Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral
Movernos, ya de por sí es un “trabajo” enorme. Entonces, no movernos, pero mucho mejor no pensarlo, es más que saludable, porque para muchos pensar agobia, extenúa. El pensador español José Luis Sampedro, ya lo dijo con una pasmosa severidad: “Hemos sido educados para no pensar.” Sin ir más lejos, Les Luthiers en su torrente de chispa brillante, utilizaban una que trasunta tamaña locura, cierta y fidedigna, aunque nos riamos de nuestra garrafal falta: “El que piensa, pierde”. Y muy cierto para algunos que cada vez son más, el que piensa razona, el que razona se preocupa y algo tendría que hacer para ponerle coto porque la realidad involucra y compromete. Claro, es mucho más tranquilo dejar las cosas como están, algún día, alguien, los solucionará. Uno, muchas veces, se pregunta de dónde proceden todas estas humoradas tan conectadas con la realidad. Justamente, es la realidad sin ficciones, que el individuo se toma, para descongestionar toda presión, tornándola jocosa, a sabiendas que nos reímos de la certeza, concreta y palpable, es la ironía que con una sonrisa trata de suavizar nuestras culpas.
Hemos visto en los últimos 50 años, cómo generaciones tras generaciones, toman como principio “hacerse” a un lado, como quien desvía en vez de atajar, contener o modificar resultados. Lo explico más claramente: no se exige claridad, ni elevación de las cosas que acometemos, para que se gane en calidad, desarrollando la responsabilidad y un poco de amor propio por lo que hacemos al descuido y lo más rápido posible. Decía, Steve Jobs, en su colección de buenos consejos, motivadores para la acción brillante: “Nunca darse por vencido. Nunca mantenerse inmóvil. Nunca dejar de soñar.” Discrepo en uno de ellos que dice, “Nunca aferrase al pasado”, justamente me aferro a ese tiempo, porque entonces aún se cumplían los principios, los valores, el orden, la disciplina, el sentido común, el respeto para que una sociedad equilibre ese desnivel abismal de nuestros días.
Muchos se preguntan en cuanto a medios, quién ve, escucha o lee esos contenidos que no tienen pies ni cabeza, pues la gente que no piensa ni se exige. Los culpables no son quienes producen, porque ellos producen porque más de la mitad de la población gusta de contenidos que no hagan pensar, que alimenten el ocio, y más que nada que aumente el núcleo de impensantes que le hacen tanto daño a una sociedad que más desparpajo alentó la lengua inclusiva. Pero la producción, hace lo que el público pide, entretenerse sin pensar. Es como decir: ver sin ver, escuchar sin escuchar, leer sin leer. No se puede distorsionar aún más, la ignorancia generalizada, porque así estamos ya que repercute en todo cuanto nos sucede: en lo político, en lo social, en lo educacional, en lo económico, en lo cultural. En la vida misma vivida a la buena de Dios, sin exigirnos ni exigir. Preocupado por la despreocupación que el aporte light de los medios nos muestra diariamente, alguna vez escribí un artículo similar titulado: “Agarrá los libros, que no muerden”. Se trataba de una frase creada por el libretista y autor de tango, Manuel A. Meaños, en particular para su personaje: “El Ñato Desiderio” que fuera dibujado por Pedro Seguí para la Revista “Rico Tipo”, y protagonizado en radio y televisión por el actor Mario Fortuna. Artista de un profundo conocimiento de la escena, teatro, radio, cine y televisión, y como hobby gran pintor que utilizaba una técnica original, en vez de óleo, las cremas tonales de maquillaje artístico. Mario Fortuna, encaraba en “El Ñato Desiderio”, un personaje simpático siempre de contramano, porque su ignorancia lo llevaba a hablar sin saber lo que decía, dándose el grupo de elocuente por convicción, cuando lo era todo al revés. Mario Fortuna actuó en el rodaje de importantes producciones del cine nacional, como “Ídolos de la radio”, “El cañonero de giles”, “Pasó en mi barrio”, “Hay que casar a Ernesto”, “Arrabalera”, etc., sumando 21 películas con gran respuesta de público.
Me alarma la falta de exigencia, no aspirar a más, estar en el desconcierto de la nada, como si se aportara cuando es todo lo contrario. Es tal el consumismo de la nada, que cuando se apunta a lo serio, uno se transforma en “rarito”, “extraño” y “complicado”. Se perdió el don de la lectura y el criterio de elección, afloró con ello una mediocridad que lejos de ser un mal se creen ser una “excelente virtud”, que por degradación va todo a la bolsa. Las películas son más bien tramas de jueguitos electrónicos más que un aporte al Séptimo Arte: matar, correr y morir. Tropezarnos con algún diferente no deja de ser una indescriptible sorpresa, amén que emocionarnos por alguien o algunos que han logrado, ejercer la crítica como fuente de elección frente a la brutalidad masificada. Es como nos tildaba y con toda propiedad, María Elena Walsh: “País jardín de infantes”; no se sale nunca de los palotes, porque pensándolo bien, es mucho más cómodo, sin compromiso alguno, claro, no creo que nos permitan cursar indefinidamente si ya somos grandes.
Esa ignorancia omnímoda se traslada al desempeño de una sociedad siempre en la inseguridad y en la falta de decisión de asumir compromisos que nos mejoren. Pondero a quienes a pesar de la mishiadura, de la pandemia, del desacierto de quienes conducen, de las tristes realidades, hacen lo posible por incrementar su intelecto contra viento y marea. Sería como una huelga japonesa a la inversa de la inacción, y a pesar de todo tienen la capacidad de poder elegir, con criterio saludable, apechugarse injustamente, pero avanzar, no decaer, sino empujar con todas su fuerzas, porque hay un país posible de gente que piensa en el bienestar, empezando por la palabra, no propia, sino de todos. Eso es posible elevando nuestro nivel crítico, inteligente, humano y saludable. Reprochando esa falta de inclinación, sintetizando sus consecuencias que conllevan futuros inciertos, a países que no piensan ni valorizan lo normal de lo urgente. En 1904, Franz Kafka, el escritor nacido en Praga, le escribió a un amigo: “En general, creo, que solo debemos leer libros que nos muerdan y nos arañen”.
Es decir, que nos dejen huellas profundas de conocimientos, que nos “duelan”, que enseñen y nos desvelen toda la sabiduría que necesitamos, para enfrentar contingencias, para descongestionar situaciones apremiantes, para vivir la vida en toda la capacidad humana por alcanzar la plenitud, del humano trato de tener respuestas y sabernos merecidamente preparados.
Ante esos disloques e incongruencias del no pensar por escaparle al conocimiento, teníamos siempre a flor de labios, el dicho popular que plantea el refrán popular del actor Mario Fortuna en su papel del “Ñato Desiderio”: “Agarrá los libros, que no muerden”. Creo, que una de las mejores cosas, son los consejos que nos dejara Steve Jobs, en que recordaba que hacer lo que amamos, trabajar como estudiar, poniendo todo nuestro amor, siempre se logra abordar a un final feliz. Nos falta recapacitar, hacernos autocrítica, que agarrar los libros es imprescindible, ya que se refiere en forma genérica a toda la información no solamente proveniente de los libros. Es un punto de partida. Un acicate para valorar nuestro rol como ciudadanos conscientes, ya que la inconsciencia es la mediocridad que crece como gramilla descontrolada. Manuel A. Meaños, tuvo la idea brillante de anteponer a su personaje toda la virtud del conocimiento: “Agarrá los libros, que no muerden”.