Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral
En el fraseo cotidiano, “dos pesos” se convirtió, por un lado, en el billete característico con la imagen azul de Bartolomé Mitre, que duró hasta que estrujado perdió su promesa de valor. Y por la otra, su figura desvalida, debilitaba por la aceleración del tobogán económico argentino. Es decir que a todo lo barato se lo comenzó a asignar despectivamente como “dos pesos”, ya que en lo comercial, al principio, las vidrieras ostentaban “todo por dos pesos”, lo que era una ganga porque arrancó con buena performance. Se lo compara con todo lo que signifique “chiquitaje”, sin valor, mínimo, débil, cero consideración. Desde hace mucho tiempo que el chiquitaje quemó todas sus naves y lo que promueve o expresa carece de toda significación; son aquellas que no conllevan urgencias ni compromisos, tan solo quedó su apelativo que en la jerga de pueblo denota lo chiquito, sin trascendencia. Sin embargo, uno, frente a los acontecimientos políticos y sociales que de un tiempo a esta parte tienen a la Argentina como protagonista, es materia de comentario en todo el mundo, porque no pueden explicarse cómo “el granero del mundo”, la tierra del Papa, Borges, Cortázar, Sábato, de los premios Nobel, de Maradona, sigue intentado ser el país que pudo pero no lo fue. Es que todo lo que vino después sigue siendo de dos pesos, de poca monta. Pero esos comentarios de dos pesos que aparentemente no tienen sentido, han marcado por tercera vez un triunfo de la oposición, porque la sociedad se ha cansado de pedir, y alguna vez debía ser escuchada. Por lo tanto, mi humilde opinión, al no ser politólogo ni especialista, se inscribe bajo ese rótulo de dos pesos también. Pero tan solo se trata de una persona común preocupada por lo tan bajo que caímos. Su gravedad se enmarca en la cotización banal de dos pesos, que es el lugar común donde mueren las razones y proceden los gritos de auxilio que jamás son oídos. No deja de asombrar, quienes no están en el olimpo político, están fuera de sistema, no “integrados” por pensar diferente, como Córdoba. Buscaba en el mensaje del presidente algo rescatable, algún atisbo de sinceridad, tratando de descubrir si aún quedaba algo de hidalguía. El clima pareció ser el óptimo para acompañar la telenovela, hablándonos pausadamente, casi al oído, sin gritos, contrastando con “no nos arrodillaremos…”, cuando días después, de contramano, en el Grupo de los 20 se trataba de ligar con cualquier líder prominente. Lamentablemente comprobé que continuamos siendo los culpables de la debacle de la pérdida de quorum que durante 18 años ostentaron sin consenso, y que desde entonces nadie asumió la culpa de los platos rotos, solamente la algarabía de la fiesta como respuesta, ignorando la realidad de los hechos, marcando otro fruto del relato: el desconocimiento de la realidad. La falta de credibilidad proviene justamente cuando se dice una cosa y se hace otra. Cuando sus socios hacen saltar por los aires las estructuras de un endeble gobierno, tras la publicación de esa carta insolente y la renuncia intempestiva de los miembros de su gabinete. Cuando, por si fuera poco, una diputada de la misma fusión lo descalificó con frases denigrantes, faltándole el respeto a la figura presidencial. Eso sí sonó como “autogolpe en el palacio”, a lo que en ningún momento levantó la voz defendiendo lo único que queda, la dignidad y el respeto. Es cierto, hay que dar la otra mejilla, pero tenemos solamente dos y no darían para tantas culpas. En el mensaje final de las elecciones, el viso dramático ante la derrota fue la mejor banda de sonido, el bajo tono hizo juego con la hora, para luego volver a las andadas diciendo que la economía está creciendo, que hay que consensuar, cuando nunca lo han hecho por una cuestión genética. Y por si fuera poco, celebrando después en el escenario como en “La fiesta inolvidable”, porque nos enteramos de que el mensaje había sido grabado mucho antes. Siguiendo el método clásico de ignorar la realidad, suplantándola por la ficción para alegría de la tribuna. Como expresó Lanata, pareció ser el discurso de alguien que recién se hacía cargo del país, ignorando que ya han pasado dos años de gestión. Y, como siempre en las derrotas, en los malos momentos, cuando los líderes son considerados como tales, deben estar al pie del cañón, dar el ejemplo, ser el último en abandonar el barco. Eso no sucedió. Solo un tímido mea culpa de estilo. La socia jamás puso la cara porque, según su convicción, la derrota no existe. El que “pedalea” finalmente, guste o no, es el presidente, que siempre tiene un relato a mano. Sucede que el autoritarismo, que siempre hicieron gala, trasunta en algunos comunicadores allegados contando otra historia, y eso que las derrotas sirven para escarmentar y mejorar, continúan en la represalia dialéctica porque la realidad les resulta demoledora. Por ejemplo, Gustavo Silvestre dijo: “Hay mucho voto odio”, y Roberto Navarro: “Una forma de golpe”. Hay un desconocimiento total de cada situación, y la respuesta de la gente no se hizo esperar. La alusión a los dos pesos tiene que ver con la humilde opinión de alguien que se alarma cuando compra, cuando la inseguridad quita la paz de andar libremente, cuando todo está patas para arriba. Aparentemente para los sordos esas voces poco importan. No se puede seguir en la misma cuando se cumplieron ya dos años de los cuatro años de mandato y todo está por volver a comenzar. Siempre trato de recordar frases populares que por su vigencia, advierten y aconsejan. Para la puja que libran entre sí, conviene una mirada al Martín Fierro: “Si entre ellos se pelean, los devoran los de afuera”. O cuando “Tato” Bores en uno de sus brillantes monólogos televisivos, titulado “Nos demuestra que no aprendimos nada”, comprobamos cuánta verdad: no hemos aprendido absolutamente nada. Durante el “sunami” que produjeron las Paso, fuimos atónitos espectadores de la trama que superó todos los ratings de un teleteatro superior al de Wanda Nara. Se perdió credibilidad como preanuncio de un final dantesco, no obstante sin ponerse colorados de vergüenza habilitaron su vieja práctica: “la platita compra voluntades”, que es lo más bajo y ruin, porque la dignidad, si queda algo de ella, es lo más valioso que cada uno posee. En el mensaje se habló de otra Argentina, que no acusa fiebre ni está en estado de gravedad como la que nos toca vivir y sufrir. Prometiendo que se van a poner a trabajar intensamente, es lo que primero que tuvieron que hacer cuando vinieron a ocupar el sillón de Rivadavia, derecho que el pueblo les otorgó en saludable gesto democrático. Ahora les toca jugar el segundo tiempo, ya que el primero se fue sin ton ni son, tocando y tocando, solo gambetas intrascendentes, sin hacer goles que desnivelen una paridad que se paga reiniciando otra vez, pero con la pérdida de ilusiones que la fe “pelea” hace tiempo por sostenerse de pie. Gobernando para todos, no solo para la tribuna local. Si el domingo de elecciones fue memorable, eso fue puro mérito de la educación democrática que el pueblo demostró en cada tramo de la jornada. Se perdió el quorum pero se ganó en certeza, y por fin el consenso dinamizará las cámaras sin el autoritarismo del discurso único. Ahora, al relato no hubo que inventarlo, fue la verdad de la realidad que pintó de fiesta el acontecimiento cívico. De norte a sur y de este a oeste, todo el país se puso de pie detrás de un sueño, el de ser mejores, el de labrar prosperidad, saber que después del trabajo podemos regresar en paz a casa porque las víctimas no son victimarios, ahora serán lo que son, las víctimas son víctimas y los victimarios son victimarios, que todos somos iguales ante la ley, que todos tenemos y debemos respetar derechos y obligaciones. Para que vuelva el sentido cabal de las cosas de real valía, recuperar el respeto es prioritario, ir en busca de los valores perdidos que forjaron este país. El periodismo no es el enemigo, es simplemente el fotógrafo que toma de cuerpo entero lo que ellos protagonizan. Las palabras son importantes, pero mucho más los hechos. Es un compromiso. No es una expresión de deseos. De lo contrario, es verso, que le dicen.