Fabián Brizuela: el pasajero de la melancolía
Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral
Cuando nos enteramos de que “Metamorfosis de las sombras”, el primer poemario de Fabián Brizuela, vería finalmente la luz en formato libro pensamos en dos cosas: la primera, que se hacía justicia, ya que su autor se había dedicado durante años a la difusión de las obras de otros escritores, a través del grupo Pájaro de tinta y como colaborador fundamental de la Feria del libro de Caá Catí. Lo segundo, que pensamos fue en el poeta José Alarcón que tanto alentó a Brizuela y a muchos; en lo contento que este estaría si aún viviera.
El libro de Brizuela ha estado en movimiento; haciendo honor a su título se ha metamorfoseado con poemas nuevos, correcciones y descartes hasta ajustar la arquitectura con la que ahora el lector se encontrará como testimonio de una búsqueda poética de más de veinte años.
Facundo Alarcón, poeta caacatiano también, se refiere así al poemario: “Un héroe que viaja por sus ríos infernales encontrándose con la muerte y descifrando voces antiguas que lo acompañan. Ilumina su mapa arterial, lo conecta con el cosmos y deambula por los senderos del milagro. Visiones de correspondencias estelares encienden su llama alquímica para echarlos en los silencios”. En tanto que el escritor misionero Osvaldo Mazal lo saluda con las siguientes palabras: “(…)Y como corresponde, no es que al leer el último verso del último poema tendremos algo más claro, gracias a este despliegue de sombras y transformaciones, pero sí nos habremos acercado un poquito más a alguna clase de oscura y escurridiza verdad, a esa implosión de ser por debajo del lenguaje que la poesía siempre debe intentar ser (…)”.
¡Salud, poesía y libaciones!
Muestrario mínimo
1
La inmensidad azul se desgarra es voz el secreto
un poeta contempla su agonía
llueve sobre dunas y es tormenta su mirada
el viento enloquecido muerde y las ramas gritan
es una dentellada de perro en celo que enciende la noche
es el instinto
porque el furor también es sangre.
2
A veces vuelo poco. Mucho.
Vuelo para rozar el aire y a veces acaricio la tormenta.
Mi cara galopa la lluvia como una
esfinge con su mentón contra el tiempo.
Me alimento lentamente.
Insaciable.
En mi plato hay una sopa humeante de rostros,
la cuchara se hunde en la carne
del caldo y levanto sueños,
sorbo lento voces del pasado, risas antiguas y rabias presentes.
Tengo más hambre de todo.
Mis pómulos derraman sales.
Nacen de mi frente, se filtran por las cejas
hasta quemar mis ojos y todo el sudor duele en las manos.
Hoy todas mis horas desembocan en las páginas de
un libro que se llama Sombras.
Luces mortecinas que vislumbran las formas que rodean mis lados
y son la cruz que me tiene en su centro.
Atajo por un instante los segundos
y acaricio la inocencia de un niño que se pareció a mí, pero en otra vida.
Tallo mi presente y la incomodidad de los zapatos encajados en las nubes del camino me rescatan.
Tengo arcadas y vomito poesía. Me chorrea bilis en la comisura de los labios.
Tengo sucias las solapas de versos acuosos.
El poeta agoniza en su nido de sauces.
7
Soy canto
y con el viento aullando entre las lápidas nuevas y los antiguos árboles,
somos un coro de ánimas arrastrándose entre los vivos.
Algunas tardes desperté nadando en infiernitos que se sucedían unos a otros como aureolas de los días y espejismos rojizos.
Siempre tuve la certeza de que eran universos análogos, repitiéndose hasta el hartazgo y yo os habitaba desde siempre.
Todos los seres y las cosas eran otros, idénticos pero distintos,
yo era siempre el mismo extinguiéndome todos los días en el sueño
en las amigables pesadillas que me recibían y me acunaban,
me rescataban de los infiernos hasta el amanecer donde uno nuevo me recibía
tomándome la mano y llevándome en procesión por las horas del día,
peregrinando en trance hasta la hora en que los renacuajos gruñen sobre la alta cima de la noche.
Yo sé que ella intenta apiadarse de mí,
no se convence pero viene saltando muy cerca desde los costados,
ella también es la misma en estos universos paralelos,
me sigue y mide la intensidad de mi pulso
olfatea mis pulmones y sonríe
se detiene en una esquina y se queda espiando
no oscura, sí transparente, es luminosa
la fría y misteriosa muerte que promete rescatarme de todos los infiernos que me corresponden.
20
Esa mirada tiene el calor del
verano dorando el limonero
y el canto lejano de un pájaro en la madrugada
en esas lagunas me ahogo y caigo
dibujo mi cuerpo tumbado en la arena donde un
puñado de moscas
se agacha a bisbisear la muerte.
23
Tal vez seré mañana o antes de que termine el día:
el vuelo errante de un silencio claro y liviano
huido como la vida de mi cuerpo desnudo,
pedazo inerte de promesas apenas cubierto por un manto de cenizas y de barro.
Y abandonado en el hueco de la tierra se me llenará la boca de geranios,
los demás ausentes me enseñarán a dormir en la memoria del olvido,
en el herrumbroso metal de un muro al que le crecen helechos como brazos.
Y entonces cuando me libere de la desolación del hábito,
trataré de fugarme en la respiración de un perro vagabundo que ladra
y tiene hambre y revisa las
sobras de los demás, mientras sueña
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