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Gastado

El desgaste es inminente. No da para más. Las palabras perdieron cordura, toda realidad de certeza. Son como la trama de tejidos, deshilachados y descoloridos. 

Domingo, 11 de julio de 2021 a las 01:02

Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral

Es como el lavado que por erradicar manchas, penetra, y corroe hasta el tejido. Limpio pero reducido el color y la trama. Gastado. Casi como las palabras que si bien aleccionan, nos ponen de frente a todo lo dañino porque crece el criterio que el sentido común retroalimenta, potenciando defensas, persuadiéndonos en advertencias que no obstante, casi siempre, las ignoramos cuando debemos tenerlas en cuenta para no volver a caer en más de lo mismo.
Esto me hace acordar lo dicho por Julio Cortázar, en la conferencia titulada “Las palabras se gastan”, llevada a cabo el 29 de marzo de 1981 en la ciudad de Madrid, España. “Si algo sabemos los escritores es que las palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse, como se cansan y se enferman los hombres o los caballos. Hay palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad…” Muchas veces, al país lo considero, como una trama que la tela vertebral apenas aguanta ya, específicamente los sueños. Donde siempre los buscadores de cargos siempre vuelven, para demostrarnos una vez más, que son los mismos que defenestramos, que no obstante el “lavado” de memoria frágil, por necesidades, por intereses propios, no deponen actitudes. Las mismas, las idénticas de siempre, la demagogia, el autoritarismo, la inmunidad del poder omnímodo, la banalidad por encima de las urgencias. Jamás trayendo a discusión, lo que verdaderamente importa: capacidad, ejecutividad, talento, ética, remarcando que las expresiones de deseos, o sean las palabras vanas, no sirven, son mucho más importantes los hechos. La suma de realidades concretas que por veraces, denotan la vocación de unos y otros, marcan las diferencias del que sienta y del que hace. Ajenos o todos símbolos banales, consignas gastadas y sin entidad, haciendo de la república si alguna vez lo fue, una republiqueta bananera, recordando el humor de Alberto Olmedo interpretando al mandamás de “Costa Pobre”, donde todo el andamiaje es solo una puesta de cotillón al tono.
Donde las vacunas se convierten en votos útiles. Cuando las vacunas son el derecho de vivir por ende obligación de los gestores y no puesta en escena cada vez que llega un avión portándola allende el horizonte. La patota de funcionarios con llamativas camperas fosforescentes prestadas del personal de aeropuerto. Realmente, nunca vi nada igual en otros países, comprendiendo la necesidad y la ansiedad natural por tenerlas, pero sin la seriedad que la imaginación perversa construye encuestas que no importan, pero sondean. Existe tanta ceguera que muchos convalidan toda especulación que inmoralmente adoptan en nombre de la pandemia. Es como aseveraba en su conferencia, Julio Cortázar, al ratificar el triste destino de las palabras gastadas: “Sin la palabra no habría historia y tampoco habría amor, seríamos, como el resto de los animales, mera sexualidad. El habla nos une como parejas, como sociedades, como pueblos. Hablamos porque somos, pero somos porque hablamos…” Las palabras condenan porque son cuerpo y alma para vislumbrar lo que intuimos; muchas veces reflejan esa realidad que la olfateamos, otras se quedan en dudas, y las hay vacías sin nada que aportar. Claro, hoy día está gastadas. Cuesta entender y mucho más comprender. Se dicen tantas cosas. Se prometen. Se falta. Pero así con tantas variables, no vale la pena tomarlas. Hemos caído una y mil veces en el mismo pozo, y sin embargo se sigue en lo mismo. Ya no son hora de promesas, sino de hechos que nos devuelvan esos breves momentos, tan solo breves, de nuestra historia, en que la paz, la armonía, el trabajo, y la libertad traían el canto más dulce que suena a patria. Nunca miramos el interior de la gente que tiene a su cargo mantener el timón. Preferimos la algarabía en vez de la inteligencia cuerda, la capacidad para sostener un proyecto que produzca y no coarte. Amplitud de consenso que no es perder, sino democracia pura de escuchar al otro. Dialogar con el respeto como escudo, como única alternativa de emprender la empresa de unir, deponiendo ideas, colores, fanatismos que nos atan, que hacen imposible toda llegada. Todos debemos ser uno, y ello no significa claudicar, sino haber madurado, estar preparados para que los extremos no colisionen sin sentido alguno, ya que a partir de allí, lo más importante es el país con un solo color de camiseta. Pensemos que elegir no es un simple acto de jugar, sino de poner rumbo a la dirección con que todos coincidimos para dar riendas sueltas, al progreso, al respeto como institución, sin aprietes ni qué dirán. Otorguémosle nuevo valor a la palabra gastada, tantas veces vituperada, devaluada y en baja por la gran bronca nacional del resentimiento, esa conducta maldita del autoritarismo, las “peleítas” estériles, como decía Yupanqui: debemos construir un país más cabal. Diría, más serio. El tango como el blues nos plantea las miserias humanas, que nunca vemos pero que no se diluye, existen, están, guarnecidas en las sombras y se hacen sentir. 
Juan Vattuone, gran cantor y autor del tango “Ni olvido, ni perdón”, nos recuerda que las cosas en cualquier momento de la historia debemos cambiarla por el bien de todos; sus versos son verdades atinadas: “Nos siguen dando a la lata / Ya nos dejaron en patas, / En mitad del ventarrón. / Si serán caraduras, / Pa´nosotros mishiadura / Y ellos morfan con Chandón.” / No caer en ese desgaste de palabras como lo afirmaba Julio Cortázar, porque perdemos la esencia de todo: “Si algo distingue al fascismo y al imperialismo como técnicas de infiltración es precisamente su empleo tendencioso del lenguaje…” “Para ellos la libertad es su libertad, la de una minoría entronizada y todopoderosa, sostenida ciegamente por masas altamente masificadas. 
Para ellos la civilización es el estancamiento en un conformismo permanente, en una obediencia incondicional.” Aferrarnos a las certezas es dejar de lado toda especulación, porque es como el balance de una auditoría contable, los números cantan. Tengámosle pena a las palabras que en su desgaste han perdido certidumbre, se hacen irreconocibles porque el deterioro es más profundo de lo que imaginamos. El exjuez de la Corte Suprema, Dr. Carlos Fayt siempre sostenía: “Las opiniones son libres, pero los hechos son sagrados” Las palabras por la entidad que le otorguemos son importantes pero, mucho más, los hechos que con ellas construyamos porque o si no, son simples expresiones de deseos. Los hechos son palabras comprometidas que asumen verdaderamente la responsabilidad de decirlas. Cumplirlas, es la cuestión.

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