Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral
Las letras de tango dicen mucho. Tal vez por tener tanta calle, definen en una estrofa lo que a otros les lleva un buen tiempo expresar. Es la contundencia de la simplicidad que hace certero centro, donde duele más. En “Cuesta abajo”, Carlos Gardel y Le Pera apelan al dramatismo de la vida en el compromiso de la palabra por el objetivo. Como decía el Dr. Carlos Fayt: “Las opiniones son libres, pero los hechos son sagrados”. Los hechos refrendan las palabras o las condenan por su falta de honestidad. Si uno quiere tener idea exacta de qué se trata, basta con entonarla en sus primeras líneas: “Si arrastré por este mundo / la vergüenza de haber sido / y el dolor de ya no ser”. Cuando los hechos se consuman, la razón es del otro. Es doloroso ya no ser, cuando exigiendo una cosa nosotros mismos no la cumplimos. Sucede a menudo en nuestro país, donde muchas veces o casi siempre, la política arrasadora con el poder conferido que ellos se la toman más de la cuenta, pierde plafón porque pierde credibilidad. Y quien pierde credibilidad no la recupera jamás. Sucede que cada uno es la identidad de quien aparentamos ser, nosotros mismos. Cuenta la historia del gran binomio Gardel-Le Pera, que cuando estaban por asumir el desenlace de la película “Cuesta abajo”, decidieron cambiar por la fatalidad que es la realidad y no la ficción. En una tarde y una noche, estuvieron escritos los textos que le dieron fuerza vibrante, marcando el epílogo que hizo un éxito de la película dirigida por el francés Louis J. Gasner, filmada en los estudios Paramount. El tema musical “Cuesta abajo” fue grabado en los estudios Víctor de Nueva York el 30 de julio de 1934, con la orquesta dirigida por Terig Tucci. La película fue estrenada en el Teatro Campoamor de la ciudad de los rascacielos, el 10 de agosto de 1934, batiéndose un récord de público como de crítica auspiciosa, inclusive instalándose parlantes en la calle para la gente que no pudo entrar. En Buenos Aires, se estrenó en el Cine Monumental el 5 de septiembre de 1934. El elenco era fuerte y popular: Carlos Gardel, Mona Maris, Vicente Padula, Anita del Campillo, Carlos Spaventa y hasta el propio Alfredo Le Pera. Ahora, tomando alguna de las partes de la letra del tango “Cuesta abajo”, hay algunas partes que se parecen mucho a la contradicción del “haga” que “yo no lo hago”, como las fotos que dieron lugar a uno de los mayores errores: “Hagan lo que yo digo, pero no lo que yo hago”. “Ahora, cuesta abajo en mi rodada / las ilusiones pasadas / no me las pueden arrancar”. Otra de fuerte connotación: “Ahora triste en la pendiente / solitario y ya vencido / yo me quiero confesar”. O: “Ahora, cuesta abajo en mi rodada / las ilusiones pasadas / yo no las puedo arrancar”. Pero sin duda, la más fuerte es “… y el dolor de ya no ser”. Es como perder la identidad, desconocernos a nosotros mismos, mirarnos y no vernos. Sucede que existe en nuestro país hace mucho tiempo un poder que se permite todas, omnímodo y falsamente sagrado, ya que el fanatismo forma parte de ese velo que permite no ver. Solamente imaginarnos lo que no somos. Imaginarnos casi siempre es no ver la realidad desde esa cúspide, en que todo parece posible, hacer y deshacer, decir y no cumplir. Alguna vez tendremos que dejar de ver esa película de colores, acercarnos a la realidad cuando todos los demás, inmersos en la mishiadura, contrastamos, ya que la nuestra sabe de certezas duras y las buenas son para unos pocos que juegan a la mancha en los corredores del edén. Cuando la vida se suma con su fuerza feroz y la distancia crece sin el abrazo cálido o la despedida final de ese árbol que en su momento fue crecido en hijos, nietos, amigos, puteando asumimos la sentencia creyendo que el cumplimiento será total y sin coronitas. Sin embargo, cuando vimos uno por uno a todos celebrando a lo largo de una mesa, en la casa del país, es decir de todos, no podíamos creerlo. Es como la triste incursión de los okupas que toman algo sin la autorización de ese algo, pero a ellos la urgencia del techo les impone, a estos, bancados por el mandamás de turno la libertad es libre. Luego, para peor, la culpa es del otro, y aun mucho más grave, es de ella.
Queda desnudo, lo que nos ofrecen es la nada de una falta de pensamiento ético, sin responsabilidad alguna, solamente dimensionando el libre albedrío de un divertimento en que el Estado sorprende por revertir los principios. Decía el Dr. René Favaloro que no se guardaba nada cuando de verdad se trataba y estaba en juego un principio básico: “Parece increíble, pero acá hay veces que los honestos tienen que dar más explicaciones que los corruptos”. Es que cuando cambian los valores esenciales, todo pierde relación, lo uno de lo otro empiezan a ubicarse diametralmente opuestos; y de pronto la entrada es la salida.
Seguramente es como una película que alguna vez vi, un médico tras un experimento no autorizado, al margen de la ética, donde la ambición es más poderosa que la vida, prueba consigo mismo la invisibilidad. Al mirarse por primera vez en el espejo, se encuentra que no se ve porque está desapareciendo. Es un poco lo escrito por Le Pera: “el dolor de ya no ser”. Sentir que ya no somos porque nuestro proceder nos ha conducido a esa encrucijada de haber sido y hoy no serlo.
Estas anécdotas de consecuencias nefastas para la credibilidad, donde la mentira se constituye, uno vislumbra tomando el desparpajo con que se actúa, que todo es una joda, que no tiene razón de ser, lo que ocurre son simplemente humoradas de un país bananero sin consecuencias de orden ni moral. Parece un brillante libreto, de esos famosos por desopilantes, escritos por Sofovich para su estrella rutilante Alberto Olmedo, encarnando a sus clásicos personajes: el “dictador de Costa Pobre” o el “yeneral” González. En este cambalache donde “da lo mismo ser un burro que un gran profesor”, uno humano al fin, memora las exequias de Maradona y sus connotaciones, o el acto del lunes con los miles de deudos depositando piedritas y no lanzándolas, por cada muerto, por cada dolor, por cada angustia, sin despedidas ni consuelo.
Cuenta la historia que “Cuesta abajo” fue una de las más taquilleras de Carlos Gardel, tanto en los Estados Unidos como en Latinoamérica. En Argentina también, pero con críticas en cuanto a su calidad.
Nada es perfecto, pero acercarnos a lo mejor es lo conveniente. Mucho peor, “el dolor de ya no ser”. Porque nada restituye la sentencia inapelable de ya no ser. Por si fuera poco todo y la exacerbada negación por la realidad política, el asesor presidencial, el intelectual Ricardo Forster, dijo que en la ceremonia de ofrendar piedras a los deudos “no había duelo, sino odio y bronca.”