Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral
El vino como tópico en la literatura universal (primera parte).
“En el bronce de Homero resplandece tu nombre, / negro vino que alegras el corazón del hombre. / Siglos de siglos hace que vas de mano en mano / desde el ritón del griego al cuerno del germano. / En la aurora ya estabas. A las generaciones / les diste en el camino tu fuego y tus leones./ Junto a aquel otro río de noches y de días / corre el tuyo que aclaman amigos y alegrías, / Vino que como un Éufrates patriarcal y profundo / vas fluyendo a lo largo de la historia del mundo. / En tu cristal que vive nuestros ojos han visto / una roja metáfora de la sangre de Cristo. / En las arrebatadas estrofas de sufí / eres la cimitarra, la rosa y el rubí”… Estos inolvidables pareados de Borges resumen grosso modo la presencia del vino a lo largo de la cultura occidental, una presencia que se remonta incluso a ocho mil años antes de Cristo, según revelan algunos estudios.
Ante esta larga data del vino es oportuno preguntarnos: ¿por qué, para qué? Quizá la respuesta la hallemos en que así como el proceso civilizatorio se basó en principio en el cultivo y en la domesticación de animales, el ser humano debió crear también medios que le ayudaran a soportar su propia existencia: dolores y tristezas. En ese sentido el vino (y otros alcoholes) se enraizó en las culturas no solo como generador de placeres sino también pasó a formar parte incluso de ritos religiosos.
En la literatura hallamos entonces un variado y extenso tratamiento del tema del vino: lo encontramos en la epopeya de Gilgamesh, en la Biblia, en los cantos homéricos, en Hesíodo, en la tragedia y comedia del siglo de oro helénico, en los poeta latinos, en los medievales, en los renacentistas, barrocos, románticos, parnasianos, simbolistas, modernistas, etc.
Así, pues, el tópico del vino se manifiesta desde diferentes puntos de vista en los que se destacan como “quitador de penas” o simplemente “surtidor de la alegría”. En un pasaje de Gilgamesh, el héroe homónimo, al entrar al reino del Sol en busca de la inmortalidad, se encuentra con un viñedo cuidado por Siduri (divinidad asociada con la fermentación) quien no duda en darle de beber vino para que se entregue al placer de la embriaguez y desista de su búsqueda: “Gilgamesh, ¿hacia dónde corres? / La vida que persigues, no la encontrarás. / Cuando los dioses crearon la humanidad, / le impusieron la muerte; / la vida, la retuvieron en sus manos. / ¡Tú, Gilgamesh, llena tu vientre; / día y noche vive alegre; / haz de cada día un día de fiesta; / diviértete y baila noche y día!”… En el Antiguo Testamento, en Jueces (9,27), el pueblo festeja tras la vendimia y entra al templo a comer y beber: “Y saliendo al campo, vendimiaron sus viñedos, y pisaron la uva e hicieron fiesta; y entrando en el templo de sus dioses, comieron y bebieron, y maldijeron a Abimelec” (nótese en la última parte del fragmento la maldición a los jueces, como si quisieran saltarse las preceptivas).
En Homero (siglo IX a. C.?) son abundantes las menciones del vino: en la Ilíada aparece como placer de los héroes o para sellar pactos (con vinos puros). En la Odisea, en cambio, se suma el vino como treta para cumplir alguna meta: Odiseo embriaga a Polifemo para poder huir o Circe a los hombres de Odiseo. En tanto que en la poesía didáctica, Hesíodo (segunda mitad s. VIII a. C.) marca el calendario del labrador: “primavera (podar viñas, segar) y verano (aventar, obtener vino); el poeta aconseja: “Sed ahorradores a mitad de la barrica, pero en la apertura y al final bebed todo lo que queráis, no vale la pena guardar las lías”. Mientras que en la tragedia (nacida de lo apolíneo y dionisíaco, según Nietzsche) “Las bacantes” de Eurípides (s. V a. C.) el vino aparece como “quitador de penas” y aplacador de los autoritarios a través del sueño: (…) “haz cesar las preocupaciones cuando el espíritu del racimo circule en los banquetes de los dioses y en las fiestas la cratera abrace con el sueño a los hombres coronados de hiedra”…
De entre los poetas latinos, las odas de Horacio son quizás las más recordadas pero también podemos señalar al elegíaco Tibulo, nacido unos años antes, que exalta al vino como quitador de penas, conciliador del sueño, e incluso bueno para el amor, camino que seguirá posteriormente Ovidio en su célebre “Arte de amar”.
Varios siglos después, el poeta persa Omar Khayyan (s. XII) apunta al “carpe diem” mencionado en notas anteriores y al quita penas: “¡Bebe vino! Lograrás la vida eterna ./ El vino es el único capaz de restituirte la juventud. / ¡Divina estación de las rosas, del vino y de los buenos amigos! / ¡Goza del instante fugitivo de tu vida!”(…) “Vino a que a mi alma enferma / dé un bálsamo divino”(…) “Vino que apague el fuego de mis dolores”.
En la edad media y renacimiento, en Boccaccio, Chaucer, Arcipreste de Hita, son muchas la menciones al vino, sobre todo como hacedor de olvido de los dolores humanos y otras veces como un peligro del que hay que huir.
En este somero recorrido y para cerrar esta primera parte sobre el tópico del vino en la literatura que nos llevará a las letras de tango y de chamamé, traemos unos versos de “Oda al ruiseñor”, del célebre poeta romántico inglés John Keats: “¡Oh! ¡Quién me diera un sorbo de vino, largo tiempo / refrescado en la tierra profunda, / sabiendo a Flora y a los campos verdes, / a danza y canción provenzal y a soleada alegría! / ¡Quién un vaso me diera del Sur cálido, / colmado de hipocrás rosado y verdadero / con bullir en su borde de enlazadas burbujas /y mi boca de púrpura teñida; / beber y, sin ser visto, abandonar el mundo / y perderme contigo en las sombras del bosque”.
Muestrario mínimo
Al vino
En el bronce de Homero resplandece tu nombre,
negro vino que alegras el corazón del hombre.
Siglos de siglos hace que vas de mano en mano
desde el ritón del griego al cuerno del germano.
En la aurora ya estabas. A las generaciones
les diste en el camino tu fuego y tus leones.
Junto a aquel otro río de noches y de días
corre el tuyo que aclaman amigos y alegrías,
Vino que como un Éufrates patriarcal y profundo
vas fluyendo a lo largo de la historia del mundo.
En tu cristal que vive nuestros ojos han visto
una roja metáfora de la sangre de Cristo.
En las arrebatadas estrofas de sufí
eres la cimitarra, la rosa y el rubí.
Que otros en tu Leteo beban un triste olvido;
yo busco en ti las fiestas del fervor compartido.
Sésamo con el cual antiguas noches abro
y en la dura tiniebla, dádiva y candelabro.
Vino del mutuo amor o la roja pelea,
alguna vez te llamaré. Que así sea.
Jorge Luis Borges