¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

PUBLICIDAD

Cien barrios porteños

Domingo, 14 de noviembre de 2021 a las 01:04

Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral

Siempre me cayó muy bien. Directo. Franco. Arrabalero pero buen tipo. Nacido en un hogar de clase media en Villa Luro. Dueño de un carisma especial, muy canchero. Sus padres querían que fuera médico, y lo fue, específicamente doctor ginecólogo. En un momento de su vida tuvo que elegir: dedicarse al canto o consagrarse a la medicina. Este personaje que fue suceso tanto en el canto como en el cine y cuyo verdadero nombre era Alberto Salvador De Luca, pero todos lo conocimos simplemente como Alberto Castillo, el cantor de los “Cien barrios porteños”. Comenzó con el director de la orquesta que le deparó sus mayores éxitos a partir del año 1939 al 1943, Ricardo Tanturi y su agrupación apodada “Los Indios”. Un vals muy popular de Rodolfo Sciammarella le permitió identificarse estableciendo un perfil con simplicidad de pueblo, denominado “Los cien barrios porteños”. He tenido el placer de imitarlo alguna vez, siendo muy chico, ya que como al resto se convirtió rápidamente en mi ídolo. Recuerdo, mis padres, sabiendo mi preferencia, me llevaron una noche al entonces Rawson Tenis Club, o sea, hoy el Club San Martín, para darme una sorpresa. Entonces Castillo, con los mismos músicos pero ya desligado Tanturi —lo continuaba Enrique Alessio— se presentó en Corrientes con el palco ubicado en la parte exterior de “La casa antigua”; mis padres, cumpliendo su regalo, me dijeron: “Mirá, fijate quién va a aparecer cantando”. Ya la orquesta instalada, con los morenos que percutían tamboriles y bailaban al ritmo del candombe, y sale de pronto Castillo cantando muy cerca de nuestra mesa; no lo podía creer. Era mucho para alguien con 5 años de edad que trataba de entender lo que parecía un sueño pero era no más él, Alberto Castillo, en persona. La radio ejercía ese poder de consustanciarnos con los ídolos populares, que en vivo animaban exitosos ciclos, con público colmando los auditorios, ello proyectado por los discos y el cine nacional, eran una verdadera “carga explosiva” que nadie desconocía y todos aplaudían. Ya consolidado como artista rutilante, Castillo continuó con los mismos músicos, después de Alessio vino Ángel Condercuri, primer bandoneón del grupo, con quien estuvo de 1944 a 1968. Como solista, grabó y actuó con Emilio Balcarce, Eduardo Rovira y Jorge Dragone. A Castillo le tocó vivir muchas anécdotas, una por ejemplo: la advertencia del Colegio Médico, de que elija entre la medicina o el canto, ya que su forma de cantar de chico de barrio “no concordaba con los buenos modales” de un profesional de la medicina. Idéntico planteamiento pero no solo para él, sino para todos aquellos que cantaren involucrando en su repertorio temas en lunfardo, o consideradas malas expresiones, fueron muchos títulos que hubo que sacarlos directamente de circulación. Eso ocurrió en épocas de Raúl Alejandro Apold, a cargo de la Subsecretaría de Prensa y Difusión de la Nación, que luego con indiferencia y el criterio generalizado de todos con dos dedos de frente que son partes integrantes de un país, esa medida extrema que sumaron varios títulos, se fue diluyendo, cayendo por su propio peso, rescatando obras que hacen a la misma esencia nacional.
Alberto Castillo movilizaba mucho público, que lo seguía por todo el país. En el repertorio de Tanturi había un éxito seguro que lo compuso con Elizardo Martínez Vila: “Así se baila el tango”. En las milongas del conurbano, donde abundaban las barras de adictos y opositores, porque tomaban como una agresión, una afrenta, lo que expresaba el tango en la voz de Castillo, se armaba cada “bolonqui”, recordado muchas veces por el artista. 
Es que justamente comienza diciendo: “Qué saben los pitucos, lamidos y shushetas. / Qué saben lo que es tango, qué saben de compás”. Eso era el principio de “guerras campales” que Castillo quería explicar intercediendo, remarcando que no se trata de una falta de respeto, sino de una letra de tango que expone a la gran ciudad y su música, cuando llega al objetivo real de la poesía: “Ahora una corrida, una vuelta, una sentada. / Así se baila el tango… ¡un tango de mi flor!”. Me recordó mi padre que en la década del 40, cuando Alberto Castillo actuó en el “Salón Monumental” de Junín, entre Santa Fe y España, al terminar el baile le llamó la atención al salir la gran cantidad de gente que venía desde calle España, y preguntó de dónde venían; le explicaron que era público que al no tener dinero para verlo, fueron a “Mi cabaña”, otra pista que estaba en la esquina. En un gesto espontáneo que demuestra su gran humanidad, dispuso la orquesta sobre calle Junín y cantó para ellos.
Alberto Castillo, dada su gran simpatía y capacidad, también hizo grandes comedias en el cine nacional. Aún se lo recuerda por su intervención en la película “La barra de la esquina”, dirigida por Julio Saraceni, con los actores María Concepción César, Pepe Marrone, Salvador Fortuna, Iván Grondona y Jacinto Herrera, cuyo estreno tuvo lugar el 4 de julio de 1950. Sin olvidar, por supuesto, “El tango vuelve a París”, “Adiós Pampa mía”, “Un tropezón cualquiera da en la vida”, “Alma de bohemio”, “Por 4 días locos”, etc. Como todo tiene que ver con todo, como afirmaba Pancho Ibañez, una vez estando en mi trabajo en Ímpetu Publicidad se apersonó una persona que buscaba a un compañero de tareas, Jorge Hemadi.
Cuando lo vi, de inmediato lo reconocí: era Ángel Condercuri, el primer bandoneón de las orquestas de Tanturi, Alessio y la del propio Castillo. Se había convertido en un viajante de libros, “porque de algo hay que vivir”, me dijo sonriente. Recordamos brevemente la historia musical de Alberto Castillo y todas las aventuras artísticas emprendidas, recorriendo todos los países de América, Europa, muy especialmente España, donde también fue un ídolo por incluir en su repertorio algunos temas españoles.
Recuerdo a la Audición Federal de los días domingos por LR3 Radio Belgrano de Buenos Aires, cuando Alberto Castillo decía las primeras letras de un vals de Rodolfo Sciammarella, “Los cien barrios porteños”, que le servía de presentación.
“Yo soy parte de mi pueblo / Y le debo lo que soy / Hablo con su mismo verbo / Y canto, canto con su misma voz. / (cantado) Cien barrios porteños / Cien barrios de amor / Cien barrios metidos / En mi corazón. / He querido rendirle a los barrios / Un sincero homenaje de amor / Y no tengo motivo más lindo / que brindárselo en una canción / Cada uno encierra un recuerdo / Cada uno me trae una emoción / He querido rendirle a los barrios / Un sincero homenaje de amor. / Barracas, La Boca, Boedo / Belgrano, Palermo y Liniers / Urquiza, Pompeya, Patricios / San Telmo y Flores, mi barrio de ayer / Balvanera, Caballito / El Retiro y Monserrat / Villa Crespo, Almagro y Lugano / Mataderos y Paternal”. Algo que me permito rescatar: los cantores de entonces, con menos posibilidades técnicas que hoy, cuando interpretaban en vivo lo hacían mejor que las grabaciones, afirmados, plenos, contundentes. No defraudaban. El playback no existía, solo el talento que proviene de su capacidad y el respeto, por ser ellos mismos. Alberto Castillo fue una leyenda, pero más que nada una gran persona, afable, auténtico, con el nudo de su corbata a medio hacer, dispuesto a recordarnos: “Así se baila el tango / sintiendo en la cara / la sangre que sube / A cada compás / Mientras el brazo / Como una serpiente / Se enrosca en el talle / Que vas a quebrar / ¡Así se baila el tango!”.

Últimas noticias

PUBLICIDAD