Alguien prominente, pero llena de sabiduría, dijo acertadamente: “La lucha no es desilusión. Si cada vez que nosotros paramos por una crisis queremos regresar a un pasado ilusorio, nunca vamos a llegar al futuro. Pero fue más allá de la realidad concreta: “Es como volver con el novio que te aburre porque no conseguiste otro”. Los dichos, los pensamientos forjados cada día, tienen la más pura certeza de que la experiencia experimenta a diario. Es la prueba irrefutable de cuánta filosofía alimenta al inconsciente colectivo, la misma que a Discépolo lo bautizó “Filósofo del pueblo”. Pero es cierto, buscar en el pasado nos trae la sinceridad que ya no existe. Sin embargo, luchar por el porvenir es construir de abajo una verdad que la experimentamos desde el sacrificio esperanzado. Es el futuro que ambicionamos y tanto nos desvela. Las cosas muchas veces no se dan, no porque no soñemos sino porque quienes dirimen el poder erran los objetivos por falta de conciencia, conveniencia o incapacidad. En esa tanda de adversidades caemos involuntariamente en arenas movedizas, que siempre tratan de hundirnos que salir indemnes en nuestro leal compromiso. El doctor Carlos Fayt, integrante de la Corte Suprema, cuya bonhomía, inteligencia y educación le permitía dar respuestas verdaderas al periodismo que se hizo costumbre diariamente esperarlo para interpelarlo al pie de su departamento, antes de partir a su trabajo. Con la simplicidad de razonamiento que confiere la comprensión de la Constitución y el Derecho, dijo alguna vez el doctor. Fayt: “Las opiniones son libres, pero los hechos son sagrados”. Pensar, uno razona, cuántos lanzan al viento palabras que son solo palabras, pero muy pocos graban hechos que verdaderamente son sagrados, porque al serlo se transforman en realidades concretas, porque lo demás es puro relato que el viento lo disipa. Vemos diariamente las contradicciones en todos los órdenes que toma el poder, las luchas internas, la falta de moral, la incapacidad de ordenar aunque modifiquen lo expresado más bien como “bombo” que como certeza. Las estadísticas que crecen y por ello no son ventajas, sino que al hacerlo agravan como la pobreza, la educación, la salud, la misma política, las esperanzas corroídas que debilitan paulatinamente todo proyecto de ambicionado futuro, partiendo de un presente hecho “flecos”.
Parece ser un campeonato al revés, que como dice Les Luthiers en broma, para bajar la calentura general: “El que piensa, pierde”. El economista español, de lúcido conocimiento, José Luis Sanpedro, aunque parezca fatalista como lo era “Discepolín”, sus dichos de profundidad horadan la verdad cuando afirma: “Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no sirve de nada”. Reafirmando el auténtico valor del vivir, sintetizado en esta frase memorable: “El tiempo no es oro. El oro no vale nada. El tiempo es vida”. Y, esa vida propuesta requiere del valor de la sinceridad, para decir y acometer. Para proponer y hacer. Para convertir las palabras en hechos cabales. Respuesta esperanzada que moviliza y se permite concretar, quitando el concepto de promesas para convertirlas en realidades.
Un país que no piensa es un país analfabeto. Ajeno y despreocupado del sentir y el pensar de la gente. No puede ser que casi la mitad sepa dolorosamente lo que es la pobreza, y una mitad favorecida por diversas circunstancias las haga ostentación opulenta. Es muy fuerte el contraste e inmerecido el total de la triste estadística que divide las aguas entre el placer opíparo y “el dolor de no ser”, como apunta certeramente el tango.
Se puede decir que soñar tal vez es malo e improductivo, porque imagina y no puede concretar en parte por su culpa, pero mucho más por quienes representan el ausente orden de un poder omnímodo que la mala política argentina permitió crecer.
Esto, me hace acordar cuando Juan Alberto Badía tomaba unos versos de “Imagina” de John Lennon diciendo: “Puedes decir que soy un soñador / pero no soy el único”. Es que soñar no es malo, si es permisible y posible, para que así el bienestar del buen pensamiento perdure. “Imagina que no hay cielo / Es fácil si lo intentas / Ningún infierno bajo nosotros/ Sobre nosotros solo el cielo / Imagina toda la gente / Viviendo por hoy / ¡Ah! / Imagina que no hay países / No es difícil de hacer / Nada por lo que matar o morir / Y sin religión también / Imagina toda la gente / Viviendo la vida en paz / Tú / Puedes decir que soy un soñador / Pero no soy el único / Espero que algún día te nos unas / Y el mundo será como uno / Imagina no posiciones / Me pregunto si puedes / No hay necesidad de codicia o hambre / Una fraternidad de hombres / Imagina toda la gente / compartiendo todo el mundo / Tú / Puedes decir que soy un soñador / Pero no soy el único / Espero que algún día te nos unas / Y el mundo vivirá como uno solo”. Este compendio de consignas avivan la voluntad por un cambio de conciencia, no se trata solamente de acatar, sino de opinar. Es decir, participar con lo propio, con lo digno, exponer y hacer valer nuestro pensamiento casi siempre a contramano de las “luchas” del “palacio”. En estas lides aprendí que más allá del lucimiento intelectual, debe primar la simpleza de los deseos como lo plantean honestamente los cantos de poesías populares, nacidas en la fragua de la necesidad y sus urgencias. Es como en publicidad siempre se busca que frases cortitas reflejen una realidad de fácil pronunciación como recordación, también la lógica debe exponer más que fantasías realidades que hagan posible una sociedad mejor. Más responsable. Más sensible. Que la política no lo es todo, quedan detrás principios muchos más importantes como la moral, esa ética cerca de la sinceridad que ejerce su elocuencia con hechos razonables. Vivimos épocas controvertidas con la “yapa” de una pandemia que se lleva todo, la alegría, los amigos, los parientes, afectando a la familia, tocando de cerca la economía, a las necesidades desesperadas que la realidad sin maquillaje nos plantea diariamente, sin golpear a la puerta.
Alguien no filósofo sino técnico en computación, Steve Jobs de Apple, dijo tan infalible como sus ordenadores infalibles: “Enamorarnos es sentirnos unidos”. Unirnos es cambiar la concepción de vida que se fue abriendo a la nada, como la enseñanza de la pandemia que después de mucho tiempo nos reveló la importancia de cuidarnos pensando en los otros. Porque todas las cosas tienen un ordenamiento solidario, hacernos el bien cuidándonos por el bien de los otros. Estar unidos es estar enamorados firmemente convencidos de que cada uno compone la suma de todos. Por eso, pensemos en hechos para que las palabras tengan el verdadero sentido de la vida. Realidades hechas con honestidad en que los deseos verdaderos no son meras palabras, sino certezas que nunca defraudan. Es fuerza imparable justa y merecida. Unidos y enamorados.