lo reconocen a Gordiola, se agolpó esa gente. Le abro la puerta a “Cancho” atrás y cuando baja, el sargento “batuta” cree que era el intendente o el gobernador –uno de los que estaba por ir–, pega el batutazo y arranca la banda con una de esas marchas lindas “Avenida Las Camelias”, no sé, una cosa así y Gordiola se emocionó mucho, porque lo recibe la banda y toda la gente saludando –que no lo esperaban– y cuando alguien le dice al director de la banda que no era la autoridad que se aguardaba, que no era el gobernador; entonces, el tipo hace una seña con la batuta y para la banda. Y Gordiola pregunta por qué pararon la música y no faltó quien le dijo, mire maestro se equivocó el muchacho de la banda. Montó en cólera, hizo un escándalo, se puso a gritar diciendo que él merecía la música, que él era poeta, que era el dueño de las musas, no un vulgar burócrata mandamás. Dijo barbaridades y ahí lo fuimos metiendo hacia adentro y lo arrinconamos allá en el fondo para que pudiera seguir el acto.

—Su casa tiene un cartelito que dice “Aquí vive un poeta”, ¿no?

—Claro, eso le dieron los chaqueños, creo que de la Peña Martín Fierro, un homenaje que le hicieron y que él mostraba con mucho orgullo. Vos me preguntaste si Gordiola era un bohemio, pero más que un bohemio era un poeta.

—No era ocioso, digamos.

—No, no era para nada ocioso, no era un vago. Gordiola permanentemente estaba haciendo poesía y era una bohemia, yo la conocí ya tarde, en esa época era bohemia medio entrecasa, ¿no?

Una vez me acuerdo de que volvíamos del Teatro Vera por la Junín, aún no peatonal, que estaba totalmente vacía y él siempre con su traje negro y su ponchillo, y yo lo llevaba del bracete, él tenía el problema de su joroba y le costaba caminar. Por ahí en plena calle Junín me frena, me tira del brazo y me hace una pregunta, y se da vuelta –él era muy ampuloso– y con el bastón señala la calle y me dice: “¿Te parece que esta es la calle que va a llevar mi nombre?”, y le digo: “Sí, maestro. Por supuesto”.

El final 

El 26 de enero de 1982 este diario publicó: “Alrededor de las 19, a los 62 años de edad, falleció de un paro cardíaco en su casa de la calle Paraguay 1026 de esta capital (donde hay una placa de bronce que indica “Aquí vive un poeta”) Carlos Gordiola Niella, el 24 de enero de 1982.

Hurgando en los archivos del diario El Litoral encuentro la nota, firmada por Darwi Berti fechada el día 26 de enero de 1982 como un obituario a la muerte de Gordiola Niella, comenzaba así:

“Los dos hombres observaban las aguas del Paraná –profundas como grito de hombre– en ese remanso de la Punta San Sebastián, aquella tarde de otoño de 1956...

-¿Ves esa botella luchando en el remanso? Pues bien, ella puede servir para terminar esta discusión sobre tu destino, vamos a apostar con ella. Si permanece allí, tú te quedas en Caá Catí; si salta de ese círculo, te vienes a radicar a Corrientes y a colaborar conmigo en el diario “La Provincia”. ¿Aceptás el reto?

Aceptado, respondió el poeta Carlos Gordiola Niella a José Miguel Irigoyen, quien se preparaba para iniciar una aventura periodística en nuestra capital con el aporte de escritores del nivel de Gordiola Niella, Alfredo Asuad, Juan José Folguerá, etc.

Ambos continuaron observando -con gesto tenso, mientras fumaban- los avatares de la botella en el río. Ella se convirtió en una maestra del suspenso, desaparecía para volver a aparecer, cambiando y cambiando el destino de un hombre.

De pronto, un salto y se perdió, abandonando el círculo trazado por las aguas. La parábola se cerró. Carlos Gordiola Niella abandonó su remanso de paz de Caá Catí para radicarse en Corrientes. Después pasaron los años, esa otra agua, el quehacer periodístico al frente del suplemento literario del diario La Provincia, que se convirtió en plataforma de lanzamiento de jóvenes escritores de los años 50, como Marily Morales Segovia, Dora Norma Fileau, Armando Hugo Calvo, Juan José Folguerá, su época al frente de la Academia de Bellas Artes Josefina Contte, sus jornadas de director de la escuela de la cárcel, etc.”.

El poeta y cuentista también fue periodista, el mismo que escribió la reseña sobre el libro de su amigo que le causó un gran enojo por no contarle que también escribía.

Entre 1977 y 1982 Ceballos avanzó en su camino literario con la publicación de su primer libro de cuentos “Los ciudadanos” en 1980, que tal vez Gordiola no haya leído.

Los encuentros con Gordiola, en esos años serán cada vez menos frecuentes porque Ceballos se concentró en su carrera de abogado.

“Cancho” siguió su destino de poeta y personaje de la vida cotidiana de una ciudad de Corrientes tradicional que no entendía muy bien sus locuras y gestos, a veces, grandilocuentes, a veces poco comunes o extravagantes. Vivió cinco años más hasta que la muerte, ese tema tan frecuentado en su literatura, tocó a su puerta.

Escribe Berti, otra vez: “El círculo terminó de cerrarse totalmente en el crepúsculo del domingo último cuando en su casa, de la calle Paraguay 1026 de esta ciudad, el gran corazón de Gordiola Niella ya no le respondió. Pero él ya lo sabía: como todo poeta era un profeta, un vate, un vaticinador. Unos días antes había escrito este poeta anunciando su muerte:

Quiero decir que todavía digo,

Algo que ya es un vale al nuevo día,

Y respiro otra fecha amanecida, 

Mi mano,

Un lápiz,

Una cartilla blanca

En espera de huella de grafito.

Mi mano,

Jinete hoy sobre ese potro negro

Buscador de otros rumbos

Ante el sabido mapa….

Las riendas no funcionan

El infinito es mío.

Todo es mío, sin épocas…

Pero un viejo reloj

Tic, tac en ristre

Dice que todo es llama

Y es ceniza”.

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