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Las etapas de la vida

Actualmente hay mucha gente que no puede reírse y divertirse porque está bajo mucho estrés. Pero es importante, tal vez hoy más que nunca, separar un espacio en nuestra rutina diaria para poder reírnos. Porque cuando uno activa el humor, está relajado, y la relajación trae como resultado una visión más amplia.

Por Bernardo Stamateas

Colaboración Especial

En una ocasión fui a dar una charla a los Estados Unidos, en una universidad de la ciudad de Washington, y a la semana siguiente una charla en un barrio del Gran Buenos Aires. En este último lugar tuve un insight: sacando las diferencias económicas, el corazón humano es el mismo en todo el mundo. Los dolores son los mismos, las preocupaciones son las mismas. A todos, sin distinción, nos ocurre más o menos algo parecido.

Todos vivimos nuestra vida en etapas. Durante mucho tiempo se compararon dichas etapas (niñez, juventud, madurez y vejez) con un arco. Es decir que había un punto entre los 30 y los 40 años donde el avión comenzaba a aterrizar. Entonces uno tenía que aprovechar las etapas que eran las más plenas de la vida. Hoy entendemos nuestras etapas evolutivas como una escalera. Esto significa que cada etapa nos lleva a un crecimiento y nos dirigimos permanentemente hacia arriba. ¿Qué quiero decir con esto? Que no hay una etapa mejor que otra. Es erróneo considerar que la infancia o la adolescencia sean los años más lindos de un ser humano. Cada una tiene su encanto. Lo que deberíamos hacer es descubrir lo bueno de la etapa evolutiva en la que nos hallamos. 

Después de todo, nadie lo tuvo todo ni careció de todo en ninguna etapa evolutiva. Tal vez alguien diga que la juventud fue la etapa más maravillosa de su vida, pero seguramente también habrá experimentado desilusiones, desencantos, tristeza y angustia en esta. Los que forman pareja tienen que atravesar la angustia, en algún momento, de no saber qué va a pasar en el futuro. Es decir, tiempos de “vacas gordas” y tiempos de “vacas flacas”. Eso es parte de la vida y nos alcanza a todos.

Los argentinos solemos ser melancólicos y, en épocas de crisis y dificultades, nos sentimos nostálgicos y decimos como la canción: “¿Te acordás, hermano, qué tiempos aquellos?”. Pero lo cierto es que, en cada etapa, hay aspectos positivos y aspectos negativos. Por esa razón, para evitar sufrir innecesariamente, necesitamos conectar con cada una y no anclarnos en ninguna. 

Nunca es aconsejable idealizar el pasado. Está bien ir hacia atrás de vez en cuando y revivir un momento lindo con alguien que ya no está con nosotros, porque nos acaricia el alma. Pero esa actitud tiene que empujarnos hacia adelante, ya que para atrás están las pérdidas y para adelante, las oportunidades. El problema surge cuando uno queda anclado en el pasado y tiene una nostalgia que no es normal, producto de una hiperidealización por sentir que no hay nada para uno hacia adelante.

Lo ideal es construir cada día hacia adelante. Porque, cuando el pasado es más grande que el presente, aparece la depresión. Pero, cuando el futuro es más grande que el presente, adquirimos visión para avanzar sin estancarnos. 

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